1. La transfiguración de Jesús se sitúa evangélicamente en un momento crucial de su ministerio, a saber, después de la confesión mesiánica de Pedro en Cesárea de Filipo. Incomprendido por el pueblo (que lo desea político) y rechazado por las autoridades (que no lo quieren politizado), Jesús se dedica en la segunda parte de su vida a revelar su persona al grupo de sus discípulos para confirmarlos en la fe. En la transfiguración se descubren las dos facetas básicas de la personalidad de Jesús:
una, dolorosa: la marcha hacia Jerusalén en forma de subida, que para los discípulos es entrega incomprensible a la muerte;
la otra, gloriosa: Jesús muestra en su transfiguración un anticipo de la gloria futura.
2. En el evangelio de la transfiguración hay una serie de imágenes escatológicas (choza, acampada, Moisés y Elías), cristológicas (Hijo de Dios, entronización mesiánica) y epifánicas (montaña, transfiguración, nube, voz) que describen la personalidad de Jesús como Kyrios, con un señorío eminentemente pascual.
La «montaña» es lugar de retiro y de oración; la «transfiguración» es una transformación profunda a partir de la desfiguración; «Moisés y Elías» son las Escrituras; la «tienda» es signo de la visita de Dios, unas veces oscura, otras luminosa, como lo indica la «nube». En definitiva, es relato de una teofanía o de una experiencia mística. Si nos fijamos en el itinerario del relato, vemos que tiene cuatro momentos:
1) la subida, que entraña una decisión;
2) la manifestación de Dios, que simboliza el encuentro personal;
3) la misión confiada, que es la vocación apostólica;
y 4) el retorno a la tierra, que equivale a la misión en la sociedad.
3. La llamada de Dios a formar parte de una comunidad exige una conversión respecto del modelo único e irrepetible del creyente por antonomasia, Jesucristo. Discípulos de Jesús son quienes aceptan la llamada de una voz o la palabra de Dios decisiva y personal que incide en lo más profundo del ser humano. Escuchar a Jesús es una característica esencial del discípulo cristiano. Esto entraña «encarnarse», es decir, aceptar con seriedad la vida misma, con ráfagas de «visión» y torbellinos de «espanto», con la esperanza de salir victoriosos del combate de la misma vida, seguros de la fe en el Transfigurado. Jesús se hace prójimo de todos los hombres mediante la entrega de su propia vida.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Tenemos experiencia personal de Dios?
Casiano Floristán
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