MONICIÓN DE ENTRADA
Bienvenidos sean todos ustedes, hermanos y amigos. Nos sentimos felices de que estén aquí entre nosotros, y les deseamos paz y alegría de parte del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La cuaresma es un camino de fe y obediencia a Dios. En este II Domingo de Cuaresma la Liturgia de la Palabra nos habla de escuchar a Dios y hacerle caso, escucharlo y obedecerlo. Pero eso sólo es posible desde la fe, desde que confiemos ciegamente en su amor eterno. Veremos a Abraham en actitud de escucha y obediencia total a un misterioso mandato de Dios. En el Monte Tabor el Padre mismo nos manda que le hagamos caso a su Hijo. Sólo escuchando a Jesús podremos llegar a la obediencia de la fe y la transfiguración.
Llenos de alegría por la Presencia del Resucitado aquí y ahora entre nosotros, pongámonos de pie para darle gracias a Dios Padre.
MONICIÓN PRIMERA LECTURA (Génesis 22,1-2.9-13.15-18)
La obediencia de Abraham en el sacrificio de su hijo trasciende todo parámetro racional. Sólo desde la fe se puede entender este gesto del Patriarca. Escuchemos con atención.
Lectura del libro del Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18
En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole:
—«¡Abrahán!».
Él respondió:
—«Aquí me tienes».
Dios le dijo:
—«Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré».
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:
—«¡Abrahán, Abrahán!».
Él contestó:
—«Aquí me tienes».
El ángel le ordenó:
—«No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo».
Abrahán levanto los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.
El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:
—«Juro por mí mismo —oráculo del Señor—: Por haber hecho esto, por no haberte reservado a tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido».
Palabra de Dios.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: Salmo 115, 10 y 15. 16-17. 18-19 (R.: Sal 114,9)
MONICION SEGUNDA LECTURA (Romanos 8,31-34)
Pablo nos recuerda que toda nuestra fuerza, alegría, esperanza y libertad nace de la certeza de que Dios está con nosotros. Porque si Él está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Escuchemos.
SEGUNDA LECTURA
Dios no perdonó a su propio Hijo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 31b-34
Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?
MONICION EVANGELIO (Marcos 9,2-10)
En la cumbre del monte Tabor, camino hacia Jerusalén, ante un Jesús transfigurado viene de parte de Dios Padre esta revelación y este mandato: “Este es mi Hijo amado. Escúchenlo.” Pongámonos de pie, y escuchémoslo.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
—«Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:
—«Éste es mi Hijo amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
—«No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».
Palabra del Señor.
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