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“No es grande el hombre por lo que tiene sino, mucho más grande puede ser, por lo que le queda por alcanzar” S. Laven
1.- La fe es una llave que nos proporciona el conocer y abrirnos a los tesoros de Dios. Sin ella es imposible vender otros campos (lo material, lo aparente o lo superficial) para quedarnos con lo esencial y verdaderamente valioso: el amor de Dios. Desde lo más hondo de nuestras almas sentimos la presencia de Dios, pero son tantos los obstáculos que salen a nuestro encuentro que, en muchas ocasiones, ese sentimiento de lo divino queda en segundo o en tercer lugar. Siempre, y lo tenemos que reconocer, es más fácil marcharnos o escaparnos en busca de lo que reluce (aunque sea simple hojalata) y dejar de lado aquello que no es tan alucinante pero que resulta ser oro.
Hoy, más que nunca, vemos que el tesoro de la fe es joya escondida en el inmenso campo de nuestra sociedad. Resulta arduo dar con él; nos quedamos en las cosas y olvidamos las personas. Apostamos por las ideas y relegamos el lado humano de los que las defienden. Nos asombramos por la grandeza del mundo y desertamos de Aquel que lo creó para la perfección, disfrute y supervivencia humana: a Dios.
¿Dónde hemos dejado a Cristo? ¿En qué risco lo hemos olvidado? ¿Es la familia un huerto en el que cultivamos la perla de la fe? ¿Es la política una tierra en la que los católicos, cuando acceden a ella desde distintas opciones, respetan e incluso valoran el tesoro de la fe? ¿Es el corazón y nuestra vida misma un rincón en el que cuidamos con esmero nuestra pasión por Cristo?
2.- Hay que comenzar desde abajo. Si hay cosecha es porque, previamente, ha existido siembra, riega, poda, abono y esfuerzo. La fe, aun siendo una fortuna, nos exige un trabajo de conocimiento y de transmisión. ¿Sirven de algo cruces o imágenes en los montes o en las plazas si, luego, la vida de sus ciudadanos van en dirección contraria a lo que esos símbolos significan? Desde luego, la simbología cristiana, ha de ser más que pura estética. Mucho más que un decoro histórico o cultural.
El tesoro de la fe no podemos sustentarlo exclusivamente en las formas o en las tradiciones seculares heredadas. En cuántos momentos, sin percatarnos de ello o incluso sabiéndolo, podemos caer en un paralelismo entre fe celebrada y fe vivida: celebro festivamente a María, a los santos….en mil expresiones populares pero, a continuación, la fe no cambia mi forma de pensar, vivir o actuar. Es cuando vemos que, la fe, lejos de ser un tesoro, es moneda irrelevante y sin valor. Se queda en la superficie, su manifestación, pero no ha llegado a calar en nuestro comportamiento personal o comunitario.
¿Qué hacer para que, la fe, llegue a ser un tesoro apetitoso y recuperarla de nuevo?
-No poner a las cosas, lo efímero, por encima de Dios. Volver a la lectura de su Palabra.
-Vivir como cristianos implica no mirar hacia atrás (quemar o vender lo que puede convertirse en huida)
-No vivir apegados (como el erizo en un acantilado marino) a nuestros caprichos o religión a la carta
-Considerar el ser católico o cristiano, como una ganancia, un orgullo, una oportunidad para ser diferentes y distanciarnos de muchos dictados de la sociedad.
Ojala que, al meditar el evangelio de este domingo, nos preguntemos ¿qué tengo que vender para salvaguardar el tesoro de Cristo? Cosas tan sencillas como el egoísmo, la timidez como cristiano, el testimonio silenciado ante las gentes, la vanidad, el mal carácter, la tacañería, las malas palabras, la falta de oración o de comunión con la Iglesia… pueden servir para seguir cultivando el campo del gran tesoro de nuestra fe en Jesús.
Javier Leoz
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