Hemos comenzado con el rito de la ceniza nuestro camino hacia la Pascua y, al hacerlo, como Santiago, Pedro y Juan, necesitamos apartamos por lo menos del ruido, superficialidad y “más de lo mismo” para prepararnos a la muerte y resurrección de Cristo. Sólo así, si lo hacemos así (eucaristía, oración, vigilia, caridad, contemplación) llegaremos a la Semana Santa con una actitud distinta: no es vacación sino devoción.
1.Mirar a nuestro alrededor es caer en la cuenta de muchos rostros desfigurados o deprimidos porque tal vez, hace tiempo, dejaron de sentir y de escuchar aquello de “tú eres mi hijo amado”.
De nuevo, en este segundo domingo de cuaresma, Jesús nos invita a reemprender el camino junto con El. No será una senda fácil ni de respuestas a la carta. Pero, como siempre, nos lanzará a la cruda realidad ayudados de su mano y sobrecogidos si, de verdad, hemos intentado tener una experiencia profunda de El y con El.
A nadie nos gusta la cruz pesada; a ninguno nos seduce el final de un camino dibujado con el horizonte de las espinas o del dolor. Preferimos, y hasta echamos en falta, una vida más merengada y con éxitos, sin llantos ni pruebas, sin lamentos ni zancadillas, tranquila y sin sobresaltos. Todos sabemos…que no siempre es así.
El anuncio de su pasión y muerte, por parte de Jesús, nos trae a la memoria la inquebrantable fe de los recientemente asesinados 20 cristianos coptos o el testimonio de tres ancianas cristianas de Irak: “¿Por qué nos matáis si sólo damos amor?”. Y, aquí, se ponen las cartas sobre la mesa: nosotros acostumbrados a una fe costumbrista y, aquellos, a una fe radical llevada hasta el martirio. ¡Casi nada!
2.El domingo pasado, Jesús en el desierto, nos recordaba que –la tentación- avanzará en paralelo con nosotros, pero que nunca nos faltará la fuerza de Dios para darle batalla y progresar hacia la victoria. Hoy, con su Transfiguración, da un paso más: nos toma de su mano y nos lleva a un lugar tranquilo ( por ejemplo la Eucaristía o la misma Palabra de Dios) para que nos vayamos configurando con El, meditemos sus enseñanzas o reconstruyamos de nuevo ese edificio espiritual y hasta corporal que las prisas, el agobio, el egoísmo, el individualismo y la superficialidad han demolido.
También nosotros somos testigos de la Resurrección de Cristo. No estamos en el monte Tabor como meros espectadores o marionetas. Nuestra presencia, aquí y ahora, en la oración o en los sacramentos, nos debe de empujar a ser algo más que simple adorno, en la misión o en el apostolado que llevamos entre manos. ¡Qué más quisiéramos, como Pedro, construir tiendas lejos del ruido y de los dramas de la humanidad! Pero, el Señor, si nos lleva a un lugar apartado, es para que comprendamos y entendamos que vivir en su presencia en esta vida, es un adelanto de lo que nos espera el día de mañana: la Gloria de Dios y el compromiso activo en el día a día.
Hoy, con el evangelio en la mano, podríamos preguntarnos si en algún momento (ante los amigos, enemigos, cercanos o lejanos) hemos dado firme testimonio de nuestra fe. O si, tal vez, por miedo al rechazo hemos preferido esconder la fe en el bolsillo como se hace con una tarjeta de crédito.
La fe no es algo bonito (aunque tenga sus expresiones estéticas, artísticas y musicales). La fe es algo que, cuando uno lo lleva hasta sus últimas consecuencias no deja indiferente a nadie: ni al que la profesa ni al que la observa.
2º cuaresma (B)
Javier Leoz
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