El evangelio de este domingo nos presenta la escena de Jesús expulsando a los mercaderes del templo. Es una escena que la narran los cuatro evangelios, aunque con algunas pequeñas diferencias entre ellos. Hoy leemos y escuchamos el relato de Juan, que se divide en dos partes: la expulsión de los mercaderes y la breve discusión con los judíos.
Un gesto asombroso que llama la atención. A nuestra mentalidad moderna le resulta difícil valorar esta acción de Jesús, y quizá no capta sus consecuencias. Al escuchar este pasaje, nos ponemos de su parte, sin más, y consideramos unos viles traficantes a los mercaderes del templo, acusándolos de comerciar en un recinto sagrado. Pero visto desde el punto de vista de los judíos religiosos, el problema es mucho más grave. Porque si no hay vacas, ni ovejas, ni palomas, ¿qué sacrificios pueden ofrecer al Señor? ¿Si no hay cambistas de moneda, cómo podrán pagar su tributo al templo?
Nuestra respuesta tal vez sea simple: que no ofrezcan nada, que no paguen tributo, que se limiten solo a rezar. Esa es la postura de Jesús. Pero el caso es que Jesús va mucho más allá, porque usa una violencia desconocida en él. El texto nos lo muestra trenzando un azote, golpeando a vacas y ovejas, volcando las mesas de los cambistas.
Si tuviésemos que trasladar esa escena a hoy, tendríamos que imaginar a Jesús entrando en una iglesia, o mejor, en una catedral, donde empieza a ver que lo que allí se hace no tiene nada que ver ni con la oración ni con lo espiritual; y empieza a tirarlo todo: cálices, copones, velas, imágenes de santos, flores, bancos… ¡todo!
¿Cuál sería nuestra reacción? Posiblemente nos pareceríamos bastante a los judíos, acusaríamos a Jesús de impedirnos decir misa, de poder comulgar, incluso rezar.
¿Y cuál es la reflexión a que nos llama este pasaje? Lo que hay que decir es que ese gesto violento de Jesús tiene un valor profético. No va solamente contra los abusos del templo, sino contra la misma idea materialista del templo. Jesús quiere defender a todos los templos vivos, verdaderos templos de Dios, de toda profanación, de todo mercantilismo, de toda adulteración religiosa.
Y podemos dar un paso más. El látigo de Jesús sigue levantado contra todos los mercaderes de nuestros templos actuales; y no me refiero a esos comercios religiosos, tiendas de souvenirs, adosadas a los santuarios e iglesias y en tantos negocios en torno a lo sagrado. La amenaza de Jesús es mucho más seria y profunda, y va dirigida contra todos los mercaderes y profanadores de ‘templos humanos’, contra todos los mercaderes y profanadores de los ‘templos vivos’ de Dios, que son los seres humanos. El látigo de Jesús sigue levantado contra los que compran y venden por placer el cuerpo humano, contra los que trafican por puro negocio con los hombres y mujeres empobrecidos, contra los que destrozan la inocencia de un niño o una niña, los que pisotean con odio la dignidad de los pobres de esta tierra, los que matan la vida y el futuro de tantos seres humanos que “valen menos” que un animal.
Agustín Fernández, sdb
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