JESÚS SE COMPADECÍA DE LAS GENTES
Por Gabriel González del Estal
1.- Los cuatro evangelios nos hablan de un Jesús compasivo y misericordioso. Probablemente este es el rasgo más característico de Jesús de Nazaret. Jesús se compadecía de todas las personas que sufrían, fueran de la condición social que fueran. No se compadecía de los ricos por el simple hecho de que fueran ricos, ni de los pobres por el simple hecho de que fueran pobres. Se compadecía de aquellos ricos que se hacían esclavos de sus riquezas y, confiando en sí mismos, se olvidaban de Dios; llamaba bienaventurados a aquellos pobres a los que su pobreza les había ayudado a poner en Dios toda su esperanza. Jesús se compadecía de todas aquellas personas que vivían extraviadas, que, por ambición u orgullo, esclavizaban a los demás, y a las que eran soberbias, o hipócritas, o despreciadoras de los pobres; sabía que en el pecado llevaban necesariamente su penitencia. Llamaba bienaventurados a aquellos enfermos y pecadores que acudían a él con el corazón humilde y lleno de esperanza. En el evangelio de hoy se nos dice que Jesús se compadecía de aquellas personas que sufrían porque caminaban sin rumbo por la vida, infelices, extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Nuestra sociedad actual está llena de esa clase de personas. Jesús de Nazaret sabía que la verdadera felicidad está dentro del alma, que la pueden tener los ricos y los pobres, pero que para conseguirla es necesario fiarse de Dios, dejarse guiar y conducir por él. Dios dice a los ricos que pueden ser felices si ponen sus riquezas al servicio de Dios y del hermano, y dice a los pobres que la pobreza puede hacerlos bienaventurados si les ayuda a confiar en Dios y a poner en él su esperanza. Esto es lo que anunciaba él cuando predicaba el evangelio del Reino, esto es lo que quería que hicieran sus discípulos, cuando les mandaba a trabajar en la viña del Señor. Es el evangelio de las bienaventuranzas, el evangelio que promete el Reino de los cielos a todas las personas que se fían de Dios y saben compadecerse de los que sufren injustamente, a los mansos, a los limpios de corazón, a los que luchan por la justicia.
2.- Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal. Estas son palabras que, por medio de Moisés, dice el Señor a su pueblo elegido. ¡Ser propiedad de Dios, habitar en su casa, ser sus hijos! Esta es la vocación a la que estamos llamados, el propósito que Dios tiene para cada uno de nosotros. De nosotros depende el ser fieles a su alianza de su amor, o lanzarnos por el camino de nuestros egoístas y extraviados caminos. Para eso nos mandó a un Pastor bueno y cercano que quiere conducirnos, por el camino del amor, hacia pastos abundosos. Si dejamos que el Señor sea nuestro pastor nada nos va a faltar.
3.- La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. Éramos pecadores, es decir, ovejas descarriadas, y Cristo se compadeció de nosotros y, por eso, vivió y murió para enseñarnos el verdadero camino que nos conduce hasta el Padre. Somos ovejas libres y responsables de nuestras decisiones y de nuestros actos, si queremos apartarnos del verdadero Camino, de la Verdad y de la Vida, la culpa será exclusivamente nuestra, no del Pastor que quiso vivir y morir por nosotros. Seguir a Cristo es escuchar su voz, recorrer los mismos caminos de amor, de perdón, de compasión, de paz y de justicia que él transitó. Si somos compasivos, como él lo fue, estaremos dispuestos a vivir y a morir para predicar a los demás el mismo evangelio que él predicó: el evangelio del amor y de la compasión hacia todos los que sufren por vivir extraviados y abandonados, como ovejas sin pastor.
4.- Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. No queremos creer en milenarismos, ni en evangelios que anuncian la proximidad, ya inmediata, del fin del mundo. Mil años para el Señor son como un ayer que pasó. Pero lo que es irremediablemente cierto es que nuestra vida es corta y que, al final de nuestra vida, desembocaremos en Dios. Tenemos que aprovechar los días y los años que el Señor nos da, para curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos, arrojar demonios. Nuestro mundo está lleno de enfermos psíquicos y físicos, de personas socialmente muertas, de leprosos del alma, de personas, en definitiva, que necesitan la limosna de nuestro amor gratuito, de nuestro ejemplo cristiano, de nuestra lucha contra la injusticia. Todo esto debemos hacerlo gratis, es decir, por amor, porque gratis lo hemos recibido. Que nuestro propio nombre pueda ser un nombre añadido al de los doce apóstoles que el Señor nombró.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario