03 junio 2023

LA TRINIDAD COMO COMUNIÓN DE AMOR


1: Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena. La verdad plena es el Amor. Por eso, yo creo que hoy, los cristianos preferimos referirnos más a la Trinidad, como comunión de amor, que como misterio teológico. Nos interesa hoy más la dimensión pastoral del misterio que su contenido teológico. Los misterios no se explican, se adoran. San Agustín se pasó veinte años meditando y escribiendo, interrumpidamente, sobre este misterio. Creo que hoy no hubiera actuado así, sino que hubiera preferido predicar sobre el misterio de amor que es Dios y que debemos de intentar ser todos los cristianos. Yo, que intento ser buen agustino, pienso que hoy, en nuestro trabajo pastoral, no debemos fijarnos tanto, o nada, en el misterio estrictamente teológico y debemos hablar y predicar sobre la Trinidad insistiendo en el aspecto y la dimensión pastoral y vivencial de este misterio. Porque estoy convencido que nuestra vida espiritual o es una vida trinitaria, o no es vida espiritual.

La Trinidad es antes que nada, comunicación y comunión. Una comunicación basada en el amor y una comunicación de amor. Dios es amor, nos dijo ya San Juan y repetirían después muchas veces San Agustín y otros muchos santos; el fruto del amor del Padre es el Hijo y el cordón umbilical que une al Padre con el Hijo –el Espíritu Santo– es el Amor. El misterio de la Santísima Trinidad es, pues, un misterio de Amor y así debe ser el misterio de la vida de todo y cualquier cristiano. Cuando yo amo a Dios, me comunico con Dios, comulgo con Él. Y, como cada vez que amo a Dios amo en Él al prójimo y cada vez que amo al prójimo amo a Dios en el prójimo, resulta que siempre que amo con amor cristiano estoy participando en un amor trinitario. En este sentido tiene plena validez y fuerza la conocida frase de San Agustín; ama y haz lo que quieras. Porque cuando amas a Dios y al prójimo con un amor trinitario es siempre Dios, al Dios Amor al que amas. Esto debemos realizarlo y vivirlo en nuestras relaciones de cada día: con nuestros padres y familiares, con nuestros amigos, con todas las personas con las que tratamos y convivimos, con las personas con las que nos comunicamos y con las que comulgamos. Los frutos de mi amor con el prójimo deben ser los mismos dones del Espíritu Santo, es decir, la paz, la bondad, la generosidad, el amor.

En esta fiesta de la Santísima Trinidad, nuestro propósito debe ser un propósito sencillo y nada misterioso: el propósito de amar y de dejarnos amar con el amor de Dios. Un amor de comunión que me lleve a comulgar diariamente con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (Gaudium et Spes). Así podremos celebrar dignamente la fiesta que hoy celebramos, sin perdernos ni marearnos en los oscuros senderos y laberintos del misterio teológico de la Santísima Trinidad.

2. La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el espíritu Santo que se nos ha dado. Para san Pablo, en esta su carta a los Romanos, su esperanza era fruto de la certeza que él siempre tuvo desde que se convirtió, en el amor del Padre. El Dios Amor cuando resucitó a su Hijo nos libró a nosotros de las penas del pecado y nos dio el Espíritu Santo. Nosotros, como cristianos, cuando decimos esperanza, decimos amor de Dios y certeza de nuestra salvación. Por eso, debemos vivir dando gracias a Dios continuamente porque la esperanza nos salva, en la esperanza cristiana estamos salvados. La esperanza nos salva, porque la esperanza es consecuencia necesaria del amor de Dios. Un cristiano sin esperanza no sería cristiano, porque sería un cristiano sin amor y Dios es Amor.

3. Ven, Espíritu Divino, manda tu luz desde el cielo… Esta <secuencia> que leemos en esta fiesta de la Santísima Trinidad, debemos rezarla los cristianos diariamente. No la comento, simplemente animo a todos los lectores de Betania a que la recen diariamente, como rezan diariamente el <Padrenuestro>. Es una secuencia que rezada con fervor llena el alma de paz, de consuelo y de amor.

 

Gabriel González del Estal

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