Invitación a la alegría
A este domingo se ha llamado durante siglos “domingo Gaudete”, por la primera palabra del canto latino de entrada (“Gaudete in Domino semper”, alegraos siempre en el Señor), que, a su vez, está tomado de la carta de Pablo a los Filipenses.
Pero aunque no se cante esta antífona al principio de la celebración, también tienen el mismo sentido las lecturas bíblicas de hoy, así como la oración colecta, en la que le pedimos a Dios: “concédenos celebrar la Navidad con alegría desbordante”. También el salmo responsorial, que esta vez es el Magníficat de María, impregnado de alegría.
El motivo de esta alegría es muy profundo: Dios está cerca, Dios viene a nuestra vida a cumplir sus promesas de salvación. Al encender hoy la tercera vela de la Corona de Adviento, aumenta nuestra esperanza y alegría, porque se nos anuncia la cercanía del Señor.
Isaías 61, 1-2.10-11. Desbordo de gozo con el Señor
Esta página de Isaías (o del “Tercer Isaías”) es la que le tocó leer a Jesús en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, y que él, en su primera “homilía”, declaró que se cumplía en su propia persona (Lucas 4).
Con razón prorrumpe el profeta en un grito de alegría: “desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios”, después de enumerar el proyecto de Dios para su pueblo: anunciar la buena noticia a los que sufren, vendar los corazones desgarrados, asegurar la amnistía y la liberación a los cautivos, proclamar el año de gracia del Señor… Dios quiere que todos estén alegres y que los campos broten y den fruto, y que haya justicia en el mundo.
Esta vez el salmo responsorial no está tomado del AT, sino del evangelio. Es el Magníficat de la Virgen María, que hace eco al anuncio del profeta: “se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”.
1 Tesalonicenses 5, 16-24. Que vuestro espíritu entero, alma y cuerpo, sea custodiado hasta la venida del Señor
También este pasaje de Pablo empieza con la consigna “estad siempre alegres”.
En seguida se ve que para Pablo esta alegría es profunda, porque quiere a sus cristianos constantes en la oración y en la acción de gracias, y con una actitud positiva en la vida, apreciando lo bueno y los valores que nos ofrece el mundo y rechazando toda forma de maldad. De modo que puedan presentarse sin reproche ante la venida del Señor.
Juan 1, 6-8.19-28. En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis
De nuevo aparece Juan, el Precursor, como protagonista del evangelio de hoy. Ante las preguntas, un poco nerviosas, que le dirigen las autoridades de su época, Juan contesta claramente que él no es el Mesías esperado, sino la voz que anuncia su llegada. No es la luz, sino testigo de la luz, que ha sido enviado a preparar el camino al Mesías.
Juan es honesto: no se apropia en beneficio propio su misión profética, sino que orienta a todos hacia el verdadero Salvador, Jesús: “en medio de vosotros hay uno que no conocéis…”.
2
Pregón de alegría para un mundo triste y preocupado
En un mundo con bastantes quebraderos de cabeza, no está mal que los cristianos escuchemos esta invitación a la esperanza y a la alegría, basadas en la buena noticia de que Dios ha querido entrar en nuestra historia para siempre, aunque no nos resulte fácil adivinar su presencia.
Vale la pena que resuenen hoy en nuestro ánimo estas llamadas a la alegría verdadera, en vísperas de la Navidad:
“desbordo de gozo con mi Señor… me ha vestido un traje de gala… como novio que se pone la corona, como novia que se adorna con sus joyas”,
“como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia”,
“se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”,
“estad siempre alegres… que el Dios de la paz os consagre totalmente”,
“el que nos ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas”…
Las comparaciones no pueden ser más optimistas: la alegría de los liberados, de los novios que preparan su boda (luego, Jesús se comparará a sí mismo con el Novio), de los campos que abundan en brotes y frutos, y de la Virgen María que se alegra de ser elegida como Madre del Mesías.
