Hoy es 14 de abril, domingo de la III semana de Pascua.
La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Decía san Agustín: Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él. Cada momento de oración como este puede ser una oportunidad única para encontrarte contigo mismo y con el Dios que está vivo y te habita.
La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 21, 1-19):
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.»
Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron: «No.»
Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
El relato está lleno de contrastes. Comienza de noche, pero después amanece. Al principio los discípulos no consiguen pescar nada, pero luego la red está repleta. Con Jesús todo se transforma. Su presencia, su aliento y su palabra pueden cambiarlo todo. Quizás hay ámbitos de tu vida y de tu entorno que te gustaría que fuesen transformados por el resucitado.
Los discípulos son pescadores, conocen bien su oficio, pero Jesús les tiene que decir que echen las redes en la dirección contraria. ¿Estás abierto a cambiar de rumbo, a mirar en otras direcciones, a dejarte sorprender? ¿A hacer, a la manera de Jesús, aquello que has hecho a tu manera?
Ahora continúa la escena, han comido, se han reconocido, es la hora de la amistad y también la hora de dejar salir lo que pesa en el corazón.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
Pedro, el que negó y abandonó a Jesús es ahora elegido y confirmado como pastor de la Iglesia. Ante Jesús su amor es más importante que sus pecados. ¿Vives agradecido tu condición de pecador querido, llamado y elegido por Dios?
Imagina los sentimientos de Pedro. La mezcla de dolor y esperanza. La culpabilidad que arrastra por haber negado a su maestro y la alegría de encontrarlo vivo y resucitado. La tormenta interior ante esas preguntas de Jesús, se va calmando, al darse cuenta de que con sus preguntas, Jesús le está ayudando a sanar. Imagina su alegría profunda al saberse perdonado y sentir que Jesús sigue confiando en él.
Amo, Señor, tus sendas
Amo, Señor, tu sendas,
y me es suave la carga
que en mis hombros pusiste;
pero a veces encuentro que la jornada es larga,
que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste,
que el agua del camino es amarga, es amarga,
que se enfría este ardiente corazón que me diste;
y una sombría y honda desolación me embarga,
y siento el alma triste y hasta la muerte triste…
El espíritu es débil y la carne cobarde,
lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,
de la dura fatiga quisiera reposar…
Mas entonces me miras… y se llena de estrellas,
Señor, la oscura noche; y detrás de tus huellas,
con la cruz que llevaste, me es dulce caminar.
José Luis Blanco Vega
El Señor vuelve con sus discípulos, con aquellos amigos que le negaron o le abandonaron. Y vuelve no para afear conductas, sino para fortalecer y confirmar la misión. Habla con ese Jesús que se aparece en tu vida y hazlo con la confianza de saber que para él, el amor es siempre más fuerte que el pecado o la debilidad. Y como Pedro, deja que salga también de tu interior ese deseo: Señor, tú sabes que te quiero… Termina la oración con el deseo de hacer esa declaración de Pedro: Señor, tú sabes que te quiero…; Señor, tú sabes que te quiero…
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