30 octubre 2023

LOS AUTÉNTICOS AMIGOS DE DIOS, Todos los Santos

 LOS AUTÉNTICOS AMIGOS DE DIOS

La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Todos los santos. En un mismo día celebramos a todos los santos, que son aquellos que, porque a lo largo de su vida vivieron como auténticos amigos de Dios, ahora, después de su muerte, se encuentran contemplando ya cara a cara a Dios. No es el día de los difuntos, que celebraremos mañana día 2 de noviembre, sino que celebramos sólo a aquellos difuntos que gozan ya de la compañía de Dios en la gloria del cielo. Los santos tampoco son sólo los que se encuentran en los altares de las iglesias, sino que es la multitud incontable de los bienaventurados, incluso anónimos la gran mayoría de ellos para nosotros, pero que desde el cielo interceden por nosotros que estamos todavía aquí en la tierra.

1. Una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar. El libro del Apocalipsis narra, en la primera lectura, la multitud incontable que Juan ve en su sueño. Es una muchedumbre inmensa, vestidos con vestiduras que han blanqueado en la sangre del Cordero, y que ahora se encuentran de pie ante el trono del Cordero cantando la alabanza a Dios salvador.

Puede resultar paradójico e incomprensible cómo puede ser eso de blanquear unas vestiduras lavándolas en sangre. Pero es precisamente lo que nos recuerda que los santos no son aquellos que han vivido puros e inmaculados, sino que son pecadores como tú y como yo, pero que por a muerte en cruz y la resurrección de Cristo, el Cordero, han sido lavados del pecado. No es algo que han conseguido los santos por su propio esfuerzo, por sus solas fuerzas, sino que ha sido por la muerte y la resurrección de Cristo por lo que los santos han alcanzado ya la Gloria. Y nos dice el libro del Apocalipsis que se trata de una multitud incontable de toda nación, raza, pueblo y lengua. Por lo tanto, la santidad es una llamada universal, a todos los hombres y mujeres. Puesto que Cristo ha dado su vida por todos en la cruz, la llamada a vivir este amor de Dios es universal. Todos pueden llegar a la santidad por medio de Cristo. Pero todos gritan al unísono con voz potente que la salvación viene de Dios, por tanto, todos reconocen de forma unánime a Cristo como salvador y redentor de todo el género humano.

2. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Pero ¿cuál es el camino que hemos de seguir para vivir esa santidad desde ya, aquí en la tierra, para poder llegar luego a la gloria del cielo? El mismo Jesús nos muestra en el Evangelio de hoy el camino de las bienaventuranzas, que es el camino que Cristo nos propone a todos los cristianos. Es un camino que en un principio parece difícil de seguir. Es algo que contradice al espíritu que nos enseña nuestro mundo. La pobreza de espíritu, el sufrimiento, las lágrimas, el hambre y sed de la justicia, la misericordia, la limpieza de corazón, el trabajo por la paz, la persecución por causa de la justicia, y el ser perseguidos, insultados o calumniados por causa de Cristo no es ciertamente el estilo de vida que nos ofrece y que nos reclama el mundo de hoy. Sin embargo, Jesús nos enseña en el sermón del monte que éste es en verdad el camino para alcanzar el reino de los cielos. La santidad, nos muestra el Evangelio de hoy, consiste en definitiva en vivir como vivió el mismo Cristo, llegando a dar la vida por los demás. Ser semejante a Dios, que es el Santo, consiste en ir transformándose a su imagen y semejanza, alejándonos de todo aquello que nos aparta de Dios y dejándonos llevar por el Señor. Pero lejos de ser el sufrimiento por el sufrimiento, lo que Dios nos pide no es el masoquismo, el pasarlo mal por gusto, sino que es sufrir por amor, como hizo Jesucristo. Por eso las bienaventuranzas terminan con la invitación a la alegría y al contento en medio de los sufrimientos, porque esto nos lleva a la recompensa del cielo.

3. Seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. Así, los que aquí en la tierra han seguido este camino, han ido identificándose más a Cristo en el amor a Dios y a los demás y han ido configurándose más a Dios, después de la muerte llegarán a ser como Él. Así nos lo asegura san Juan en la primera de sus cartas, que hemos leído en la segunda lectura. La santidad, por tanto, no es sólo un modo de vida aquí en la tierra. Tampoco consiste en hablar de un modo determinado o en comportarse de un modo concreto. No es ni siquiera hacer una serie de “cosas”, de ritos externos. Sino que es un ir asemejándonos ya aquí en nuestra vida mortal a Dios para después, tras la muerte, llegar a verle tal cual es y así compartir con Él la gloria eterna del cielo. De este modo comprendemos el camino que Jesús nos propone en las bienaventuranzas.

Son muchos los santos que tenemos en el calendario. Son también muchos los santos que la iglesia venera en los altares o que tiene como patronos de pueblos y ciudades, profesiones y enfermedades. Sin embargo, ya sabemos que santos no son sólo éstos, sino que son todos aquellos que gozan ya de la visión de Dios en el cielo. Todos nosotros estamos llamados a ser santos. Vivamos por tanto el camino de las bienaventuranzas que hoy Jesús nos enseña en el Evangelio, para que también un día lleguemos nosotros a gozar de la dicha de la santidad en el cielo para siempre.

 

Francisco Javier Colomina Campos

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario