I.1. La primera lectura de hoy es un resumen de un gran relato que Lucas, el autor de los Hechos, ha colocado en su narrativa en un momento álgido de la vida de la primera comunidad. Los discípulos, en Jerusalén, habían sido perseguidos por el nombre de Jesús; la comunidad había quedado limitada por la tensión que suponía el tener que doblegarse a las exigencias rituales y legales del judaísmo: ¿qué sería del nuevo movimiento, del «camino» que habían emprendido sus seguidores? Cada día se hacía más necesario que los discípulos rompieran ese círculo de la ciudad santa y se lanzaran por caminos nuevos. Pero es el Espíritu, como en Pentecostés, quien va a tomar la iniciativa para abrir el cristianismo a otros hombres y a otros pueblos.
I.2. Estando Pedro en Joppe (Jaffa), tras una visión que le descoloca ideológica y prácticamente, es invitado a ir a la ciudad romana de Cesarea, donde residía habitualmente el prefecto romano, para entrevistarse con Cornelio (un jefe de la milicia) y su familia. Habían oído hablar de ese nuevo movimiento entre los judíos y querían saber lo que proponían. Pedro se llegó hasta aquella ciudad y les anunció el mensaje cristiano. Y antes de que los hombres pudieran tomar decisiones se adelantó el Espíritu de Dios para hacerse presente en medio de ellos. Se conoce este relato como el “Pentecostés pagano”, ya que Lucas ha querido centrar la escena de Hch 2, en los judíos y su mundo.
I.3. El relato muestra la experiencia intensa de gozo, en la que pudieron notar la fuerza de la salvación que Dios quiere ofrecer, incluso a los paganos. Es el Espíritu del resucitado, pues quien lleva la iniciativa en la misión. Y es que la Iglesia, si no se deja conducir por el Espíritu, no podrá tener futuro. Los que acompañan a Pedro, judeo-cristianos, se asombran de que Dios, el Espíritu, pueda ofrecerse a los paganos. Pedro, es decir, Lucas, tienen que justificar que Dios no hace acepción de personas porque tiene un proyecto universal de salvación; de ahí que pida el bautismo para los paganos en nombre de Jesús, porque si el Espíritu se ha adelantado es para abrir caminos nuevos.
IIª Lectura: Iª Carta de Juan (4,7-10): La experiencia del amor, como experiencia divina
La segunda lectura, esta vez, es la que mejor va a interpretar el sentido del evangelio de este domingo. La carta nos ofrece una de las reflexiones más impresionantes sobre el Dios cristiano: es el Dios del amor. El amor viene de Dios, nace en él y se comunica a todos sus hijos. Por eso, la vida cristiana debe ser la praxis del amor. Si verdaderamente queremos saber quién es Dios, la carta de Juan nos ofrece un camino concreto: aprendiendo a ser hijos suyos; ¿cómo? amando a los hermanos.
La experiencia del amor es la experiencia divina por excelencia, y si los hombres quieren ser «divinos», en la medida en que nos es permitido ser dioses (si entendemos esta expresión correctamente); si queremos ser eternamente felices, no hay más que un camino: amando. Y sepamos, pues, que en ello, la iniciativa la ha tenido Dios mismo: entregándonos a su Hijo, dándonos a nosotros lo que más ama. El autor nos habla del “nacer” de Dios y “conocer” a Dios. Ya sabemos que el “conocer” es un verbo bíblico de tonos especiales que no contempla primeramente lo intelectual, sino lo que hoy llamamos lo “experiencial”. Tener experiencia de Dios es sentir su amor.
Evangelio. Juan (15,9-17): La experiencia del amor del Padre en Jesús
III.1. El evangelio de Juan, en esta parte del discurso de despedida de la última cena de Jesús con sus discípulos, insiste en el gran mandamiento, en el único mandamiento que Jesús ha querido dejar a los suyos. No hacía falta otro, porque en este mandamiento se cumplen todas las cosas. Forma parte del discurso de la vid verdadera que podíamos escuchar el domingo pasado y, sin duda, aquí podemos encontrar las razones profundas de por qué Jesús se presentó como la vid: porque en su vida, en comunión con Dios, en fidelidad constante a lo que Dios es, se ha dedicado a amar. Si Dios es amor, y Jesús es uno con Dios, su vida es una vida de entrega.
III.2. Por ello, los sarmientos solamente tendrán vida permaneciendo en el amor de Jesús, porque Jesús no falla en su fidelidad al amor de Dios. Jesús quiere repetir con los suyos, con su comunidad, lo que Dios ha hecho con él. Jesús siente que Dios le ama siempre (porque Dios es amor) y una comunidad no puede ser nada si no se fundamenta en el amor sin medida: dando la vida por los otros. Dios vive porque ama; si no amara, Dios no existiría. Jesús es el Señor de la comunidad, porque su señorío lo fundamenta en su amor. La comunidad tendrá futuro si ponemos en práctica el amor, el perdón, la misericordia de los unos con los otros. Ese es el signo de los hijos de Dios.
III.3. Con una densidad, quizás no ajustada al lenguaje del Jesús histórico, el autor del cuarto evangelio nos adentra en el mundo del amor y de la amistad con Dios, con Jesús y entre los suyos. Es un discurso que establece unas relaciones muy particulares. Dios ama al Hijo, el Hijo ama a los suyos, éstos se llenan de alegría, ¿por qué? Porque estas son relaciones de amor de entrega, de amistad. Son términos que la psicología recoge como los más curativos para el corazón y la mente humana. Todos sabemos lo necesario que es ser amado y amar: es como la fuente de la felicidad. El Jesús de San Juan, pues, se despide de los suyos hablándoles de cosas trascendentales y definitivas. No hay otro mensaje, ni otro mandamiento, ni otra consigna más definitiva para los suyos. No está la cuestión en preguntarse solamente ¿qué tenemos que hacer?, aunque se formule en mandamiento, sino ¿cómo tenemos que vivir? : amando.
III.4. ¿Es amor de amistad (filía) - como en los griegos-, o más bien es amor de entrega sin medida (ágapê)? Sabemos que San Juan usa el verbo “fileô”, que es amar como se aman los amigos, en otros momentos. Pero en este texto de despedida está usando el verbo agapaô y el sustantivo ágape, para dar a entender que no se trata de una simple “amistad”, sino de un amor más profundo, donde todo se entrega a cambio de nada. El amor de amistad puede resultar muy romántico, pero se puede romper. El amor de “entrega” no es romántico, sino que implica el amor de Dios que ama a todos: a los que le aman y a los que no le aman. Los discípulos de Jesús deben tener el amor de Dios que es el que les ha entregado Jesús. Este es el amor que produce la alegría (chara) verdadera. El “permanecer” en Jesús no se resuelve como una simple cuestión de amistad, de la que tanto se habla, se necesita y es admirable. El discipulado cristiano del permanecer no se puede fundamentar solamente en la “amistad” romántica, sino en la confianza de quien tiene que dar frutos. Por eso han sido elegidos: están llamados a ser amigos de Jesús los que aman entregándolo todo como El hizo. Esta amistad no se puede romper porque está hecho de un amor sin medida, el de Dios.
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