Javier Leoz
1.- Hoy, cuando tan de moda está, eso de desertar y de no practicar la vivencia de la fe al amparo de la que tantas veces nos ha llevado hasta el Señor (la iglesia) impresiona, estimula e interpela seriamente el fondo de las tres lecturas que escuchamos en este domingo:
¿Quién nos ha empujado una y otra vez al encuentro con Dios? ¿Quién nos ha sacado de la tiniebla a la luz y de la falsedad a la verdad? Moisés (y la iglesia es un nuevo Moisés en la coyuntura que nos toca vivir) dirigió a un pueblo que –tal vez- no era consciente de lo mucho que debía a Dios: su liberación.
Hermanos nuestros, que comparten su vida codo a codo con nosotros, tal vez, no viven con esa intensidad su pertenencia a Dios, su protagonismo en ese pueblo que se va agrandando en número por el Bautismo y, por ello mismo, no es que sea malo el no practicar; lo grave es que un pueblo sin alimento es un pueblo que va muriendo.
Dios, como Padre, sabe del color y del calor de sus hijos. Recibe el homenaje de unos y el desprecio de otros. El diálogo sincero de unos y la indiferencia y el olvido de otros tantos. Esto, y para que no nos asustemos, no es nuevo. ¡En cuántas ocasiones Moisés recibió el rechazo y la ira de su pueblo!
Estamos marcados por el Bautismo pero, desgraciadamente, no es lo mismo que vivir marcadamente como bautizados. Recientemente, un presidente de un sonado club deportivo, se quejaba de que sus socios tenían que ser más entusiastas animando y defendiendo a su equipo.
Con los cristianos ocurre tres cuartos de lo mismo. Estamos ante un fenómeno que no acaba de finalizar y que se mantiene indefinidamente a contrapelo en el tiempo: padres que bautizan a sus hijos pero que se despreocupan, a continuación, de que vivan como cristianos. Ocurre, en este caso, como en el esfuerzo baldío de aquel propietario de una casa que, una vez construida, nunca la habitó. ¿Para qué le sirvió entonces?
2.- La nueva evangelización, de la que tanto nos hablaba el Papa Juan Pablo II, pasa necesariamente por clarificar aquellos conceptos y actitudes, móviles e intereses, que lejos de significar una pertenencia consciente y militante al pueblo de Dios y a una iglesia, son condicionadas y alentadas (no todas por supuesto) por una simple tradición, moldes, cultura o herencia de un pasado donde católico y sociedad eran lo mismo.
Mientras tanto, con el evangelio de este día en mano, seguiremos pidiendo al Señor que nos otorgue esa capacidad para expulsar tanto espíritu maligno que congela las almas, insensibiliza los corazones y mata en vida –aunque sigan viviendo- a tantas personas que no son felices.
Cuando uno mira la realidad tan compleja que nos afecta (social, política, económica e incluso religiosa) llega a comprender, como el mismo Jesús nos lo hace reflexionar en esta eucaristía dominical, que andamos como andamos y vivimos como vivimos porque, en el fondo, faltan pastores, puntos de referencia, líneas que nos marquen por donde ir y de qué laberintos regresar.
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