(Mc 11, 1-10)
Jesús entra en Jerusalén, la ciudad amada, montado en un burrito, y así cumple la profecía de Isaías: «Mira a tu rey que está llegando, humilde, montado en un burrito» (Is 62, 11).
Jesús es presentado como rey; por eso alfombraban el camino con sus mantos para que él pasara. Mateo y Marcos nos dicen también que lo recibieron aclamándolo con ramos, y ese era el modo tradicional de recibir a un rey en su entrada triunfal a una ciudad.
Al llamarle hijo de David se ve que lo consideraban el rey Mesías, el esperado; y al llamarle profeta (según Mateo) se lo recibía como el gran profeta anunciado antiguamente (Deut 18, 15).
El grito «hosanna» era una aclamación del Salmo 118, un salmo muy popular que se cantaba en la fiesta de las chozas. El evangelio de Lucas destaca esta alabanza alegre y entusiasta que Jesús debía recibir; por eso Jesús dice: «Si éstos callan gritarán las piedras» (Lc 19, 40).
Pero el detalle de Mt 21, 10 muestra que no era toda la ciudad la que lo esperaba y lo aclamaba, ya que muchos lo desconocían.
El sentido profundo de estos textos en la celebración del domingo de Ramos es abrirnos espiritualmente a la Semana santa que comienza reconociendo a Jesús como el rey salvador que necesitamos, reconocer que es él quien debe tener dominio sobre nuestras vidas para que podamos sentirnos seguros, firmes, felices, serenos, para que nuestra vida esté verdaderamente a salvo.
Debe reinar él, debe ejercer él su señorío, para que no nos domine el poder del pecado, el odio, el miedo, la injusticia, la tristeza. Los ramos, que son el símbolo de este día, deben recordarnos que Jesús es el rey de nuestras vidas, de nuestro hogar, de todo lo que somos y tenemos.
Oración:
“Señor, también yo quiero bendecirte y proclamarte rey y señor. Y te acepto como rey de mis pensamientos, de mis afectos, de mis planes, de mi familia, de mis trabajos, de todo lo que soy, de todo lo que tengo, de toda mi vida y de todo mi ser»
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