Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos
Si tuviésemos que resumir el mensaje del Antiguo Testamento en una sola afirmación, podríamos decir que consiste en el permanente empeño de Dios en manifestar su cercanía al pueblo. Desde el inicio de la Escritura se nos presenta a Dios en diálogo con el hombre y con su pueblo. Somos parte de esta herencia y llamada a ser en relación. Conviene recordarlo, pasarlo por el corazón. Necesitamos cultivo y cuidado expreso de la profundidad del ser que confiere sentido a la vida, pulso a la realidad, quicio a lo afectivo. La iniciativa de Dios Padre es el origen que nos capacita para ser originales, la fuente que sacia nuestra sed y torna transparente la soledad.
Ese Espíritu y nuestro espíritu
Lo contrapuesto al amor no es el pecado sino el temor que nos induce a la desconfianza de la que brota todo lo oscuro. Nuestra fe no consiste en una confesión doctrinal impecable en un solo Dios, sino en una confianza insobornable en un Dios único, personal, entrañable y universal. La vivencia de él y la convivencia con él nos tornan encarnación, hijos del Dios vivo que nos vivifica, iguala y hace responsables unos de otros. El fuego del Espíritu diluye todo cuanto opaca la imagen de Dios en nosotros y estrecha el vínculo que nos permite reconocernos hermanos.
Los once discípulos se fueron a Galilea
El grupo de los discípulos regresan a Galilea, al nuevo comienzo que no olvida la pequeña semilla del principio. Ya no están dispersos, todos son convocados al anuncio, a la seducción por contagio. Es la palabra como espada, la presencia viva de Jesús y un proyecto compartido lo que les cohesiona, impulsa y renueva. Han renacido siendo los mismos, el evangelio no esconde sus dudas y esto nos anima en medio de las nuestras.
El camino del discípulo, de toda comunidad, es un proceso atravesado por la gratuidad del amor de Dios; que nos devuelve a la historia, conscientes por igual, tanto de los límites como de las posibilidades. En la fidelidad de Cristo anclamos la intensa convicción de que nuestra plenitud es ya una realidad germinal y que la alegría del Reino se fragua en un banquete donde hay puesto para todos.
En este día Pro Orantibus hacemos memoria de los monjes y monjas que son atraídos por un estilo de vida contemplativo. Todos somos convocados a vivir de modo explícito, nuestra condición de templos, a conciliar lo cotidiano con el silencio que restaura y la serenidad que sana. Dichoso quien se expone a padecer el vértigo de soltar los esquemas que reducen el crecimiento, la creatividad y la comunión.
“Oh tú, que has puesto tu morada
en lo profundo de mi ser,
yo quiero ir hacia ti,
en lo profundo de mi ser”
(Talmud)
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