Santísima Trinidad
Acabado el tiempo pascual celebramos el misterio del Dios Trinidad bajo cuyo nombre hemos sido bautizados y en cuya memoria empezamos toda reunión cristiana. La fiesta de la Trinidad nos ayuda a contemplar el misterio pascual en la totalidad del Dios único, o en la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu.
1. Más que un nombre
Dios es un misterio, “siempre mayor” que nuestros conceptos, un mar que no cabe en la vasija que fabrica nuestra imaginación. “Si comprendes…ya no es Dios”. Desde siempre se ha calificado a la Trinidad como “el misterio de los misterios” del cristianismo. Aunque el término no se encuentre en el Nuevo Testamento.
Para abordar y delimitar el misterio de Dios, especialmente en torno a la persona de Cristo, la teología cristiana recurrió a los esquemas filosóficos de la razón griega, dejando al margen otras dimensiones de la persona (la afectividad, la sensibilidad…) que son también cauces de aproximación a la verdad. La cultura de hoy, prisionera de la razón y de los sentidos, apenas puede dar cabida al misterio; lo considera casi un insulto o un reto a una razón que puede llegar a ser capaz de conocer todo. Sin embargo, estamos envueltos en el misterio: también la condición humana lo es, porque la vida es un misterio, la muerte es un misterio, el amor y la libertad son un misterio, el origen del universo es un misterio.
2. Modelo de amores
Los textos de la liturgia de hoy hablan del amor de Dios, del Dios del amor. Hablar de Dios es subrayar que Dios es amor; hablar de la Trinidad es hablar de la realización total del amor perfecto, es hablar del modelo de nuestros amores. El misterio más profundo de Dios es como un gran hogar, que se expresa (mejor, se balbucea) con palabras como dar, acoger, intercambiar vida y amor. “En su misterio más íntimo no es soledad sino una familia que incluye en sí mismo la paternidad, la filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor en la familia divina es el Espíritu Santo”. Dios no es un ser solitario, sino familia y comunidad de amor, la comunidad perfecta, porque siendo personas distintas todo es común; es un amor que se da dentro de sí, vida que se comparte, amor y vida que se acogen. Nos aproximaremos a él, cuando balbuceamos palabras como vida, amor, donación, acogida, y sobre todo cuando tenemos la experiencia del amor gratuito y universal.
Celebramos que Jesús nos ha revelado que el Dios creador es Abba, Padre, el Dios en cuyas manos está nuestra vida y se preocupa con cariño de cada ser humano, el Dios que ha salido al encuentro de los hombres de muchas formas y por muchos caminos y que, definitivamente ha hablado a través del Hijo. Celebramos que Jesús, al que los testigos habían experimentado como hermano y compañero es al mismo tiempo el mediador, la Palabra de Dios que estaba al principio junto a Dios y en la que todo fue creado, el Hijo que nos constituye en hermanos y se queda con nosotros. Celebramos que el Espíritu, que experimentaban como protagonista en la iglesia primera es el Dios que se derrama sobre nosotros y nos llena de su fuerza, el Dios que nos habita y dirige nuestras vidas.
3. A imagen de Dios
La fiesta de la Trinidad nos revela el ser del cristiano, imagen y semejanza de un Dios comunión de personas. Podemos hablar de Dios, pero confesar la Trinidad es recibir la vocación a vivir trinitariamente: como hijos, en confianza y docilidad; como hermanos, en amistad y servicio; en el Espíritu, haciendo posible el entendimiento y la comunión. “Entiendes la Trinidad si vives la caridad”. Hechos “a imagen y semejanza de Dios”, estamos llamados a ser iconos e imagen de la Trinidad.
La eucaristía es el sacramento de la comunión con Dios y con los hermanos. Partimos el pan, comemos el mismo pan, nos comprometemos a hacernos pan.
Santiago Rz Delgado
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