(Ez 33,7-9; Rom 13,8-10; Mt 18,15-20)
Si tu hermano peca (contra ti), repréndelo estando a solas los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano (Mt 18,15).
La palabra que Dios nos dirige en este domingo nos inculca la solidaridad de cada uno por los hermanos, al igual que no es ajena al conjunto del cuerpo la enfermedad de cada uno de los miembros del cuerpo.
El profeta Ezequiel ilustra esta idea con la parábola del centinela, el cual tiene la obligación de avisar a la ciudad del peligro que representa la aproximación de los enemigos que se acercan en son de guerra; si no lo hace por descuido o negligencia, se hará responsable de las vidas que se pierdan. El profeta aplica la parábola a los pastores, puestos por Dios al frente de su pueblo: si éstos no denuncian la mala conducta de la gente cuando se desvían de los caminos del Señor, se harán responsables de su suerte. Pero el evangelio extiende la responsabilidad sobre los demás a la solicitud por todos los miembros del pueblo de Dios.
Jesús exhorta a la comunidad de los creyentes en Él, a responsabilizarse del hermano: Si tu hermano peca (contra ti), repréndelo estando a solas los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano (Mt 18,15). Es mucho lo que hay en juego en el discurrir de la vida humana, como es –nada más y nada menos- que la salvación eterna de cada persona. Dios quiere que todos los hombres se salven, y Cristo ha derramado su sangre por cada uno de los seres humanos, por lo que cada vida le resulta preciosa.
¿Acaso, en una familia, alguien se encoge de hombros ante la desgracia de su hermano? O ¿cómo podríamos mostrarnos indiferentes por los cercanos (nuestros familiares y amigos) o los que nos son lejanos, que viven de espaldas a Dios o incluso en contra de Él? No pienso tanto en los que lo niegan con la boca (declarándose agnósticos o ateos) pero lo confiesan con las obras (de solidaridad, de solicitud, de compasión, de colaboración…), sino, sobre todo, en quienes viven como si Dios no existiera, endiosándose a sí mismos, y subordinándolo todo a su interés y capricho, desentendidos de los demás.
Jesús propone a la comunidad de los creyentes la práctica concreta de la corrección fraterna de aquellos que se desvían del camino recto (recordemos que el camino que conduce al Padre, es decir, a la salvación, es Cristo).
Una primera intención de la corrección fraterna es la de preservar la rectitud de la comunidad, que ha de ser santa como santo es el Señor nuestro Dios. Sin embargo, podría suceder que algunos miembros de la Iglesia incurrieran en comportamientos inadecuados, pecaminosos, no dignos de los hijos de Dios. En consecuencia, se ha de tener cuidado de que tales conductas no se confundan con lo que ha de ser el recto proceder de los cristianos, por lo que deben denunciarse y discriminarse. La voluntad de Dios ha de ser la norma de vida de los cristianos, no a la manera de un código de preceptos, sino como un estilo de vida basado en el amor.
Dios ha de ser el centro de gravedad de la criatura humana. Conforme propone el salmo 94/95, el cristiano debe aclamar a Dios como a su Señor; darle gracias como a su salvador; bendecirlo como a su creador, y obedecerlo como a su jefe, confiando plenamente en Él.
Una segunda implicación de la corrección fraterna es la preocupación por el hermano: no por un afán purista, sino por amor al hermano, que podría perderse, mientras que nosotros podríamos evitarlo.
Firmemente fundados en la convicción de nuestra propia fe, basada en el amor que nos ha mostrado Dios al enviarnos a su Hijo Jesucristo, debemos testimoniarla viviéndola con los hermanos y exponiéndola para que otros la conozcan, y pidiendo a Dios, al mismo tiempo, que todos los hombres vivan de acuerdo con su conciencia. Debemos procurar formar nuestra conciencia conforme al Evangelio y prestando atención al Magisterio de la Iglesia. Han pasado los tiempos en que la Iglesia imponía su criterio con autoridad y coacción: tampoco nosotros hemos de erigirnos en censores o jueces de nuestros hermanos. La fuerza principal con la que contribuiremos a su salvación es el amor, que inspira la palabra o actitud delicada, firme o severa, pero, sobre todo, el interés o preocupación, que se traduce en atención y solicitud.
Corregir es incómodo, porque siempre conlleva hacerse violencia; es expuesto, porque te puede caer una bronca. Entiendo que no se ha de confundir la corrección fraterna con estar constantemente rectificando a los demás, como si uno fuera el modelo que copiar, sino en casos graves, especialmente si comprometen la identidad de la comunidad cristiana. Me parece atinada la observación de Castro Carlos, quien señala que un gran santo decía: «Yo digo la verdad una sola vez. Sólo la repito si me piden de nuevo que lo haga». Y añade él: “Somos responsables ante Dios del aviso, pero no de la conversión”.
Corregir comporta superar la indiferencia; se ha de corregir sin echar en cara, sino con comprensión; con respeto; con humildad, conscientes de nuestra flaqueza; con tino, con responsabilidad, con amor. Si detectamos que no es el amor lo que nos mueve, entonces abstengámonos de corregir a los demás.
Modesto García, OSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario