1.- Con este domingo se cierra, en la liturgia actual, el ciclo de la Pascua de Resurrección. Originalmente todo el misterio pascual se celebraba en la noche del sábado santo. Ese día se conmemoraba el nacimiento de Jesús, su muerte, su resurrección, su exaltación y la difusión del Espíritu Santo entre los miembros de su cuerpo, la comunidad.
Con el interés de ir desenvolviendo todo el misterio pascual en forma pedagógica, se fueron creando fiestas cristianas que le daban un nuevo sentido, adquirido en Cristo, a fiestas judías o paganas: Así nació el ciclo litúrgico anual que ahora conocemos. En este domingo la liturgia enfoca el tema de la ascensión.
2.- El relato que nos trae la Sagrada Escritura acerca de la ascensión es una catequesis que nos pinta, en un cuadro plástico visible, la glorificación o ascensión de Jesús. La ascensión no es una ida o cambio de lugar; en el mismo momento y lugar de la ascensión, según el relato, Jesús dice expresamente que Él no se está yendo para ninguna parte, sino que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos.
La ascensión es ascensión en poder. Jesús «sube» únicamente como sube el que ayer no era sino un cualquiera y hoy está en el poder supremo. Y eso es lo que Jesús dice en el momento de la ascensión: A mí se me ha dado todo el poder entre el cielo y la tierra (que es la forma judía bíblica para decir: En el universo entero).
El relato de la ascensión que, como cada uno de los relatos del Evangelio, es una catequesis acerca de Jesús, intenta explicar, pintando un cuadro plástico, el momento en que los apóstoles y seguidores de Jesús se dieron cuenta de todo el Dios-hecho-carne que Jesús era. Y, en ese momento, Jesús «se elevó» a su vista, es decir que, desde ese momento, Jesús ya no era para ellos lo que siempre había sido, sino que, de allí en adelante, Jesús era el Señor Jesús, la plenitud de la divinidad hecha carne.
Todo lo que el pueblo judío esperaba, desde hacía mil años, se había cumplido en la persona de Jesús: Dios se había hecho plenamente presente entre su pueblo y el Mesías-ungido de Dios, un judío, había sido exaltado como Señor del universo.
Si la ascensión revela algo solamente sobre Jesús, no podría formar parte de la esencia de nuestra fe aquí y ahora. La ascensión es parte esencial de nuestra fe porque revela algo sobre el hombre en general y sobre cada hombre. Nos revela en qué acabará la vida humana. Nos revela que la vida humana no acabará en muerte, o con el triunfo del dinero, o del poder, o de la violencia. La vida humana acabará, nos lo dice nuestra fe, en una ascensión, en una exaltación, acabará en una asumpción plena del hombre por parte de Dios. San Pablo resume esta idea en una forma maravillosa diciendo que al fin de los tiempos nosotros poseeremos a Dios como El nos posee y entonces Dios lo será todo en todos.
En la segunda lectura de este domingo, Pablo nos dice que, con la ascensión de Jesús, nosotros sabemos cuál es la esperanza a la que Dios nos llama, es decir, sabemos qué nos espera.
3.- A propósito de la ascensión, quisiéramos realizar tres subrayados: La segunda «venida» del Señor no significa que el Señor se ha ido, eso contradeciría lo que el Evangelio afirma: «Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos». Cuando hablamos de una segunda «venida» expresamos que aún esperamos la manifestación gloriosa de Jesús como Señor del universo y la creación entera. Expresa, esa idea, que aún esperamos la plenificación del Reino de Dios que ya está sembrado aquí y que aquí tiene que producir su cosecha. Por eso decimos «venga a nosotros tu Reino», en cada “padrenuestro” que rezamos.
En segundo lugar escuchemos la advertencia de los dos hombres vestidos de blanco en el relato de la primera lectura: ¿Qué hacemos mirando al cielo? No tenemos nada que estar mirando allí. Cristo está con nosotros hasta el fin de los tiempos, aunque parezca no estar como antes. Es nuestra obligación hacer todo lo que podamos para que su reino llegue. En donde hagamos reinar al amor ha empezado a reinar Dios, porque Dios es amor.
Y, tercer subrayado, todo el poder en el universo ha sido entregado a Cristo. Ya no hay nadie más que tenga poder; nadie que no sea parte de Cristo tiene poder. Todo el poder que nosotros le estamos asignando a alguien, bueno o malo, se lo estamos quitando a Cristo. Nada, pues, de espíritus poderosos de ninguna clase; el poder le ha sido entregado a Cristo y nadie puede arrebatarlo de su mano.
Quien descendió, subió. Se cumplieron las palabras de María: «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes». El humilde Jesús, fue exaltado por el Dios de la gloria y la belleza.
Hoy es el día de la victoria de la pobreza sobre la riqueza, de la humildad sobre la soberbia, del abajamiento sobre el ensalzamiento.
La Iglesia ascenderá, después de descender. Cuanto más humildes seamos, cuanto más pobres y desprendidos… cuanto menos nacionalistas, cerrados y sectarios… Hoy Jesús nos envía al mundo entero, con una mentalidad auténticamente católica, abierta al todo y a todos.
Antonio Díaz Tortajada
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