Vale la pena que nos preguntemos: ¿estoy yo alegre por dentro, como Isaías o como María de Nazaret? Y si no es así, ¿no será porque no acabo de creerme esas palabras bonitas que decimos y que cantamos en el Adviento?
Claves positivas para la vida
Esta Buena Noticia nos lleva también, según el programa que ofrece Pablo a los suyos, a una actitud positiva en la vida.
Además de invitarnos a la alegría, nos dice que seamos constantes en la oración, que sepamos dar gracias a Dios en toda ocasión, sabiendo, por tanto, descubrir continuamente los favores que nos ha hecho en Cristo Jesús y que nos sigue haciendo en nuestra vida de cada día.
El programa sigue con unas consignas más concretas. Ante todo, que no “apaguemos el espíritu”, o sea, que no tengamos miedo a que el Espíritu de Dios suscite nuevos cansinas en el mundo y en la Iglesia. Ya el profeta Isaías (Is 42) anunciaba que el Siervo de Yahvé no iba a “apagar el pábilo vacilante, o a acabar de romper la caña resquebrajada”, sino que iba a hacer lo posible para que se recompusieran. Así nosotros somos invitados a mirar con buenos ojos todo “lo nuevo” que aparezca. Cuando desde Jerusalén enviaron a Bernabé a que viese qué sucedía en la comunidad de Antioquía, donde se estaban abriendo caminos no acostumbrados hasta entonces, él no adoptó una actitud de cerrazón y de suspicacia ante “todo lo nuevo”, sino “hombre lleno de Espíritu” como era, bendijo lo que él creyó que era obra del Espíritu. Así tal vez cambió el futuro de la Iglesia. Si Pedro hubiera sido más cobarde y no hubiera captado que era el Espíritu quien le movía a admitir a la fe a la familia del centurión Cornelio, se hubiera retrasado indebidamente el progreso de maduración universalista de la primera comunidad.
Tampoco tenemos que “despreciar el don de profecía”: a veces somos tentados de mirar con suspicacia las ideas e iniciativas de otros, o el “éxito” que otros pueden tener en su misión. Nos tendríamos que alegrar igual del bien hecho por otros como del hecho por nosotros mismos.
Eso sí, Pablo nos da otra consigna que él mismo tuvo que poner en práctica con frecuencia en su itinerario por las comunidades: “examinadlo todo, quedándoos con lo bueno”. Un cristiano tiene las antenas desplegadas para saber captar todo lo que hay de bueno en este mundo, los valores que aprecian los jóvenes o nuestros contemporáneos en general. Pero con discernimiento. No todo son contravalores, pero tampoco todo son valores en lo que aplaude este mundo nuestro. El cristiano, guiado por la sabiduría de Dios y el sentido de la Iglesia -porque el discernimiento es muy peligroso hacerlo por cuenta propia-, tiene que saber distinguir entre lo bueno y lo menos bueno y actuar en consecuencia.
Esto nos traerá equilibrio y hará que “el Dios de la paz nos consagre totalmente”.
Es una alegría exigente, la del cristiano
No todo es alegría, al menos no todo es alegría como a veces se puede entender superficialmente. Una buena noticia es también exigente. No hay en el fondo nada más exigente que el amor y la amistad.
Isaías nos ha dicho que Dios quiere hacer brotar la justicia en nuestro mundo: no puede haber alegría verdadera si no trabajamos por mejorar las cosas, la sociedad, la suerte de tantas personas que sufren.
Pablo nos ha propuesto como lema: “guardaos de toda forma de maldad”. Precisamente porque entendemos como noticia festiva la venida de Cristo, eso nos obliga a aceptar su programa de vida, a rechazar todo lo que es anti-cristiano y a luchar contra el pecado: que “vuestro ser entero, cuerpo y alma, sea custodiado sin reproche hasta la venida del Señor”.
Lo mismo el Bautista, que nos repite hoy la consigna que ya el domingo pasado le escuchábamos: “allanad el camino del Señor”. Todos sabemos que preparar el camino al que viene es una actitud comprometida y activa.
