16 junio 2023

Domingo 18 de junio: EL SEÑOR DIO AUTORIDAD A SUS ENVIADOS

 EL SEÑOR DIO AUTORIDAD A SUS ENVIADOS

Por Antonio García-Moreno

1.- Un pacto. En la primera lectura tenemos un preámbulo histórico de la Alianza, muy dentro de las costumbres de aquel tiempo: antes de poner las cláusulas de un pacto de mutua ayuda, se recordaba al pueblo vasallo lo que le debía al rey que le concedía la alianza, lo que había hecho en su favor. Aquí Dios recuerda los prodigios que realizó para salvarlos de la esclavitud de Egipto, sus desvelos para conducirlos con seguridad por los difíciles caminos del desierto. Ha sido para ellos, continúa el texto, como el águila que lleva entre sus alas a sus polluelos.

Preámbulo histórico que Dios puede repetir con cada uno de nosotros. Sí, también tú tienes que reconocer que Dios ha intervenido mil veces en tu favor. El mero hecho de darnos la vida es algo suficiente para sentirnos profundamente agradecidos. Pero sobre todo nos ha dado a su propio Hijo, para que muriera por la redención de nuestros pecados y alcanzarnos así la vida eterna. Están además esos mil favores, grandes o pequeños, que Dios te ha ido concediendo y que quizás sólo tú conoces... Ante el recuerdo de todo eso ha de surgir de nuestro corazón una gratitud sincera, un deseo de responder incondicionalmente a cuanto el Señor quiera pedirnos.

Alianza, pacto, convenio. Si el pueblo de Israel cumple las cláusulas de esta tratado, Dios se compromete a ser su protector perpetuo. Yahvé, el dueño del universo entero, se fija en el pequeño pueblo de Jacob, ese puñado de nómadas que ha dejado Egipto y camina con rumbo incierto por unas regiones desérticas y áridas. Dios lo hace pueblo suyo, su propiedad personal, un reino de sacerdotes, una nación santa.

Con Cristo se renueva la Alianza. Ahora ya de modo definitivo. Por eso los que creen en Él y son bautizados entran a formar parte de su pueblo, el nuevo Israel que es su Iglesia, su auténtica propiedad personal... Tú eres cristiano, perteneces por lo tanto al linaje escogido de los hijos de Dios, al pueblo que Cristo ha escogido pagando el alto precio de su misma sangre. No lo olvides y trata de vivir según tu condición de hijo de Dios, cumple la Alianza del Señor, observa las cláusulas de ese tratado que nos distingue de los demás pueblos, que nos saca de las tinieblas de la muerte para situarnos en la región luminosa de la vida.

2.- Compasión de Cristo.- Jesús tenía una sensibilidad exquisita, divina, ante las miserias humanas. Su espíritu se estremece profundamente ante el dolor del hombre. La época y el país en que el Señor vivió estaban teñidos de tonos sombríos. La sangre se había derramado y se derramaba aún a causa de las tensiones entre Israel y Roma. El hambre hacía estragos, la pobreza era cada vez mayor, y el reinado de Herodes el Grande y sus hijos tenía sumido al pueblo en la miseria. La gente esperaba con ansiedad la llegada del Mesías, y más de uno se había aprovechado de la situación reinante haciéndose pasar por Mesías, engañando así a las muchedumbres.

Por todo eso Jesucristo contempla a esas multitudes y se estremece de compasión pues las ve como ovejas que no tienen pastor, dispersos y abatidos. Por otras razones, como es lógico, pero también hoy hay mucha gente que anda a la deriva, engañados una y otra vez por quienes dicen y no hacen, prometen y no cumplen.

Necesitamos que Dios suscite nuevos y buenos pastores para su grey, que encienda corazones generosos y mentes privilegiadas, que se pongan al frente del rebaño, que como Cristo sepan defender a los suyos, entregarse sin reservas, hasta dar la vida por sus ovejas si fuera preciso... Escúchanos, Señor, y envía hombres competentes y abnegados, que enciendan luces nuevas para alumbrar a nuestro mundo, tan tenebroso y oscuro.

El Señor dio autoridad a sus enviados para que predicaran en su nombre y perdonaran los pecados de los hombres, para que celebraran la Eucaristía y administraran los sacramentos que perpetúan la presencia operante y salvadora de Jesucristo. La Iglesia, en efecto, es la continuación de Cristo sobre la tierra. Hemos de convencernos de esta verdad y proclamarlo así a los cuatro vientos. De este modo se repetirá la compasión del Señor y será posible que esas gentes, errantes y sin rumbo, recuperen la ruta que nos conduce a la paz y el gozo.

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