22 septiembre 2023

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

 

(24 de septiembre de 2023)

(Is 55,6-9; Flp 1,20c-24.27ª; Mt 20,1-16)

La lectura y meditación del evangelio, además de enriquecer nuestra vida espiritual, nos ayudan también a descubrir lo pobres y torcidos que suelen ser nuestros juicios.

En la parábola que hemos escuchado, el dueño y personaje central de la parábola representa a Dios; los jornaleros invitados a trabajar en su viña, en distintos momentos de la historia humana y a distintas horas, somos todos los hombres. En principio, Jesús dirigió la parábola a sus oponentes, escribas y fariseos, por creer que ante Dios solo ellos tenían derechos. Cuando S. Mateo escribe su evangelio, la parábola la aplica a los nuevos cristianos convertidos del judaísmo, pues también se creían muy por encima de los que procedían del mundo pagano. Pero tenemos que entender que esta parábola es aplicable a todos los tiempos y a todas las edades. En la Iglesia hay trabajadores desde su más tierna infancia y juventud; otras personas se han convertido más tarde y otras, casi al final de su vida.

En todas las épocas y a todas las personas, Dios no paga según los méritos ni tampoco por la valía personal, sino por su generosidad. Es significativo que el dueño comience a pagar por los últimos. Los primeros y los últimos son igualados en el sueldo y esto fue lo que provocó la controversia. Jesús contó la historia en ese orden precisamente para que el corazón del hombre rezumara todo lo que lleva dentro. Los primeros trabajadores se quejan al dueño porque los ha igualado a los que apenas han trabajado. Los obreros que trabajaron sólo una hora no merecían la misma paga que los primeros, pero la gracia de Dios siempre es un favor inmerecido y no descansa sobre las obras del hombre. El dueño de la viña les explica que la retribución no está basada en su mérito personal sino en su generosidad, quien tiene la libertad de dar a cada uno lo que crea conveniente. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?(v.15). ¡Cómo se nos mete la envidia hasta donde menos pensamos! Eso de que el otro reciba más que yo, que sea más que yo… No queremos estar a la par. Queremos estar arriba. La queja no es que ellos debían recibir más dinero, sino que el dueño ha igualado con ellos a los que llegaron casi al final de la jornada laboral. ¡Qué orgullosos nos sentimos de nuestras obras! ¡Cuántos problemas de este tipo encontramos en ambientes católicos! No hay más que observar.

Jesús nos enseña que la relación de Dios con nosotros es la relación de Padre, relación de amor y gratuidad. Dios no se fija en nuestros méritos sino en nuestra necesidad. Para quién se fija en el tiempo que lleva trabajando en la viña del Señor: ¿Es que es mejor vivir la mayor parte de la vida sin Cristo –sin fe, sin oración, sin esperanza– y solamente cobrar el costo del discipulado en los últimos días de la vida? ¿Acaso aquellos que han encontrado a Cristo cuando están a punto de morir, han logrado un mejor trato? Decir que sí a estas preguntas, quiere decir que lamentablemente no valoramos nuestra relación con Cristo. Lo importante no es la cantidad de trabajo o el número de horas, sino la posibilidad misma de trabajar, de vivir totalmente entregados a Dios. La auténtica recompensa no es el denario, el jornal; el verdadero don de Dios es poder seguirlo, poder estar trabajando para él, sirviéndole al servir a los hermanos. Los primeros jornaleros han tenido la enorme ventaja de haber conocido antes a Dios, de poder dirigir su vida por un camino de plenitud, de autenticidad, de alegría. Los demás han tenido que esperar, han estado ociosos en la plaza o vagabundeando con su vida a cuestas hasta encontrarse con el Señor de la vida.

Que su palabra llegue a lo hondo de nuestra alma y que cada uno de nosotros, nos sintamos agradecidos por ser llamados a trabajar en su campo a la hora que el Señor quiera.

Vicente Martín, OSA

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