1.- Como culminación de los misterios de nuestra fe celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Sirve de muy poco que intentemos explicar en términos filosóficos o matemáticos lo que es un misterio que nunca vamos a comprender del todo. Reconociendo que vemos estas cosas en espejo y en enigma, como dice San Agustín, «se nos presenta en el Padre el origen, en el Hijo la natividad, en el Espíritu Santo del Padre y el Hijo la comunidad, y en los tres la igualdad». Nuestra experiencia de fe nos dice que Dios es Padre amoroso, que cuida de sus hijos y les protege, porque es «auxilio y escudo» (Salmo); que está a nuestro lado, que dialoga con nosotros y nos ayuda, que respeta nuestras diferencias, pero que nos quiere a todos por igual. Dios es Hijo, que nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros, que quiere darnos a conocer que sólo es feliz aquél que es capaz de darse al otro y de perdonar. Dios es Espíritu, que nos fortalece y nos da su aliento para que sigamos caminando hacia su encuentro. Pero lo que más nos importa es saber que Dios es Amor, pero amor entre personas, Dios es comunidad.
2.- ¿De qué sirve conocer algún bien si no lo amásemos? Busquemos con todas nuestras fuerzas a Dios con la seguridad de que El sale antes a nuestro encuentro. Quien busca, encuentra, quien desea un bien acaba teniéndolo. Nuestra súplica debe ser ésta: «Dame fuerzas para la búsqueda, tú que hiciste que te encontrara y me has dado la esperanza de un conocimiento más perfecto. Ante Ti está mi ciencia y mi ignorancia; si me abres, recibe al que entra; si me cierras, abre al que llama. Haz que me acuerde de Ti, te comprenda y te ame» (San Agustín). He aquí la clave: buscar, comprender y amar.
3.- No es cuestión de doctrina, sino de vivencia. El amor de Dios se ha difundido en nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Dios se da a conocer al hombre mediante el amor. Sólo será capaz de conocer a Dios aquél que experimente el amor de Dios en su vida, que se sienta amado por El. Ya lo decía San Juan: «sólo el que ama conoce a Dios». Es significativa esta parábola:
«Un hombre le decía a su amigo que había conocido a Dios. Este le preguntó: ¿quién es Dios, dónde vive, qué hace? Pero nuestro hombre no supo contestarle, sólo le dijo que antes era un alcohólico, que pegaba a su mujer, que había arruinado a su familia y se había quedado sin trabajo. Ahora, sin embargo, desde que sintió que Dios estaba a su lado su vida cambió totalmente: dejó la bebida, encontró trabajo y se sentía muy feliz junto a su mujer y a sus hijos. Había descubierto la única verdad importante: Dios es Amor. Este descubrimiento transformó su vida. Esto es lo que sabía de Dios…..».
4.- No es casualidad que hoy la Iglesia nos recuerde en la «Jornada Pro Orantibus» que los monasterios «son escuelas de fe en el corazón de la Iglesia y el mundo». Es cierto, quien en su interior experimenta la grandeza del amor de Dios conoce todos los secretos de la fe, porque lo ha vivido personalmente.
José María Martín OSA
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