La muchedumbre deja espacio al pueblo
Quien mida la popularidad de alguien por la cantidad de gente que pueda reunir en una plaza o en un estadio, puede entrar en una dinámica de obsesión por la audiencia; “llenar las iglesias”, puede ser la obsesión de alguno de nosotros. En determinados informes eclesiásticos hay mucha preocupación por las estadísticas; pocos bautizos, pocas confesiones, pocas bodas, muchos entierros…
Precisemos que Dios ama la muchedumbre (de ella se habla en la Biblia muchas veces) pero tal vez no tanto cuando la enfermedad por la estadística la convierte en multitud.
En las faldas del Sinaí, Yahvé pone delante a la muchedumbre, a la masa de unos fugitivos, lo que ha hecho en su favor y cómo los ha traído hacia sí. Pero lo más importante es que ahora, les adelanta su promesa: “seréis mi pueblo”; dejarán de ser muchedumbre para convertirse en pueblo de la nueva alianza, propiedad de Dios.
No cabe pensar que la respuesta haya sido unánime, ya que la decisión de convertirse en pueblo, es una decisión libre de quien quiera dejarse poseer por Él y ahora dé testimonio personal de lo que Yahvé ha hecho por su pueblo: conservar la memoria viva de la liberación obtenida gracias a la intervención de quien, a partir de ahora, ha hecho posible que sean pueblo de Dios; una nación santa.
También Jesús se encuentra con la multitud en el evangelio; con una multitud que estaba extenuada y abandonada… y se compadece de ella. Tal vez en el fondo, la preocupación del mismo Jesús, sea que esta multitud sea algo amorfo, anónimo e impersonal (recordemos que a Jesús siempre le ha gustado en el encuentro personal y directo), números más que rostros, cantidad más que personas.
La multitud del Evangelio (nuestras multitudes), susceptible de engaños, manipulable, instrumentalizable… y que vive en estado de dispersión y de abandono, despierta la ternura de Jesús y la expone a sus discípulos con la imagen de la mies, imagen cargada de esperanza. Y lo hace para implicarlos, para implicarnos, en la “compasión” (para que padezcan con ellos) y en su misión, en su proyecto de dar vida. Para convertir esa muchedumbre en verdadera comunidad de vida (pueblo de Dios).
Distantes por excesivamente cercanos
Volvamos a lo nuestro: masa y pueblo. Cuando hacemos cola en el banco, cuando vamos en el bus o el metro como sardinas o soportando la caravana en la autopista, es una fiel imagen de ser lo más deprimente de la multitud (cuando nos rodeamos de desconocidos); porque no hay experiencia de conocer y compartir el misterio de cada persona. Pero también en la multitud, paradójicamente, podemos escondernos como en un refugio secreto para no ser contactados. La enfermedad de la multitud es el desconocimiento.
Jesús conoce a cada uno por su nombre. Por lo tanto, convertirse en pueblo, en comunidad, arranca de un encuentro personal con aquel que sabe de nosotros y nos llama por nuestro nombre, para encontrarnos y conocernos unos a otros. Rostro abierto que descubre y expone, que parte y reparte circularidad a la vida. No se trata de estar junto al otro sino de crear comunión. En la verdadera comunión el otro es interesante para mí, sin comprometer su libertad y sin avasallar su intimidad.
A los discípulos no se les invita a poner orden y filas en la multitud, ni a organizarla o adoctrinarla, sino a sanar y curar la resignación de ser solamente multitud y masa inerte.
Misión para convertirse (conversión) en verdadera comunidad
Jesús no se queda impasible ante la necesidad de la humanidad; él siempre urge, en este caso, urge a los apóstoles a tomar partido, a actuar, a no esperar; las ovejas necesitan pastor para no perder la identidad, para sentirse unidas. El Reino está cerca y necesitamos experimentar los signos que le dan identidad: sanar de nuestras enfermedades (nuestros intereses personales, nuestro egoísmo), resucitar los muertos (tantas zonas ocultas de nuestra vida que se secan y se malogran) limpiar los leprosos (cuántos otros, los más necesitados, necesitan entrar en nuestra vida para desequilibrar nuestras falsas seguridades), arrojad demonios (liberarnos de tantas negritudes del pasado que opacan nuestro presente). Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis. Todo es un servicio gratuito; si no lo ves así, será mejor que busques trabajo en otra empresa que te asegure trienios, sexenios y jubilación anticipada antes de los sesenta y cinco.
Hermanos, hermanas, el evangelio de Jesús no se deja domesticar (ya se encarga de ello el Espíritu), ni se tasa ni se vende, no es monopolio ni se deja manipular. El evangelio es buena noticia para los pobres y todos estamos llamados a una misión común (que no es la de que todos -estadísticas- sean cristianos): Dios te ama y te llama para contribuir a que el Reino sea amor.
Y como creo que todo depende de cómo miro lo que hago, te invito a mirar siempre a los demás con mucho amor.
Tal podría ser el objetivo de esta semana: mirar las cosas con amor; al final de cada día, sería muy agradable anotar en tu libreta, una pequeña o gran lista de las cosas que miraste con amor.
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