30 octubre 2023

LA FIESTA DE LOS SANTOS ANÓNIMOS

 LA FIESTA DE LOS SANTOS ANÓNIMOS

1.- Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua. Podemos aplicar muy bien esta frase del Apocalipsis a todas aquellas personas que, durante su vida, fueron un ejemplo admirable de santidad, aunque su nombre no figure en ningún calendario, ni santoral religioso. Seguro que todos nosotros conocemos a alguna de estas personas, familiares, amigas o simplemente conocidas, que durante su vida fueron para nosotros ejemplo de bondad y santidad. Hoy, fiesta de todos los santos, queremos dedicarles nuestro recuerdo, nuestra oración y nuestra admiración. Sí, queremos dedicar esta fiesta al recuerdo de tantas personas anónimas que testimoniaron con el ejemplo de su vida su fe religiosa.

Madres y padres que trabajaron en el anonimato de la casa, o del campo, o de la empresa, regalando sudor y amor, pendientes siempre de la familia y del trabajo y de la sociedad. Empleados y jornaleros fieles y cumplidores, mujeres explotadas y generosas, pobres luchadores y valientes, cristianos, en definitiva, que supieron hacer de su fe el motor y la palanca para luchar con amor contra el mal y la injusticia. Todos ellos supieron renunciar a muchas diversiones justas y a muchos gastos superfluos, a muchas comodidades y a muchos descansos, para conseguir así, con el ejemplo de su fe, y con una lucha valiente, que su familia y la sociedad en la que vivían pudieran tener una vida más digna y más de acuerdo con los designios de Dios. Su lucha y su esfuerzo no fueron muchas veces debidamente reconocidos, ni mucho menos recompensados. Vivieron y murieron anónimamente; podemos afirmar que su vida fue, en muchos casos, un sacrificio, un lento martirio aceptado por amor, que sólo floreció y fructificó después de la muerte. Si la vida del cristiano es siempre una lucha contra el mal, la vida de estos santos anónimos fue, sin duda, una lucha que mereció la aprobación y recompensa por parte de Dios. La vida de estos santos anónimos, cuyo recuerdo hoy celebramos, debe servirnos de guía y estímulo a todos los que ahora queremos seguir luchando con las armas del evangelio contra la injusticia y contra el mal en el mundo.

2.- La victoria es de nuestro Dios. La muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, raza y lengua han vencido ya a la muerte y gozan, con sus vestiduras blancas y con palmas en sus manos, de la presencia de Dios. Son, como venimos diciendo, los santos anónimos a quienes las fuerzas del mal, los enemigos de Dios, les maltrataron, les hicieron sufrir una gran tribulación, pero ellos supieron luchar contra el mal, resistieron, no se acobardaron, y con la fuerza que Dios les dio vencieron al mal. Es el triunfo de Dios, la victoria del bien sobre el mal. Los santos anónimos, como la muchedumbre del Apocalipsis, no tienen nombres conocidos, ni hazañas escritas en la historia, pero están vivos y triunfantes ante Dios. Ellos nos invitan a la lucha y al esfuerzo, al amor y a la generosidad, a la defensa de los auténticos valores del evangelio; ellos son un canto a la esperanza, a la victoria final de nuestro Dios.

3.- Ahora somos hijos de Dios. Los cristianos llamamos todos los días a Dios Padre nuestro y nos gusta creer que somos sus hijos. Lo difícil es vivir como auténticos hijos de Dios. Porque la carne, que es débil, se rebela constantemente contra el espíritu, el cuerpo nos arrastra y nos empuja hacia los placeres materiales y, en muchos momentos, actuamos más como hijos de la carne que como hijos de Dios. Así es nuestra pobre realidad. Pero es verdad que somos hijos de Dios y nuestro deber es trabajar cada día para comportarnos como tales. En el plano de nuestra conducta diaria, el vivir como hijos de Dios es más una tarea a realizar, que una realidad ya conquistada. Nuestra vocación es vivir como hijos de Dios, pero cada día comprobamos la enorme distancia que nos queda por recorrer para conseguirlo.

4.- De ellos es el reino de los cielos. La razón primera y última por la que pueden considerarse bienaventurados los pobres, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y los perseguidos por causa de la justicia, es porque de ellos es el reino de los cielos. Pero yo creo que no debemos poner, sin más, el reino de los cielos en la otra vida y decirles a los que sufren y a los perseguidos por causa de la justicia que tengan paciencia en esta vida, porque la felicidad les llegará después en la otra. Yo creo que Jesús de Nazaret y su Padre, nuestro Padre Dios, quieren que todas las personas seamos felices también aquí, mientras vivimos. Y no hay duda de que si todos nos comportáramos y viviéramos como auténticos hijos de Dios, viviríamos de verdad felices y bienaventurados también aquí en la tierra. Por eso, lo que tenemos que hacer los cristianos, si de verdad queremos que el reino de Dios empiece a realizarse ya en esta vida, es vivir nosotros como auténticos hijos de Dios y trabajar arduamente para que el mundo en el que vivimos sea un poco más bueno cada día. Es nuestra tarea de cada día, que debemos llevar a cabo con la gracia de Dios.

 

Gabriel González del Estal

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