NO VALE ENGANCHARSE A ÚLTIMA HORA
1.- Que Dios es grande todos lo sabemos. Que su misericordia es ilimitada, lo anunciamos y pregonamos –una y otra vez– en nuestras homilías y conversaciones, grupos, reflexiones y tratados de teología. Que, Dios, en un gran buscador de todo lo perdido lo palpamos en muchos momentos de nuestra existencia y, lo escuchamos especialmente, en la parábola de la oveja perdida.
Estamos tan acostumbrados a proclamar que Dios es tan bueno que, en ocasiones, podemos correr el riesgo de pensar que Dios debe ser demasiado tonto y que, por lo tanto, todo vale, todo cuela…aunque seamos unos ladronzuelos de tercera.
En todo, y para todos, siempre hay una última oportunidad. No podemos confiarnos demasiado, o mejor dicho, dejarlo todo a merced de Dios.
En cierta ocasión un viajero, acostumbrado a recorrer su país en tren, daba tanto margen de confianza a su reloj que, un buen día, en el viaje más importante que le quedaba por emprender llegó a la estación y comprobó con gran decepción que el ferrocarril había partido minutos antes.
2.- La Iglesia, como novia del Señor, vive ansiosa y gozosa, sufriente y en medio de pruebas, alentando, animando las lámparas de tantas doncellas representadas por miles y miles de cristianos que pertenecen y alimentan su fe en Cristo dentro de ella.
--En unos, desgraciadamente, por excusas o por diversas razones, la fe ha ido languideciendo, empobreciéndose, haciéndose menos visible y luchadora.
--En otros, por la fuerza del Espíritu, la antorcha de la fe sigue viva y operativa, sabiendo que Dios en cualquier momento, personal o colectivamente, puede llamarnos a su presencia.
--¿Qué hay muchos vientos que intentan apagar multitud de llamas que reflejan el amor y la presencia de Dios en el mundo? Por supuesto que sí.
--¿Qué existen “apagavelas” que pretenden erigirse en fuegos de artificio ocultando la verdad de las cosas y del hombre? Por supuesto que sí.
Pero, en medio de todo ello, la parábola de hoy nos llena de esperanza y nos infunde hasta un santo orgullo: seguimos esperando al Señor, sin dormirnos en los laureles. Y lo hacemos manteniendo vivo nuestro fuego con la leña de su palabra y el soplo de su Espíritu.
3.- Si venimos a la Eucaristía, todos los domingos, es porque entendemos que hemos de consagrar todas nuestras energías para formar parte del banquete celestial. Un estudiante no puede pasar los exámenes últimos si no ha estudiado todo el año. El atleta no participará de los juegos olímpicos si no se ha ejercitado cientos de horas durante muchos meses. El escalador no llegará a la cumbre si no sube, poco a poco, lo abrupto de la montaña y ataca los riscos más empinados.
Como siempre, y ahí está también la grandeza de nuestra fe, lo de mucho valor implica mucho sacrificio. Una carrera a última hora, además de crear fatiga y riesgo de infarto, no es suficiente para llegar a tiempo a los sitios. Ni, incluso, para conquistar el corazón de Dios, por muy bueno que sea.
Si preparamos tantos momentos en nuestra vida (bodas, viajes, empresas, trabajos, comidas) ¿cómo no vamos a dedicar ilusión y esfuerzo en preparar ese encuentro de tú a tú con Dios?
Ciertamente, la sensatez, nos dice que la Eucaristía dominical es imprescindible y hace extraordinario cada domingo. Creatividad, oración, empeño, ilusión, constancia, gusto y perseverancia, son entre otras muchas, los ingredientes de un buen aceite para la lámpara de nuestra fe.
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Javier Leoz
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