16 mayo 2024

CAMINANDO HACIA LA ERA DEL ESPÍRITU

 CAMINANDO HACIA LA ERA DEL ESPÍRITU

Por Gabriel González del Estal

1.- Desgraciadamente, yo creo que aún no vivimos en la era del Espíritu. Sí quiero creer, y lo espero ardientemente, que vamos caminando, muy despacito, en esa dirección. Pero, de momento, cuando miro a la sociedad y cuando me miro a mí mismo, descubro más señales y más vestigios del hombre viejo que del hombre nuevo. Aunque nos cause tristeza reconocerlo, yo creo que debemos admitir que el hombre de hoy está más esclavizado por el cuerpo, que dominado por el Espíritu. Claro que hay maravillosas y hasta divinas excepciones, pero lo que hoy domina y lo que se ve inmediatamente en casi todos los medios de comunicación es el culto al cuerpo, al goce inmediato y pasajero, al éxito fácil, al poder y al dinero. ¿Dónde están esas lenguas de fuego, esas divinas llamaradas, que incendien en amor a Dios y al prójimo a nuestros gobernantes, a nuestros empresarios, a nuestros científicos e intelectuales, al hombre de la calle y a nosotros mismos? Pues esta es la tarea de cada uno de nosotros, los cristianos: incendiar el mundo con el fuego del amor, de la paz, del perdón, de la comunión y solidaridad universal, del verdadero Espíritu del Resucitado. Si cada uno de nosotros, los cristianos, hemos vivido ya nuestro Pentecostés particular, deberemos perder el miedo y salir a la calle con valentía, demostrando con nuestras palabras y con nuestro comportamiento que es el Espíritu de Jesús de Nazaret el que nos guía. Sólo así podremos celebrar con dignidad la fiesta de Pentecostés. ¡Caminemos hacia la era del Espíritu! Con esta esperanza nos ponemos hoy en oración, rezando: ¡Ven, Espíritu divino!

2.- Cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua. Hay una lengua universal que entienden todos los hombres de buena voluntad, es la lengua del Espíritu. En la mañana de Pentecostés, cuando los discípulos del Resucitado estaban reunidos en el mismo lugar, se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar cada uno en la lengua que el Espíritu les sugería. Estaban tan llenos del Espíritu que todas las palabras que decían y todos los gestos que hacían eran voz del Espíritu. Cuando la madre Teresa de Calcuta se acercaba a un enfermo, este inmediatamente la entendía, porque la veía llena del Espíritu y veía que le hablaba y le atendía con la voz y con el amor del Espíritu. El Espíritu siempre crea comunidad y comunión, porque el Espíritu es como una luz que penetra las almas y fuente del mayor consuelo; riega la tierra en sequía y sana el corazón enfermo. Preocupémonos por tener el alma llena del Espíritu, para que las palabras que digamos en cada momento sean palabras del Espíritu. Así, todos los que nos oigan hablar nos entenderán en su propia lengua.

3.- Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu. Este es nuestro consuelo: que para ser buenos cristianos da igual que tengamos oficios y cargos más altos o más bajos, que seamos más guapos o más feos, que hayamos estudiado un poco más o un poco menos. Si todo lo que decimos y hacemos, lo decimos y hacemos en nombre del Espíritu y movidos por el Espíritu, todo contribuirá al bien común. Puesto que todos somos miembros del cuerpo de Cristo, lo importante es que cada uno realice con la mayor dignidad posible la función que le ha sido encomendada. No nos van a juzgar por los muchos o pocos dones que hayamos recibido del Espíritu, sino por el uso que hagamos de esos dones recibidos.

4.- Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Si nos sentimos discípulos del Resucitado, debemos sentirnos enviados. Enviados para predicar el evangelio de Jesús, el evangelio de la paz, del perdón, de la alegría. En ese primer día de la semana, nos dice el evangelista San Juan, Jesús se puso en medio de ellos y les llenó de paz y alegría: los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. También mandó el Señor a sus discípulos que fueran mensajeros del perdón de Dios: a todos a los que perdonéis los pecados, les quedan perdonados. ¡Qué bella misión nos ha encomendado el Señor! Que seamos mensajeros de paz, de alegría y de perdón. Debemos intentar que nuestra predicación, y toda nuestra vida, llenen de paz, de alegría y de perdón el alma de todas las personas de buena voluntad que se acerquen a nosotros.

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