1.- Son muchos los nubarrones que se ciernen sobre la vida sacerdotal. No es fácil, hoy tal vez con más severidad que nunca, ser sacerdote. Entre otras cosas porque, ser apóstol, implica no doblegarse ante la voluntad del mundo; ser profeta que anuncie, pero que también denuncie situaciones que llevan a la injusticia, a la degradación de la vida, al olvido o manipulación de los derechos del hombre. Ciertamente, hoy no es fácil ser sacerdote. Menos, por supuesto, ir contracorriente en un mundo tan acostumbrado a ser plastilina en manos del alfarero de la moda.
Al leer la segunda lectura de la liturgia de este día, San Pablo nos anima a continuar en nuestra tarea: ¡DIOS NOS HA ELEGIDO! Y, si el Señor nos ha señalado, nos acompaña en nuestros avatares, dificultades, proyectos, inquietudes y desvelos. No podemos defraudar a Aquel que, en Cristo, nos llama a “ser irreprochables por el amor”.
2. - Nuestra fe, además de personal, ha de ser contagiosa. No podemos recluirla en la caja de cristal que existe en el corazón de cada persona. La fe, como si de una bomba racimo se tratara, explota y se expande allá donde existe un afán evangelizador; donde los cristianos, sintiéndose tocados y elegidos por Dios, no se repliegan y saben que están llamados a ser profetas o altavoces del Evangelio.
Los elegidos no solamente son o somos los sacerdotes; todos, desde el momento de nuestro Bautismo, insertados en el Cuerpo de Cristo que es su Iglesia estamos convocados y urgidos a desarrollar –con nuestros carismas, habilidades, dones, talentos e inteligencia- una misión personal que nada ni nadie en nombre de nosotros podrá realizar. ¿Por qué? Porque cada uno, allá donde está, debe dar su peculiar color a su vida cristiana y, con su vida cristiana, color a todo lo que le rodea.
3.- Hoy, además de sacerdotes, necesitamos cristianos convencidos. Hombres y mujeres que, siendo conscientes de que creen y esperan en Jesús, están llamados a participar de la encomienda de Jesús: “id por el mundo”.
Lo haremos, por supuesto, en comunidad. No está bien llevar a cabo, las cosas de Dios, en solitario. Intentaremos quitar hierro a tantas situaciones que se producen en nuestro entorno. Nos alejaremos de todo aquello que nos haga pensar que, la evangelización, depende sólo y exclusivamente del factor humano y, mirando al mundo –sin imposiciones y con propuestas concretas- intentaremos llevarles la alegría del Evangelio. ¡Cómo no vamos a estar contentos de que el Señor nos haya elegido! ¿Se puede pedir más?
4.- CONTIGO IRE, SEÑOR
Si soy padre, hablaré a mis hijos
de tu poder y de tu gracia
que eres PADRE que protege y anima
que habla, con autoridad, en momentos de indecisión,
y corrige con palabras de comprensión.
CONTIGO IRE, SEÑOR
Si soy madre, les transmitiré a los míos
el amor y la ternura que se dan en tu corazón.
Les haré ver que, en Tí, está la salvación
que tus brazos siempre esperan
que en tu regazo siempre hay un lugar
para, después del pecado, volver al encuentro
CONTIGO IRE, SEÑOR
Si soy hijo, daré gracias a tu nombre.
Por la juventud de mis días
porque, tal ves sin aún yo saberlo,
me llamas a ser de los tuyos
a ser profeta, sacerdote
o amigo que anuncie tu Reino.
CONTIGO IRE, SEÑOR
Si soy sacerdote,
levantaré una y otra vez mis manos hacia el cielo:
para buscar tu fuerza y tu presencia
para que nunca les falte a tus hijos
el pan consagrado de la Eucaristía
o la fortaleza de tu Santo Espíritu.
El perdón, cuando el pecado asoma
Tu Bendición, cuando el mundo
deja de sorprendernos y nos deja tirados en el suelo
CONTIGO IRE, SEÑOR
Si soy cristiano,
bendeciré tu nombre.
Porque me llamas a ser instrumento de tu amor
Porque permites que sea de los tuyos
Porque me hablas de una ciudad etern
Porque me dices que, los que viven junto a mí,
lejos de ser adversarios, son hermanos.
Porque, cumplir la voluntad de Dios,
sus bienaventuranzas y sus mandamientos
es camino seguro para llegar a buen puerto.
CONTIGO IRE, SEÑOR
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