en tus manos pongo la creación entera,
también mi Reino, mis ilusiones,
y mi confianza y palabra de Padre.
Te hago portero de esperanzas y proyecto,
para que te sientas libre y responsable.
Llaves para abrir las puertas cerradas,
los corazones duros e insolidarios
y todos los secretos fabricados.
Llaves para repartir los bienes de la tierra,
todo lo que puse y produce,
sin que te sientas ladrón de haciendas.
Llaves para mostrar todos los tesoros
de arcas, baúles y bibliotecas,
y poder sacar las cosas buenas.
Llaves para dar a conocer
los misterios de la ciencia
y desenredar conciencias.
Llaves para abrir lo que otros cierran
–bancos, fábricas, fronteras e Iglesias–,
quizá tu casa, tu patio, tu cuenta.
Llaves para entrar en cárceles,
quitar trabas, soltar cadenas,
anular grilletes, conocer mazmorras.
Llaves para perdonar barbaridades,
quitar miedos y culpabilidades
y andar erguido y sin genuflexiones.
Llaves para que nadie encuentre
las puertas de su camino cerradas
aunque sea noche oscura.
Llaves para desatar leyes,
mandatos, edictos y normas
de señores, jefes y prepotentes.
Llaves para liberar a los que sienten
que tienen las puertas cerradas
y la vida hecha y planificada.
Llaves para poder salir al mundo
a que te dé sol y brisa
y te quite la costra que llevas encima.
Llaves para que nadie se atrinchere
y busque refugio en tus rincones
cuando ha herido a los más pobres.
Llaves para que los insensatos
no pierdan el tiempo quejándose,
y puedan entrar aunque lleguen tarde.
Llaves para que siempre puedas,
a quien llega a tiempo o deshora,
enseñar tus entrañas y acogerle.
Llaves para abrir heridas
–en el cuerpo, en el alma, en las estructuras–
y así poder curarlas.
Llaves para cuidar y mostrar
la buena noticia, mi casa,
mis tesoros de Padre y Madre.
A ti te entrego las llaves;
pero mira los rostros setenta veces siete
antes de creerte juez, clérigo o jefe.
Florentino Ulibarri
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