INVITADOS A SER SANTOS
1.- Un ideal de vida que conduce a la felicidad. Todos deseamos vivir felices. Nos esforzamos arduamente durante toda nuestra vida para alcanzar la felicidad. Pero la felicidad pareciera como el rayito del sol del invierno que aparece y desaparece en el tiempo menos pensado. Muchos de nosotros creemos que para ser feliz se necesita alcanzar cierto nivel material, social y ambiental. En cierta forma esas condiciones no son del todo equivocadas. Lo cierto es que lo material y lo ambiental pueden ser condiciones secundarias, pero no la razón céntrica de la felicidad. La base de la verdadera felicidad está en el corazón. Jesús señaló el auténtico camino que conduce a la felicidad. Son las nueve propuestas de las Bienaventuranzas. Frente a la felicidad artificial e incompleta que ofrece el mundo, Jesús nos promete y hace realidad en nosotros el Reino de Dios. Las Bienaventuranzas proponen un ideal de vida que, como todo ideal, es inalcanzable en su totalidad. Jesús invierte el orden de valores de este mundo, lo pone todo al revés. Por eso su mensaje es revolucionario… Muchas veces se ha querido deformar u ocultar la exigencia radical del Evangelio. Pero sus palabras son claras, no hay duda de que el que quiera seguirle tiene que estar dispuesto a vivir de otra manera. Le criticarán, se meterán con él, será rechazado, pero tiene la seguridad de que va a ser feliz. Muchas veces tendrá que ir a contracorriente por defender valores evangélicos que contrastan con los valores del mundo. Pero el cristiano debe ser consecuente y afrontar el riesgo que supone seguir a Jesús de Nazaret.
2.- Parábola del camino más directo a la felicidad. "Unos turistas querían llegar pronto a un castillo, en la ladera de una montaña. Había varios caminos, todos ellos bastante largos, salvo uno que era un atajo muy corto, aunque extremadamente duro y empinado. No había manera de detenerse a comer o descansar, y la soledad era muy grande, porque casi nadie se atrevía a recorrerlo. Todos menos uno eligieron los caminos largos y fáciles. Pero eran tan largos que se aburrieron y se volvieron, sin llegar a su meta. Otros se instalaban a la sombra, a dormitar y charlar, y se quedaron ahí definitivamente. El que subió solo, por el atajo, paso toda suerte de dificultades, y en el momento en que le pareció que no podía más, se encontró ya en el castillo. Fue el único que llegó".
3.- Elegir el camino adecuado y seguirle. Esta parábola es un reflejo de nuestra vida como cristianos. Si optamos por el camino fácil nunca llegamos a ser de verdad cristianos comprometidos con el mensaje de Jesús. Nos quedamos en el camino, sin decidirnos a optar radicalmente por El. Las Bienaventuranzas nos recuerdan que somos ciudadanos del cielo. Para llegar a la cima tenemos que escoger el camino directo, el mismo que eligió Jesús. Cuando El proponía el programa de las bienaventuranzas nos estaba mostrando lo que hizo por nosotros: fue pobre de espíritu, lloró por su amigo Lázaro y por Jerusalén, fue sufrido como cordero llevado al matadero, tuvo hambre y sed de justicia y no dudó en proclamarlo, practicó la misericordia y el perdón, fue limpio de corazón, trabajó por la paz y fue perseguido por los poderosos de este mundo a causa de haber defendido la justicia. Jesús nos propone que seamos pobres en el espíritu. No es que la pobreza sea un bien en sí misma, lo que es bueno es el desprendimiento y la disponibilidad del que "elige ser pobre en el espíritu". Este camino es arduo y costoso. Quien lo emprende necesita coraje, decisión, firmeza y constancia, buenos pies y mucho ánimo. No es para apocados y gente "de poco espíritu". Sabemos que hay alguien que sostiene los pasos del que elige este camino, el propio Jesús Él siempre va por delante abriendo senderos como luz del mundo y buen pastor. Pero no lo hace todo, sino que cuenta con nosotros, nos exige espíritu de lucha y que aceptemos los riegos que se presentan. No se trata de ser masoquistas escogiendo lo difícil en lugar de lo fácil. Se trata de asumir la opción por el Reino, a pesar de que esto conlleve dureza y esfuerzo. La recompensa es única y da sentido al esfuerzo: la posesión del Reino de los cielos, heredar la tierra, ver a Dios, ser llamado hijo de Dios.
5.- Los santos nos esperan. La lista de los santos no se agota en el martirologio, ni en los nombres conocidos: Agustín, Teresa de Ávila, Francisco de Asís...Ni los santos oficiales, ni los santos anónimos fueron perfectos. Pedro, cobarde, negó a su Señor. Pablo, misógino, tiene ramalazos de arrogancia. Juan y Santiago, ambiciosos, querían ser el número uno. Agustín, lujurioso, aprendió a dominar la carne. Nadie nace Santo. Los santos hacen la diferencia desde su debilidad y desde su fe, porque intentaron servir a Dios y al prójimo. Esta diferencia hace que den gloria a Dios y reaviven la chispa divina que anida en sus corazones. La iglesia es uno de los pocos lugares que nos quedan donde podemos encontrar gente que son diferentes de nosotros pero con los que podemos formar una familia más grande. Un santo es alguien que hace la bondad atractiva. La recompensa se obtiene ya en este mundo, ahora que ya somos hijos de Dios. Peo todavía no se ha manifestado lo que seremos, nos dice la Primera Carta de Juan. Cuando se manifieste seremos semejantes a Él y podremos gozar plenamente de su amor en compañía de la muchedumbre inmensa que nos ha precedido, también nuestros familiares y amigos que están en la casa del Padre. ¡Qué dicha será volver a gozar de su presencia!
José María Martín OSA
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