22 junio 2024

La Misa del domingo

 «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!»

Al calmar la tempestad que azota la pequeña barca el Señor manifiesta quién es Él, su identidad: Aquel que como hombre se rindió al sueño, se muestra ahora ante ellos como Dios. ¿Y quién tiene el dominio sobre el mar, sino quien ha creado el mar? Dios es quien controla su ímpetu, quien manda a las aguas marinas: «Hasta aquí llegarás y no pasarás; ¡aquí se romperá la arrogancia de tus olas!» (1ª lectura) Dios es quien apacigua la tormenta en suave brisa, y enmudece las olas del mar. (Salmo)

Así, pues, la pregunta que surge entre los discípulos parece ser solamente retórica: sólo a su Creador pueden obedecer las fuerzas de la naturaleza, el viento impetuoso o el mar embravecido, sólo Dios puede decirle a la tempestad: “¡Silencio! ¡Cállate!” y ser inmediatamente obedecido. (Evangelio)

Y si parece admirable lo que el Señor hace al manifestar su dominio frente a las fuerzas de la naturaleza, más admirable aún es lo que Él ha hecho por su criatura humana: Él, por rescatar y reconciliar a su criatura humana, encarnándose de María por obra del Espíritu Santo, se hizo uno como nosotros. Más aún, en la plenitud de su amor, murió por todos dejando que toda la furia del mal como una tempestad violenta se desatase sobre la frágil barca de su cuerpo. Pero al morir en la Cruz mandó callar la furia del mal que se abatía contra la humanidad entera, y con su Resurrección estableció su dominio sobre aquello que el mar, en la mentalidad semita, significaba: el dominio de la muerte, que el hombre al pecar introdujo en el mundo.

Ante Cristo cada ser humano debe poder preguntarse: ¿Quién es éste, que hasta a la muerte vence? ¿Quién es este que resucitando de entre los muertos destruyó el pecado, trajo la paz y reconciliación a los corazones, ha devuelto la dignidad de hijos de Dios a los hombres, ha restaurado la comunión de los hombres con Dios? La Iglesia responde: ¡Es el Señor, el Hijo de Dios vivo, Dios mismo que por la reconciliación del ser humano se ha hecho hombre! Por su Resurrección de entre los muertos el Señor Jesús “ha despertado del sueño profundo”, trayendo la vida nueva a quien cree en Él, de modo que «el que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado» (2ª lectura).

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

¿Cuántas veces le reclamo al Señor que “Él duerme mientras yo me hundo” en el dolor, en la tristeza o sufrimiento, por alguna situación difícil que estoy pasando? ¿Cuántas veces le reclamo su silencio mientras me golpea el mal, una grave injusticia, una desgracia? ¿Cuántas veces rezo y rezo, le pido e imploro al Señor que me quite de encima una pesada cruz que me deja sin respiración y no pasa nada? Y le digo entonces: “¿Es que no te importa mi sufrimiento? ¿Por qué duermes, mientras la frágil barca de mi vida parece hundirse en medio de estas aguas turbulentas? ¿Dónde estás?”

Y cuántos, resentidos con Dios porque piensan que no los escucha y que los ha abandonado a su suerte, sienten que su fe desfallece: “¡he perdido mi fe!”, dicen. Pero, ¿es que alguna vez la tuvieron? ¿O acaso sólo creían que la tenían? ¿No se muestra la fe justamente en esos momentos de prueba intensa, cuando Dios parece dormir, cuando su silencio nos hiere profundamente?

Para comprender esto, miremos a María al pie de la Cruz. ¿No experimentó Ella una espada atravesar su Corazón al ver morir a su Hijo en la Cruz? ¡Qué impotencia la suya al no poder hacer nada por Aquel a quien amaba con todo su ser! ¿Y Dios dónde estaba cuando ella cargaba con todo ese dolor y sufrimiento? ¿Por qué no actuaba? ¿Por qué no despertaba de “su sueño”? Sin embargo, Ella nos da una tremenda lección: permanece de pie, firme, sostenida por la esperanza en las promesas de su Hijo. Ella no desespera, no desfallece en su fe, porque sabe y confía en que a pesar de tanto dolor y sufrimiento, a pesar de tanta injusticia, a pesar de la muerte misma de su Hijo amado, el triunfo será de Dios, y que Él no la abandonará.

Ante nuestros reclamos en semejantes situaciones el Señor nos dice también a ti y a mí: “¿Por qué eres tan cobarde? ¿Aún no tienes fe? ¿No te das cuenta que Yo estoy contigo?” No, Dios no está lejos, tampoco se desinteresa de nuestros problemas o sufrimientos; al contrario, Él se ha acercado a nosotros de una manera inaudita, se ha hecho hombre para acompañarnos en la frágil barca de nuestra existencia, para estar a nuestro lado y quedarse con nosotros todos los días.

Y si te parece que duerme o está ausente, a decir de San Agustín, es que Cristo está dormido en ti, es que tu fe está dormida. Por ello, ¡hay que despertar a Cristo en nosotros! ¡Hay que avivar nuestra fe día a día, nutrirla mediante el estudio, hacerla madurar al calor de la oración perseverante, permitir que fructifique poniéndola en práctica!

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