05 septiembre 2023

No estamos solos

 1.- Tenemos una gran responsabilidad sobre la salvación de nuestros hermanos. Todos. Absolutamente todos. No es una obligación particular de los curas y de otros hermanos consagrados. A todos nos afecta y nos obliga. Una de las formas de procurar la salvación del prójimo es transmitiendo la Palabra de Dios. Y no es el templo el único lugar donde debe aparecer la Palabra. Esta Palabra –sin duda– toma especiales resonancias en la celebración litúrgica ante la asamblea de fieles. Es el caso de nuestra misa dominical donde hemos proclamado, con alegría, con fuerza y con la necesaria solemnidad, la Palabra del Señor.

Decíamos que no es el único medio, ni el lugar exclusivo. Hay otros de gran calado y eficacia como pueden ser los que funcionan en las nuevas, o renovadas, tecnologías: Internet, radio, televisión por satélite, etc. Y por supuesto aquellos más clásicos como los periódicos, las revistas, etc. Pero un modo imprescindible y más emocionante es aquel que se dirige al interlocutor cercano, al amigo próximo, a quien contamos, en confianza, esos fragmentos de la palabra divina que le van a comunicar vida.

2.- Podría ser que el hermano no atienda –o no respete– la Palabra de Dios… Dicha actitud contraria será observada por todos y tendrá un doble efecto negativo. Primero, para el mismo que transgrede la Palabra; segundo, como efecto desmoralizador para quienes observan tal conducta. La Palabra, en definitiva nos marca el camino e indica la conducta coherente con los mensajes que salen de esa palabra.

¿Dónde está la solución? El Señor Jesús con todo el amor, pero con una certera precisión nos dice: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano». No está pues nada oscuro el procedimiento del Salvador para mantener la necesaria coherencia interna en la comunidad.

Lo anterior parecería que choca con el perdón permanente que Jesús pide para todas las ofensas. No marca nuestro Maestro las veces que hay que ejercer el perdón, señala, la insalvable actitud de quienes no quieren ese perdón. Hay un punto de máximo interés en esas palabras. No podemos dejar de hacer una advertencia a tiempo a nuestro hermano porque este podría quedar ignorante de su propia falta. Callar sería ejercer complicidad con la falta y con quien la hace.

En la primera lectura, del capítulo 33 del Libro de Ezequiel, se dice muy claramente y lo hace con las mismísimas palabras de Dios: «Si yo digo al malvado: ‘¡Malvado, eres reo de muerte!’, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre.» Aquí el pecado de omisión es verdaderamente grave.

3.- ¿Cuáles son los límites de la corrección fraterna? Pues los que inspira el amor. La religión cristiana es una observancia permanente del amor a Dios y del reflejo de este mismo amor dirigido al prójimo. Si amamos a nuestro hermano nuestras advertencias ni serán agrias, ni mucho menos injustas. San Pablo en la Carta a los Romanos lo dice de manera muy clara: «Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera». Y si bien la frase de Pablo es válida para todas las circunstancias, lo es especialmente significativa para aquellos quienes, por su posición en el ministerio de la Iglesia, tienen que ejercer la acción de reprender y educar.

No hay que olvidar, por otro lado, que esa acción educadora es patrimonio especial de la Iglesia y que en ella está presente el Maestro, el Señor Jesús, que comunica profunda eficacia espiritual a dicha labor. «Os aseguro –dice Jesús– que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo». La Iglesia no es una realidad humana alejada de lo transcendente. Jesús es la cabeza del cuerpo y todo junto forma esa Iglesia que supera la dimensión estrictamente terrenal o humana.

4.- Los dos últimos párrafos del capítulo 18 del Evangelio de San Mateo que leemos hoy nos marcan una realidad fehaciente sobre nuestra relación con Dios. Leámoslos otra vez: «Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Si nos ponemos de acuerdo para pedir algo al Padre nos lo va a dar. Además, si dos o tres nos reunimos en nombre de Jesús, Él vendrá a nosotros. Es algo muy emocionante y lo es, desde luego, si pensamos en la oración comunitaria, en la oración de la familia, en ese rosario de atardecer que se reza en muchos lugares de España y de América. Pero, además, marca lo comunitario como consustancial con la religión cristiana. No es, pues, una religión de solitarios. Debemos meditar hoy sobre las promesas de Cristo respecto a su presencia al lado nuestro. Está esperándonos en la Eucaristía. Nos promete venir a nuestro lado si solo dos o tres nos reunimos a rezar en su nombre. No vivimos pues esperando a un Dios lejano. Está siempre muy cerca si somos capaces de llamarle con fe, amor y esperanza.

Ángel Gómez Escorial

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