Hay palabras que, por mucho que se explique su significado, hace falta vivirlas para entenderlas. Y una de esas palabras es “amigo”. La definición de amigo es “una persona con quien se tiene una relación de afecto desinteresado, que nace y se fortalece con el trato», pero sabemos que esta definición, por muy correcta que sea, no contiene todo lo que es y supone ser amigo de alguien, porque la amistad está hecha de múltiples sentimientos, palabras, silencios, experiencias… que, en su conjunto, nos hacen tener la certeza de que alguien es nuestro amigo y de que nosotros somos amigos de alguien. Y por eso entendemos perfectamente lo que dice el libro del Eclesiástico 6, 14: Un amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro.
Llegando ya al último tramo del tiempo pascual, el Evangelio de hoy nos ha traído un tesoro: la amistad de Jesús: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
Jesús Resucitado nos llama amigos, Él ha dado el primer paso de esa amistad: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido. Y, además nos ha demostrado que es nuestro amigo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Él dio su vida en la Cruz por nosotros.
Pero la amistad, para ser verdadera, debe ser recíproca, hay que corresponder a ella. De ahí que Santa Teresa de Jesús decía: “cuando los tiempos son recios, son necesarios amigos fuertes de Dios” (Vida 15, 5). Sus tiempos eran “recios”, como lo es nuestro tiempo, con profundos cambios, dificultades, incertidumbres… pero, por eso mismo, los tiempos recios son también tiempos de oportunidades, y ahora tenemos la oportunidad de ser amigos fuertes de Dios.
Y, puesto que la amistad nace y se fortalece con el trato, para ser amigos fuertes de Dios nos hace falta tratar con Él: primero con la oración, que también en palabras de Santa Teresa es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama”. (Vida 8, 5) Tratar de amistad, es decir, abrir de verdad nuestro corazón ante Él, manifestarle con confianza nuestra pequeñez, nuestros miedos, nuestras angustias, nuestras esperanzas… como hacemos con nuestros amigos.
Y junto con la oración, la Eucaristía, la presencia real de Cristo, porque la Eucaristía hace posible que permanezcamos en su amor, como Él nos ha dicho, y que podamos dar fruto.
Porque la frase completa de Santa Teresa de Jesús es: “cuando los tiempos son recios, son necesarios amigos fuertes de Dios para sostener a los flojos”. La amistad con el Señor no es algo intimista, cerrado entre Él y yo, sino que se proyecta en los demás, sobre todo en los más débiles, en quienes más lo necesitan. Por eso también ha dicho Jesús: Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Es un tesoro que Jesús sea nuestro amigo, y por eso conlleva un compromiso por nuestra parte para hacer crecer y madurar esa amistad, haciendo lo que Él nos manda: que os améis unos a otros.
La amistad con el Señor, que nos ama y acoge a cada uno con nuestras cualidades y defectos, nos mueve a amar y acoger a los otros del mismo modo, y así también ellos podrán conocer a Dios, porque como decía el apóstol San Juan en la 2ª lectura: amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios… porque Dios es amor. Procurando cumplir el mandamiento del amor va fortaleciéndose nuestra amistad con Dios y, a la vez, estaremos aportando nuestro testimonio de fe y esperanza en estos tiempos recios.
Un amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro. Pensemos hoy en nuestros amigos: ¿Cómo se ha ido gestando esa amistad? ¿Qué hago para cuidarla? ¿Qué me aportan, y qué les aporto yo a ellos? ¿Puedo decir que soy amigo de Jesús? ¿Cómo cuido su amistad, es para mí un tesoro? ¿Qué hago para que sea “fuerte”? ¿Trato de amistad con Él en la oración, la Eucaristía me hace permanecer unido a Él? ¿Hago lo que me manda? ¿Cómo amo a los demás?
Es verdad que, en estos tiempos tan recios, se necesitan amigos fuertes de Dios. El camino para llegar a serlo, como ocurre con las amistades humanas, pasa por el encuentro personal con Cristo, un encuentro que cambia nuestro corazón y que abre un horizonte nuevo a nuestra existencia.
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