2ª lectura Solemnidad de Pentecostés
1ª) El Espíritu al servicio de la fe cristológica.
Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Esta tarea del Espíritu es fundamental para la Iglesia. El Espíritu es el continuador de la obra de Jesús, el que había de facilitar la comprensión de la identidad de Jesús y el sentido profundo de sus palabras. Pues bien, el Apóstol Pablo recuerda en este fragmento que la confesión pública (reconocer a Jesús como Señor) sólo es posible en el Espíritu Santo. Tanto en la confesión solemne ante los tribunales como en el testimonio el mismo Espíritu Santo es quien acompaña y empuja a los creyentes a realizar este acto de fe. Sólo con y en el Espíritu Santo es posible realizar esta confesión. La expresión no significa una simple jaculatoria. Es algo más amplio y más profundo.
2ª) Diversidad de dones para un mismo bien común
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu…En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. El Espíritu es soberano para distribuir los carismas y los dones para el bien de la Iglesia. Acoger esta diversidad de dones es acoger la acción providente del Espíritu. En la primera Iglesia como en la actual abundan los dones. Todos los carismas, con su distinta función y misión, proceden del mismo Espíritu. Pero Pablo nos advierte severamente, apoyado en la experiencia dolorosa de su querida comunidad de Corinto, que nadie se arrogue carismas que no ha recibido, que nadie se vanagloríe de su carisma como si le fuera concedido por méritos propios. Y que nadie los utilice para crear división. Todo ello estaría fuera del proyecto del Espíritu cuando concede los carismas. Estos carismas manifiestan la diversidad para conseguir la comunión y la unidad.
3ª) El Espíritu rompe separaciones y nos hermana a todos
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El nuevo título de la pertenencia al pueblo de Dios ya no es la sangre heredada, sino el bautismo. Este sacramento de regeneración hermana a todos los pueblos que aceptan el mensaje, porque es un nuevo nacimiento en el Espíritu y, por tanto, se establecen nuevas relaciones. Por eso el bautismo en un mismo Espíritu anula y hace desaparecer las diferencias antiguas. Todos formamos un mismo cuerpo. Pentecostés nos invita de diversas maneras a abrir fronteras y ensanchar horizontes.
Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
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