(Mc 1, 29-39)
Este texto resalta de distintas maneras el poder de Jesús que viene a hacer presente el Reino de Dios y a liberar al hombre del poder del mal. La mano de Jesús que sostiene y cura a la suegra de Pedro recuerda la figura de la mano fuerte de Dios, tan presente en el Antiguo Testamento. Esa mano divina da seguridad: “Tu mano me sostiene” (Sal63, 9; 73, 23).
Con ese mismo poder de su mano Jesús pasa por todas partes curando enfermos y expulsando demonios; el poder del mal se rinde ante su mano fuerte.
Esa misma mano fuerte de Jesús es la que puede fortalecernos y liberarnos de nuestros males más profundos, esa misma mano que acaricia con ternura pero que tiene potencia divina puede sostenernos en la dificultad y arrancar de nuestras vidas los poderes del mal que a veces nos esclavizan.
Pero en el encuentro con el Padre, muy de madrugada, Jesús bebía del poder que se manifestaba durante la jornada. De la intimidad con su Padre Jesús obtenía todo lo que comunicaba a los demás, la fuerza que transmitía.
En la curación de la suegra de Pedro se destaca un detalle importante: que la mujer, inmediatamente después de ser curada, se pone a servir a los presentes.
Esto indica que cuando buscamos a Dios con el deseo de ser curados de nuestras enfermedades, angustias y perturbaciones, debemos hacerlo con la intención de servir mejor a los demás y no solamente para gozar del bienestar, encerrados en nuestros propios intereses.
Oración:
“Señor, pasa por mi vida con tu mano firme, no me dejes caer Señor, arráncame del abismo de la tristeza, de la indiferencia, del pecado, y cura mis enfermedades. Fortalece mi cuerpo, pero sobre todo dame la fuerza insuperable del amor”.
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día
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