Gracias, Señor, por dejarnos el Espíritu, el mejor regalo que has dejado a tu Iglesia.
En esta vida tan agitada, necesitamos tregua y descanso, alegría e ilusión. Necesitamos purificar nuestras vidas, quemar lo viejo que hay en nosotros y nacer cada día a una vida nueva. Cambiar nuestra tibieza y desánimo en entrega impulsiva y generosa.
Ven, Espíritu Santo, derrama tus dones sobre nosotros, sobre nuestras comunidades, sobre el mundo entero, para que podamos seguir experimentando aquél impulso renovador que transformó a los discípulos el día de Pentecostés.
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