Hoy es 7 de julio, domingo de la XIV semana de Tiempo Ordinario.
En este Tiempo Ordinario, en el que estamos llamados a vivir en el misterio pascual en nuestro día a día, me dispongo a profundizar en actitudes cotidianas a la luz del evangelio. Desde el silencio de este rato tranquilo de oración, pido conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga.
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (6,1-6):
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Este texto es una oportunidad para revisar mis prejuicios. Los paisanos de Jesús estaban en una actitud equivocada. Incapaces de abrirse a la grandeza de Dios, en un carpintero. ¿Soy yo capaz de reconocer la acción de Dios en las cosas que me son familiares y en las personas que conozco de siempre?
Jesús no pudo hacer allí ningún milagro. Y no pudo porque Jesús no impone su poder a los hombres. Su poder es una oferta de amor que se recibe desde la libertad. Sólo a través de la fe puedo disfrutar de ese poder. Pienso en todas aquellas situaciones en las que me descubro falto de fe.
La actitud negativa de los vecinos de Nazaret frente a las palabras de salvación, no impidió que Jesús siguiera anunciando el Reino de Dios. Ante el fracaso, Jesús no se paraliza. Y yo, ¿dejo que sea el espíritu el que vaya por delante indicándome el camino? ¿Me dejo vencer facilmente ante la adversidad? ¿Soy capaz de reconocer en mis fracasos los planes de Dios?
Lee otra vez el texto. Presta atención a la actitud de Jesús. El sabía que nadie es profeta en su tierra y sin embargo vuelve a Nazaret. Y vuelve por amor. Tras leer de nuevo el texto, dedica unos minutos a sentir el cariño y la paciencia de Jesús hacia sus vecinos, renovando tu deseo de conocerlo internamente para más amarle y seguirle.
Nuestros prejuicios nos ciegan. Nos impiden ver la grandeza de los demás. A veces, no escucho con atención que debiera a mi amigo, compañera, alumno, hija, padres, porque creo que ya se lo que me va a decir, o desde donde lo dirá. No me dejo sorprender. La persona que tengo a mi lado no es esa que yo considero la pesada o la graciosa o la simpática o la quejosa. La persona que tengo a mi lado hoy, puede ser un regalo de Dios, puede tener un mensaje para mí, una palabra o un gesto suyo pueden ser un milagro desde el prisma de la fe.
Si yo fuera limpio de corazón descubriría…
Que todos somos obra de Dios, llevamos algo de bueno en el corazón.
Que todos valemos la pena, y nos queda algo de la imagen de Dios.
Que a todos hay que darles otra oportunidad.
Que todos somos dignos de amor, justicia, libertad, perdón.
Que todos somos dignos de compasión, respeto y de muchos derechos.
Que todas las criaturas son mis hermanas.
Que la creación es obra maravillosa de Dios.
Que no hay razón para levantar barreras, cerrar fronteras.
Que no hay razón para ninguna clase de discriminación.
Que no hay razón para el fanatismo y para no dialogar con alguien.
Que no hay razón para maldecir, juzgar y condenar a nadie.
Que no hay razón para matar, ni para el racismo.
Que todos los ancianos tienen un caudal de sabiduría, y los jóvenes, de ideales.
Que los adolescentes tienen un caudal de planes, y los niños, de amor.
Que las mujeres tienen un caudal de fortaleza, y los enfermos, de paciencia.
Que los pobres tienen un caudal de riqueza,
y los discapacitados, de capacidades.
Que hay razón para tender puentes, dar a todos la paz, trabajar por la paz,
amar y defender la creación.
Que hay razón para ser hermanos y seguir siendo amigos.
Que hay razón para sonreír a todos.
Que hay razón para dar a todos los buenos días, dar a todos la mano,
intentar de nuevo hacerlo todo mejor.
Que hay razón para seguir viviendo, para vivir en comunidad.
Que hay razón para prestar un oído a lo que dicen los demás.
Que hay razón para servir, amar, sufrir.
Que hay razón para muchas cosas más.
Que esta oración pueda acompañarme a lo largo de la semana, repitiendo, una y otra vez, este anhelo: Señor, que me deje sorprender; Señor, que me deje sorprender…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario