Por Gabriel González del Estal
1.- Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonaran los pecados. La figura de Juan el Bautista es una de las figuras más significativas del Adviento, tal como podemos leer en los evangelios de este domingo y del siguiente. Si, como hemos dicho, el Adviento es tiempo de preparación y penitencia, Juan el Bautista, el Precursor, predicaba con la palabra y con el ejemplo una penitencia y una preparación que terminara en la conversión y en el bautismo. Él mismo era una persona convertida, que se había retirado al desierto para prepararse al encuentro con el Señor que iba a venir y del que él no era digno ni de desatarle las correas de las sandalias. La preparación de Juan el Bautista se manifestaba en unas virtudes que eran, y siguen siendo para nosotros, fundamentales en nuestra vida cristiana. La sobriedad en el comer y en el vestir. ¡Cuánto dinero inútil gastamos muchos de nosotros en comprar vestidos que no necesitamos y en comer más, o más caro, de lo que pudiéramos y debiéramos! En las sociedades más avanzadas, los roperos individuales están llenos de ropa que no necesitamos, y casi un tercio de la comida que se hace termina en los basureros, cuando existen millones de personas que no tienen la comida necesaria para vivir con dignidad. Otra verdad destacadísima de Juan el Bautista fue la humildad. No quiso nunca parecer el primero, porque sabía que no era. La soberbia humana es la madre de la avaricia y de muchos males de nuestra sociedad. Por pura soberbia humana pretendemos aparecer lo que no somos, humillamos al prójimo, y desencadenamos conflictos y problemas muchas veces dificilísimos después de resolver pacíficamente. A ejemplo de Juan el Bautista, en este segundo domingo de Adviento debemos nosotros fortalecer nuestro propósito de conversión, siendo sobrios en el comer y en el vestir, y siendo humildes, generosos y solidarios con las personas más pobres y desafortunadas que nosotros. Así nos prepararemos para recibir el bautismo de Jesús, el bautismo del Espíritu Santo, un bautismo que debe ser un nuevo nacimiento, dando muerte al hombre viejo y carnal que hay en nosotros y viviendo en comunión con Cristo, como criaturas nuevas y espirituales. Esto es prepararse dignamente para la Navidad.
2.- En el desierto preparadle un camino al Señor: que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale… Como un pastor apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida de las madres. También el profeta Isaías, como vemos en este bello texto, es una figura distinguida en el Adviento, en nuestro caminar hacia Dios. Y es que, durante todo el año, pero de manera muy especial en este tiempo de Adviento, debemos prepararnos para nuestro encuentro con el Señor, nuestro Dios. Debemos levantar los valles, es decir, no dejarnos vencer por nuestras cobardías y debilidades, levantar el ánimo; debemos abajar los montes y colinas, es decir, rebajar nuestra soberbia y vanidad; enderezar lo torcido e igualar lo escabroso, es decir, corregir nuestros desvíos sentimentales y pasionales, quitar las piedras emocionales y de comportamiento que dificultan nuestro caminar hacia Dios. Sabemos que en todo esto nos dio buen ejemplo el Señor Jesús, nacido en la pobreza de Belén, y señalándonos después con su vida cuál debe ser nuestro verdadero camino de vida. Jesús, como un buen pastor, nos alimenta con su propia carne y sangre en la eucaristía, nos cuida, nos dirige y nos protege de todo mal.
3.- Queridos hermanos: no perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día… Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en la que habite la justicia. Tiene razón san Pedro, en lo que aquí dice: el Señor es eterno, mil años no son nada comparados con la eternidad. Lo que pasa es que nosotros somos temporales y efímeros, y cada día, para nosotros, es un mundo, y creemos y queremos que las cosas se arreglen en un día. Aprendamos a mirar las cosas desde la eternidad de Dios y esperemos y creamos que las promesas de Cristo se cumplirán. Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, donde nosotros viviremos, aunque no sabemos cuándo. También para nosotros, como lo era para san Pedro, el Adviento, la espera de la venida definitiva de Cristo, es un tiempo de esperanza. La esperanza cristiana debe mantener y fortalecer cada día nuestro caminar por esta vida. Sin esperanza, la vida cristiana se derrumba; es necesario que mantengamos siempre viva y activa nuestra esperanza. La esperanza nos salva. Y que el Señor nos muestre su misericordia y nos dé su salvación, como nos dice el salmo 84.
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