Desde hace un tiempo, lamentablemente se ha popularizado la expresión “hacer un sinpa”. Consiste en que una o varias personas se marchan de un bar, restaurante, gasolinera o cualquier otro servicio “sin-pa-gar” lo consumido. Algunas personas que lo han hecho se jactan de ello, pero no piensan en las consecuencias que tiene no sólo para las víctimas de su delito, sino para ellos mismos, porque puede acarrearles una multa e incluso, si reinciden, penas de prisión.
Aunque a la mayoría nos produce rechazo que alguien haga un “sinpa”, hoy la Palabra de Dios nos invita a reflexionar si nosotros, de un modo más o menos consciente, no estaremos haciendo algún que otro “sinpa” no sólo en lo económico, sino también con Dios.
En el Evangelio hemos escuchado el encuentro que Jesús tuvo con unos discípulos de los fariseos y unos partidarios de Herodes, que querían comprometer a Jesús con una pregunta: ¿es lícito pagar el impuesto al César, o no? Los que preguntan a Jesús le están preguntando si es lícito hacer un “sinpa” al César, es decir, no pagar impuestos. El imperio romano había sometido al pueblo de Israel y el hecho de pagar impuestos al César se veía como una afrenta y un signo de sumisión, por lo que algunos creían que dejar de pagar equivalía a un acto de rebeldía frente al opresor.
Este modo de pensar no nos resulta ajeno. Pensemos si nosotros hoy en día no seguimos viendo los diferentes impuestos como una obligación o una imposición del poder de turno, y buscamos diferentes modos de “hacer un sinpa”: no pedir facturas para ahorrarnos el IVA, trabajo en negro sin firma de contrato, y otros ejemplos. Y esto a menudo lo vemos totalmente “justificado”.
Sin embargo, Jesús da su respuesta: Pagadle al César lo que es del César. Jesús no entra a discutir si los impuestos son justos o no. Como escribió el autor Maertens-Frisque, el Señor viene a decir: “vosotros aceptáis la autoridad y los favores del imperio romano; aceptad también sus prescripciones y someteos a sus exigencias. No se pronuncia, pues, respecto a la legitimidad del poder; se limita a hacer constancia de que es aceptado y que, como tal, exige obediencia”. (Nueva Guía de la Asamblea Cristiana VI). Ya tenemos un primer punto de reflexión: ¿Yo hago “sinpas” con los impuestos? Si quiero gozar de los beneficios que la autoridad pone a mi disposición, ¿soy consciente de que debo colaborar en su sostenimiento?
Pero Jesús, en su respuesta, lleva más allá la reflexión, haciendo ver que también a Dios se le hacen “sinpas”, por eso añade: y [pagadle] a Dios lo que es de Dios. Los fariseos eran muy escrupulosos a la hora de “cumplir” los preceptos de la Ley, pero a menudo era un cumplimiento puramente formal, externo, como en diferentes ocasiones les denunció Jesús en las controversias que tuvo con ellos. No lo hacían por verdadero convencimiento, no habían entendido el sentido de esos preceptos, sino que a menudo entraban en una casuística exagerada buscando el mínimo a cumplir.
Y de nuevo esta actitud no nos debe resultar ajena. También nosotros queremos que Dios nos atienda y ayude, pero a veces le hacemos “sinpas”, no le damos lo que debemos darle, porque nos limitamos a “cumplir” los preceptos religiosos pero no nos hemos preocupado de buscar el sentido de ese cumplimiento, y buscamos el mínimo: “rezamos” oraciones aprendidas, pero no “oramos” dialogando con Dios, porque eso nos llevaría más tiempo; “cumplimos” el precepto dominical pero seguimos preguntando si “hoy es obligación ir a Misa”, o “¿Si llego antes del Credo me vale?”, aunque me pierda toda la Palabra de Dios; nos confesamos “una vez al año”, en lugar de buscar regularmente el encuentro con la misericordia de Dios; nos limitamos a “ir a Misa” pero no queremos saber nada de ningún compromiso evangelizador, ni de los necesitados y excluidos…
No hay justificación para que alguien haga un “sinpa”, y todos debemos condenar esos hechos. Pero a la vez, tengamos presente otra de las respuestas que Jesús dio a los fariseos en el pasaje de la mujer adúltera: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra (Jn 8, 7), y pensemos en cómo actuamos nosotros. Reconozcamos sincera y humildemente los “sinpas” que hacemos tanto en lo referente al “César” de turno como en lo referente a Dios, y pidamos al Señor que nos haga entender y aceptar el sentido de la “ley” tanto civil como religiosa, para que, de corazón y no por obligación, “paguemos al César lo que es del César” y sobre todo, “paguemos a Dios lo que es de Dios”.
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