1.- Los fariseos perseguían a Jesús acusándole de no desvelar su verdadera naturaleza, su condición de Mesías. El les respondía que hablaba con claridad, pero ellos no le creían. ¿No nos pasará lo mismo a nosotros? ¿No seguiremos dando vueltas a un asunto que no tiene vuelta de hoja? ¿No hizo lo mismo el Apóstol Felipe, lo que provocó la respuesta precisa de Jesús: ¿»Hace tanto –dice el Señor– que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?». Llevamos ya mucho tiempo a su lado y parece que no lo conocemos. Va añadir el Maestro: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre». Pero hay muchos cristianos fuera de la Iglesia Católica que no aceptan la divinidad de Jesús y formulan varios supuestos insólitos que limitan el poder y la libertad de Dios.
2.- Y es que el Evangelio de San Juan que hemos escuchado hoy es como una declaración fuerte y precisa del Salvador. Proclama su divinidad: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre»; se ofrece de guía para nuestra vida: «Yo soy el camino y la verdad y la vida». Nos espera junto al Padre y es mediador para el género humano. Las moradas del Cielo están acondicionadas por el mismo Jesús. Y nuestra felicidad futura será inefable porque la ha preparado la Segunda Persona de la Trinidad. Pero se nos olvida y nos enredamos y perdemos nuestro tiempo y multitud de venalidades o de perversos procederes. Estamos, pues, como los fariseos de tiempos de Cristo, preguntando lo que ya sabemos porque Jesús nos lo ha referido.
Es muy útil que la liturgia de este tiempo pascual, preparatorio del Pentecostés, para cuando el Señor nos envíe el Espíritu, marque perfectamente el perfil de las cosas que debemos saber. El Evangelio de Juan escrito ya cuando las primeras herejías habían hecho mella en alguna comunidad cristiana tiene que afirmar inequívocamente circunstancias que los otros evangelistas al darlas por sabidas e incuestionables no enfatizaban tanto. A la postre, el hombre histórico –de todas las épocas– con muy poca fe en Dios y con ínfimo aprecio a la condición humana, discute siglo tras siglo la doble naturaleza de Cristo. El Señor Jesús es Dios y Hombre Verdadero. Resucitó al tercer día y está en cuerpo glorioso, sentado junto al Padre, como le vio el primer mártir, Esteban. Y es esto lo que no se admite, para aceptar otras cosas que, también, desde un punto de vista racionalista y «natural» son muy difíciles de admitir. Pero se tenderá a hacer –por soberbia disfrazada de perspicacia inteligente– una religión a la medida. Jesús, una vez más dice la verdad, pero nadie le cree…
3.- La lectura continuada de los Hechos de los Apóstoles nos presenta episodios de esos primeros años de la vida de la Iglesia. En fin, que los fieles han crecido en numero y es necesario que los Apóstoles se encarguen de la transmisión de la Palabra. La atención a los fieles más débiles debe ser ejercida por otros. Y así se designan siete diáconos. El diaconado aparece ya y continuará hasta nuestros días en los que se reverdece la opción de los diáconos permanentes. Y esa siembra fue prodigiosa. De ella, saldrá el primer mártir de la Iglesia, Esteban, apedreado y muerto por su fe, por su bondad y su belleza espiritual. También «nacerá» un predicador que emulará a los Apóstoles en su labor de explicar la Escritura y la Palabra: Felipe.
4.- La Primera Carta de Pedro hace referencia a las piedras vivas que somos todos los creyentes y que con ellas se construye el verdadero edificio de la Iglesia, pues es antes espiritual que material. La mejor construcción es la que hace el Espíritu en la Iglesia y para los espíritus de sus hijos. Jesús fue la piedra angular rechazada por los arquitectos de su tiempo. Y lo que le pasó el Maestro ocurrirá a los discípulos: el mundo actual no se basa en las piedras vivas inspiradas por el Espíritu Santo. Este mundo nuestro de ahora vive en pos del dinero, del poder, del éxito material. Y, sin embargo, cada vez necesita más el basamento que es la palabra y el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo. Pedro es también piedra y fue, según la promesa de Cristo, la piedra hoy completamente viva sobre la que se erige la Iglesia de Dios. Su vicario, el Papa, –recordamos con emoción a Juan Pablo II y esperamos con enorme ilusión conocer el nombre y el semblante de su sucesor– continua la labor de mantenimiento de una estructura de amor, se servicio, de entrega a los hermanos, mientras que se ejerce un sacerdocio de adoración a Dios. Se instituye el sacerdocio común de los todos los bautizados. Son vibrantes estos textos y este tiempo de Pascua. El Señor ha resucitado y alegres –y confiados– esperamos al Espíritu que nos renueve.
Ángel Gómez Escorial
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