Testigos de la Luz
Como los profetas fueron portavoces de la salvación de Dios en el AT, y como Juan el Precursor fue la voz que preparaba la venida del Mesías, así ahora la Iglesia, o sea, nosotros, somos llamados a ser testigos de la Luz que es Cristo. Y como Juan no se presentó a sí mismo como el salvador, así la comunidad cristiana no tiene la misión de defenderse ni de absolutizarse a sí misma, sino la de anunciar a este mundo que la verdadera Luz está en Cristo Jesús.
A los cristianos se nos encarga la misión de ser testigos de la luz en medio de la noche, en medio del desierto, en medio de un mundo que no ve o no quiere ver esa luz, un mundo a veces desconcertado y que camina inseguro, palpando en las tinieblas o en la penumbra. En la sociedad en la que vivimos se puede decir también hoy con mucha razón, como en el caso del Bautista: “en medio de vosotros hay uno a quien no conocéis”, porque el mundo no sabe descubrir los signos de la presencia del Salvador en su historia.
El auténtico “ungido” que anunciaba el profeta, y que iba a proclamar el “año de gracia” de la salvación de Dios, fue Cristo Jesús. “Ungido” es lo mismo que “Cristo” en griego y que “Mesías” en hebreo. Ahora somos nosotros, los “cristianos”, “los que pertenecen al Ungido, a Cristo”, los que tenemos que seguir proclamando ese mismo mensaje lleno de esperanza.
Eso sí, tenemos la convicción de que ser testigos de otra Luz distinta de la que se busca en este mundo puede resultar incómodo para la sociedad y que fácilmente provoca suspicacias. A Juan no sólo le interrogaron las autoridades del tiempo, sino que, finalmente, se deshicieron de él y le eliminaron. Los cristianos no se tienen que dejar “domesticar” ni por los poderosos ni por las modas ni por las estadísticas, sino anunciar a Cristo y, a veces, denunciar lo que vean contrario a los derechos humanos y al proyecto salvador de Dios.
En concreto, ¿cómo lograremos los cristianos ser testigos eficaces de la Luz de Cristo en nuestra familia, en nuestro medio de trabajo, en nuestra sociedad? Sobre todo con nuestras obras, con nuestro estilo de vida. Seremos convincentes si también nosotros, como anunciaba el profeta, animamos a los que sufren, vendamos los corazones desgarrados, concedemos por nuestra parte la amnistía y la liberación a los cautivos y prisioneros, y proclamamos, no una fe cristiana triste y angustiosa, sino positiva y esperanzadora, centrada en el mensaje del amor y de la gracia de Dios.
Entonces sí podremos convencer a alguien que es posible otro mundo mejor, con más justicia y esperanza para todos. Por una parte, constantes en la oración y en la acción de gracias, pero también atentos a trabajar por la justicia y a luchar contra toda forma de maldad, en nosotros y en la sociedad.
Siempre que celebramos la Eucaristía, en la que se condensan de alguna manera las varias presencias del Enviado de Dios, tenemos motivos para cantar nuestra alegría, para dar gracias a Dios por su salvación, y para comprometernos a que esta celebración sea luego motor de un estilo de vida coherente que invite a otros a creer que los planes de Dios son liberadores y que vale la pena trabajar por conseguir un mundo mejor. La Eucaristía debe ayudarnos a crecer en alegría y también en compromiso cristiano.
Los hombres de nuestro tiempo no ven ya a Jesús por las calles de la ciudad.
Nos ven a nosotros, los cristianos. ¿Nos verán como profetas y trabajadores de más esperanza, de más luz, de más amor, de más justicia? ¿Verán que nuestras preferencias, como anunciaba el profeta, están por los pobres, por los que sufren, por los corazones desgarrados, por los cautivos y prisioneros? Entonces sí merecerá la pena el Adviento y la Navidad.
José Aldazábal
Domingos Ciclo B
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