QUE DIOS NOS ABRACE EN LOS MOMENTOS DE MIEDO
Por Ángel Gómez Escorial
1.- El miedo es patrimonio de todos los hombres y mujeres. Dicen que está en lo más interior de cada uno. Y dicen, también, que reside en el subconsciente colectivo de la humanidad desde los viejos tiempos prehistóricos en que éramos pasto de depredadores. Ahí está. Y Jesús de Nazaret que conocía como nadie la condición humana es, casi, lo primero que dice a sus discípulos cuando, recién reclutados estos, comienza a enseñarlos. “No tengáis, miedo”, les dice. Y lo hace porque sabe que ellos lo tienen. Una vez más, Jesús traza de una pincelada un asunto capital de la vida humana: el efecto del miedo.
Pero, además, dice Jesús: “Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse”. Es posible que el Señor estuviera haciendo, con esta frase, una alusión a la hipocresía de los fariseos y que, asimismo, temiera que, en el futuro, su Iglesia tendiera a lo mismo. No podemos negar una cierta tendencia al ocultamiento entre nosotros los cristianos, a decir solo la verdad que nos interesa y a callar muchos problemas internos que deberían conocerse. Pero lo importante –a mi juicio lo que más—es ese consejo de que no se tema la muerte del cuerpo y si a la del alma. No se puede negar que en el espíritu y talante de muchos mártires, estas palabras de Jesús en el evangelio de hoy, presidieran el camino de su martirio. Ciertamente, lo importante es el resultado final, el último acto, poder estar con el Señor en la otra vida y que no haya nada, cometido en esta existencia terrena que nos separa de Él.
Pide Jesús confianza total en Dios, que sin duda cuidará de nosotros. El ejemplo de los pajarillos es muy bueno y muy oportuno, cuando refleja el valor “alimenticio” de esos animalillos. O, también, su destino al sacrificio del templo. En efecto, muchos niños y adolescentes en tiempos de Jesús, practicaban la caza con red de las diferentes especies de pájaros para luego venderlos a aquellos –a los pobres, sobre todo—que iban a ofrecer sus holocaustos. Como siempre, Jesús quiere llegar a la conciencia de sus discípulos con ejemplos cotidianos y corrientes que hacen más fácil la compresión.
2.- La alusión al martirio –que sin duda fue profética—dirigido a los apóstoles se clarifica para nosotros con el contenido de la primera lectura. El fragmento del Libro de Jeremías refleja la profecía del “Siervo de Yahvé”, que describe casi milimétricamente el tormento y muerte de Jesús. Claro que, luego, todos ellos, salvo Juan Evangelista, probarían el cáliz del martirio y, por supuesto, tuvieron que entender con profundidad cósmica las palabras –ya lejanas—de su Maestro dichas en aquellos días primeros de “militancia”, en las primeras jornadas de seguimiento del Hijo de Dios. Igualmente, con la llegada del Espíritu en Pentecostés salieron a dar la cara para que supiera todo. Y, por supuesto, descubrir la torpe actuación –activa o en complicidad de silencio—de los habitantes de Jerusalén que nada hicieron para evitar la muerte del Mesías.
3.- Pablo en la Carta a los Romanos explica su famosa ecuación entre pecado y muerte. El pecado colectivo engendra la muerte a la verdadera vida. Y tiene que ser la misericordia de Dios y el sacrificio de Jesús lo que rompe esa cadena terrible. Y hay una idea verdaderamente magnifica. El don es superior al delito y por muchos delitos que cometa la humanidad siempre los superará el don de la Redención. Claro que esto no debe ser, jamás, una especie de aceptación del mal colectivo, porque sabemos que el sufrimiento de Jesús en su Pasión estuvo producido y basado por todos y cada uno de los pecados que la humanidad cometa y vaya a cometer. Nuestra solidaridad, individual y colectiva, con el Salvador ha de verse reflejada en evitarle sufrimientos y hasta acompañarle en el martirio si así nos llega.
4.- Hemos pues de evitar el miedo y luchar contra el mismo. Hay una realidad aún más delicada. Y es no tener miedo al miedo. Ocurre que mucha gente no hace nada por temor a tener miedo. Es como si no quisiera entrar en una película de terror, cuando, en realidad, el miedo siempre aparecerá en nuestras vidas pues es una consecuencia de nuestro sistema de autodefensa ante lo difícil y peligroso. Otra cosa es que nos venzamos al miedo, que no deja de ser en su cantidad, en su peso y graduación en nuestras almas, un sentimiento a la postre subjetivo.
Los niños evitan el miedo apretándose contra el regazo de sus madres. Y nosotros podemos pedir a Dios que nos abrace en esos momentos de inquietud, recordando las palabras de su Hijo: “no tengáis miedo”
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