21 marzo 2024

Salvar la Semana Santa

 

Salvar la Semana Santa

Ya desde finales de febrero empezó a utilizarse una expresión: “Salvar la Semana Santa”, refiriéndose al aspecto económico. Son muchas las personas que viven del turismo, hostelería, etc. y las necesarias medidas restrictivas para evitar contagios hacen peligrar sus puestos de trabajo. Había mucho en juego y se produjeron reuniones de los organismos competentes para tratar de encontrar una solución equilibrada que permitiera “salvar la Semana Santa”.

Salvar es librar de un riesgo o peligro, poner en sitio seguro. Y además de en el plano económico, también en el plano espiritual se hace necesario “salvar la Semana Santa”. Porque las grandes repercusiones económicas que tienen estos días evidencian hasta qué punto se ha abandonado la esencia de la Semana Santa para convertir estos días en unas meras vacaciones de primavera, para la mayoría sin ninguna vinculación a lo religioso o, como mucho, como simples espectadores de manifestaciones culturales y tradiciones.

Sin embargo, para un cristiano la Semana Santa es “la Semana” por antonomasia. En ella celebramos el núcleo de nuestra fe: los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, de los cuales el resto del año es como una repetición y profundización.

Si queremos no sólo llamarnos, sino ser en verdad cristianos, necesitamos “salvar la Semana Santa” en nosotros, librarnos del peligro de convertir la Semana Santa en unos meros días de vacaciones. También debemos estar seguros de que no pasamos estos días como simples espectadores.

“Salvar la Semana Santa” supone que todo lo demás, en estos días, pasa a un segundo plano: que la participación en las celebraciones y actos litúrgicos sea prioritaria y fundamental para nosotros; que la oración la cuidemos más, precisamente porque tenemos más tiempo.

Aunque este año no haya procesiones, aunque muchos actos litúrgicos se suspendan, tendremos lo esencial, que además es lo único importante: las celebraciones de la Eucaristía y los Oficios, que nos permitirán acompañar al Señor desde la oración en su Pasión, Muerte y Resurrección, y dejándonos cuestionar por la Palabra de Dios que escuchamos.

Hoy, Domingo de Ramos, el Evangelio de la entrada del Señor en Jerusalén nos hace cuestionarnos si somos de los que lo aclamamos fervorosamente cuando las cosas nos van bien: Bendito el que viene el nombre del Señor, pero que cuando nos van mal no dudamos en decir: Crucifícalo.

Si somos capaces de “velar con el Señor”, de ser constantes en la oración, en el compromiso, o bien “nos dormimos” como Pedro, Santiago y Juan.

Si somos como Pedro, muy “valientes” de labios para afuera: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré, pero cuando nos encontramos ante personas o ambientes contrarios a nuestra fe, nos acobardamos: No conozco a ese hombre que decís.

Si somos como los que, al ver a Jesús crucificado, se burlan de Él y piensan que todo esto son patrañas: A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar.

Si somos como las mujeres o como José de Arimatea, fieles al Señor aunque no entendamos nada y aunque ya no nos quede esperanza.

Necesitamos “salvar la Semana Santa”, no simplemente por el aspecto económico, sino por nuestra propia vida y salvación: porque los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús son los que nos salvan a nosotros mismos.

Y nos salvan porque son la manifestación del amor extremado de Dios hacia nosotros, la prueba de que tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.

Empecemos ya a “salvar la Semana Santa”, enterémonos de las variaciones de horarios y otras medidas que se adopten en nuestra parroquia para participar en las diferentes celebraciones, procuremos entre todos lograr un ambiente de silencio y oración que facilite la oración y el encuentro con el Señor, para que podamos exclamar, como el centurión del Evangelio: Realmente, este hombre era Hijo de Dios.

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