DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO- A-NO TENGÁIS MIEDO
Jeremías 20,10-13; Romanos 5,12-15 y Mateo 10,2633
OBSERVACIONES PREVIAS
Todo seguidor de Jesús es un enviado. La fe es una experiencia que hay que gritar que no se puede ocultar como un tesoro escondido. Es un tesoro que, una vez descubierto, hay que dar a conocer porque es lo mejor que nos ha pasado y lo mejor que puede suceder en la vida de la gente.
- No es necesario llamarse Pedro, ni Juan, ni Santiago, ni pertenecer al colegio apostólico para sentirse enviado por el Señor a esa mies tan inmensa en la que tan pocos trabajan.
- Cada uno en su esfera y campo puede curar enfermos, sacar a la luz la vida que muere en el corazón de algún abandonado, arrojar todos nuestros ‘demonios’ y proclamar que Dios nos quiere vivos para siempre.
- Dios nos envía a su mies como operarios, cada uno en su sitio, en su campo.
PARA REFLEXIONAR
No tengáis miedo
El miedo responde a cuestiones poco objetivas, tal como dice Jesús. En su mensaje sobre la ausencia de temor hacia quienes matan el cuerpo y la importancia de perseverar en la vida del alma está el misterio profundo que lleva a los mártires a morir con alegría. África y Asia son escenarios habituales de martirio, de personas, que no tuvieron miedo a perder la vida para seguir viviendo. La cercanía de Jesús quita los miedos. La vida cristiana es un buen antídoto contra los miedos. El hombre de fe examina su conciencia e intenta valorar con honradez sus actuaciones. Esta disciplina añade objetividad, evita el autoengaño y vacuna contra el miedo.
Todo se descubre
Dice Jesús: “No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea”. Todo se descubre. Y es así. No debemos ocultar nada, ni mantener demasiadas reservas y mucho menos construirnos “dobles vidas”. Y es que el mantenimiento de la mentira produce grandes tragedias. Debemos ser más cuidadosos con la proverbial costumbre de mentir. La mentira es la base de todas las corrupciones.
Hay que dar testimonio
El evangelio de Mateo leído hoy incide en la necesidad de dar testimonio de Jesús. Si le negamos, él nos negará ante el Padre. La confianza en Dios quita el temor, pero el temor impide que ocultemos nuestra realidad ante los hombres y ante Dios. Jesús es siempre mediador ante el Padre en favor nuestro. Pero hemos de dar el testimonio oportuno: “No podemos dejar de predicar el nombre de Jesús”.
Que la Palabra de Dios escuchada y reflexionada hoy marque el camino de nuestras opciones. Sabiendo de quién somos, por quién trabajamos, excluiremos todo miedo de nuestras actuaciones. Hermanos nuestros están dando un testimonio de valentía que, a veces, termina en el martirio. ¡Los medios son expertos en silenciar la muerte de estos hermanos, fieles a su Señor!
PARA COMPROMETERSE
- Valemos mucho más que los gorriones y Dios cuida de ellos. ¿Qué será de nosotros? Nuestros nombres están escritos en la palma de la mano de Dios y guardados en el corazón de nuestro Padre. Por eso, “no tengáis miedo”.
- El único temor que debe paralizar a un cristiano es el vértigo que produce el no cumplir la voluntad de Dios, el callar cuando su voz es tan necesaria.
- Y el único miedo que debiéramos de sentir, los cristianos en el juego de la vida, es saber que siendo del equipo de Jesús, no lo defendemos ni jugamos de acuerdo con sus normas y reglamento.
PARA REZAR
Sobre un himno de la Liturgia de las Horas
¡No tengas miedo, me dices, Señor!
No tengas miedo a los hombres,
porque nada hay encubierto que no llegue a saberse;
nada hay escondido que no llegue a ser diáfano.
No tengas miedo a los que matan el cuerpo,
pero no pueden matar el alma…
Tu invitación, Señor, me llena de confianza,
pero dentro de mí estoy asustado,
mi corazón y mi vida están llenos de temores…,
porque…
Tú me diste la gracia para vivir contigo;
tú me diste las nubes como el amor humano;
y, al principio del tiempo, tú me ofreciste el trigo,
con la primera alondra que nació de tu mano.
Con el último rezo de un niño que se duerme
y, con la voz nublada de sueño y de pureza,
se vuelve hacia el silencio,
yo quisiera volverme hacia ti,
y en tus manos desmayar mi cabeza.
No tengas miedo, hijo mío, me sigues repitiendo,
porque insignificante es un pájaro que cruza el espacio,
pero jamás perderá altura su vuelo sin que lo permita el Señor.
Por eso, no tengas miedo;
tú vales más que cualquiera de las aves.
¡Hasta los cabellos de tu cabeza están contados,
y ni uno solo caerá sin la venia del buen Dios!
¡Vive confiado y no tengas miedo, hijo mío!
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