13 mayo 2023

¿DEMOSTRAMOS NUESTRO AMOR A JESÚS?

 ¿DEMOSTRAMOS NUESTRO AMOR A JESÚS?

Por José María Martín OSA

1.- La fe cristiana no consiste en un código de normas morales sino en la adhesión a una persona: Cristo. Pero no se trata de una adhesión cualquiera sino la que nace de un amor radical y total hacia él, hasta no querer otra cosa más que su voluntad. Hoy nos dice Jesús: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. La medida del amor que debe tener alguien para merecer ser llamado "discípulo de Cristo" la definió el mismo Jesús cuando dijo: "Si alguno viene donde mi y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío" (Lc 14,26). Es claro que Jesús no exige "odiar" a los padres y hermanos; el sentido obvio es, sin embargo, que para ser discípulo suyo es necesario amarlo a El más que al padre y a la madre, más que a la mujer, hijos y hermanos y más que la propia vida. Una interpretación viva de este texto lo ofrece el gran mártir San Ignacio de Antioquía, cuando es conducido a Roma, camino del martirio y suplica a los cristianos de Roma que no muevan influencias para liberarlo: "Os lo suplico, no os transforméis en benevolencia inoportuna para mi. Dejadme ser pasto de las bestias, por medio de las cuales me será posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y seré triturado por los dientes de las bestias para transformarme en pan inmaculado de Cristo... cuando el mundo no vea más ni siquiera mi cuerpo, entonces seré realmente un discípulo de Cristo" (Carta a los Romanos, IV). Pedro recomienda en su Primera Carta dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos lo pida. Esto supone afrontar las persecuciones, calumnias..... Pero es mejor padecer haciendo el bien, que padecer haciendo el mal.

2.- Ser discípulo de Cristo significa obedecer su voluntad sobre todo, es decir poner en práctica sus mandatos. Significa obedecer su voluntad incluso cuando cueste, incluso cuando está en contraste con la voluntad de los hombres, aunque sean el padre, la madre, la mujer, los hijos, los hermanos, los amigos o los poderes de este mundo. Pedro y los apóstoles demostraron amar a Cristo cuando dijeron con valentía ante el tribunal judío que les prohibía predicar a Cristo: "Hay que obedecer a Dios ante que a los hombres" (Hech 5,29). Y la historia demuestra que siguieron predicando, aunque les costara la vida. Esto significa ser cristiano. ¡Qué lejos está de ser un código de normas morales! Este es el sentido del criterio que nos da Jesús en el Evangelio de hoy para poder discernir un verdadero amor hacia él. Y lo formula de dos maneras, al comienzo y al final del Evangelio de hoy: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.... el que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama". Se trata de dos puntos de vista complementarios.

3.- Jesús no nos deja solos. Difícil le resulta a Jesús la despedida de sus amigos. Les hace sus últimas recomendaciones y promesas. Hasta se muestra maternal con ellos y como deseoso de aliviarles el desgarro de la separación, de llenarles el vacío de su ausencia física y de facilitarles el futuro. Se refieren estas recomendaciones a la palabra y al amor. El que ama, guarda la palabra del amigo y la cumple. El que ama, será amado; el que es amado, amará más. Las promesas se refieren a su vuelta y al Don del Espíritu. Así no se sentirán huérfanos. En la lectura del evangelio de Juan, el Señor promete a sus discípulos el envío de un "Paráclito", un defensor o consolador, que no es otro que el Espíritu mismo de Dios, que es la verdad en plenitud, no un concepto ni una fórmula, sino el mismo Ser Divino, que ha dado la existencia a todo cuanto existe y que conduce a la historia humana a su plenitud. Cristo permanece en su Iglesia de una manera personal y efectiva: por medio del Espíritu divino, que envía a los Apóstoles y que no deja de alentar a los cristianos a lo largo de los siglos. Por eso, puede decirles que no les dejará solos, que volverá con ellos, que por el Espíritu establecerá una comunión de amor entre el Padre, los fieles y El mismo. El mundo de la injusticia, de la opresión contra los pobres, de la idolatría del dinero y del poder, de las vanidades de las que tanto nos enorgullecemos a veces los seres humanos, no lo puede recibir. En ese mundo no puede tener parte Dios, porque Dios es amor, solidaridad, justicia, paz y fraternidad. Esta presencia del Señor resucitado en su comunidad ha de manifestarse en un compromiso efectivo, en el cumplimiento de sus mandatos por parte de sus discípulos, única forma de hacer efectivo y real el amor que se dice profesar al Señor. No es un regreso al legalismo judío. Sabemos que en el evangelio de Juan los mandamientos de Jesús se reducen a uno solo, el del amor: amor a Dios, amor entre los hermanos. Amor que se ha de mostrar creativo, operativo, salvífico.

Y oramos:

"Gracias, Padre, porque te has quedado con nosotros.

Te necesitamos y te queremos.

Ayúdanos a escuchar y guardar tu Palabra.

Así nos sentiremos amados por Ti

y por amor nos entregaremos a los excluidos,

como hizo el diácono Felipe

curando a los enfermos y poseídos”.


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