1.- Nadie las arrebatará de mi mano. No olvidemos que este cuarto domingo de Pascua es el domingo del Buen Pastor. Jesús nos dice que estamos en las manos de Dios y que nadie puede cuidarnos con más ternura y solicitud que Él. Esta es una verdad consoladora para todos los que creemos en la bondad de un Padre misericordioso y atento a nuestros desvelos y necesidades. En algunos momentos, la vida puede llegar a ser muy dura para cualquiera de nosotros: las enfermedades, los problemas familiares y sociales, el paro, la violencia y el terrorismo, la inmigración masiva y descontrolada, etc., pueden envolvernos y zarandearnos con violencia y desconcierto en más de una ocasión. Parece que se nos hunde el suelo y que vamos a caer al vacío. La certeza de que a nuestro lado, llevándonos de la mano, está un Padre –Buen Pastor que nos protegerá y nos librará de todos los peligros, es una certeza evidentemente consoladora. No nos va a librar de las dificultades, pero nos va a dar fuerza para vencerlas. La vida va a seguir siendo dura, pero nosotros vamos a estar sostenidos y animados por un Espíritu que nos da fortaleza y sostiene nuestro esfuerzo. Es el Espíritu de Jesús de Nazaret que nos sostiene con las manos del Padre y no va a permitir que nada ni nadie nos arrebate de su mano. Estamos en buenas manos y podemos descansar vigilantes y tranquilos.
2.- Sabed que nos dedicamos a los gentiles. Ni Pablo, ni ningún predicador cristiano desprecia nunca a nadie. Si Pablo y Bernabé abandonan ahora la predicación a los judíos no es por su gusto, sino a su pesar. Es porque ellos, los judíos, rechazan libre y resueltamente, la palabra de Dios. Dios nos invita a creer en Él, pero no nos fuerza, ni obliga. Es verdad que la gracia de Dios es, como su nombre indica, gratuita, pero no es menos verdad que esta gracia de Dios sólo será eficaz en nosotros, si libre y responsablemente la aceptamos y nos dejamos empujar y guiar por ella. Ellos sacudieron el polvo de los pies, pero no porque ellos hubieran decidido huir, para evitar riesgos o dificultades, sino porque fueron expulsados del territorio. No olvidemos que este fue un momento no sólo importante, sino trascendental para la primitiva Iglesia cristiana. En este momento, la primitiva Iglesia de Jesús comienza a ser católica, es decir, universal. Juan y Santiago, el hermano del Señor, se quedan en Jerusalén, en el mundo judío, mientras que Pablo y Bernabé se dedicarán a predicar la palabra de Dios a los gentiles. Ya no habrá distinción de raza, ni de lengua, ni clase social entre los verdaderos seguidores del Maestro. Cristo quiere ser el único Pastor del único rebaño, que es el mundo entero.
3.- El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ellos son los que vienen de la gran tribulación, los que han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Es la vida y la sangre de Cristo la que nos salva, la vida de Cristo ha sido una vida redentora, por eso ahora puede acampar entre nosotros, para librarnos del hambre y de la sed, del sol abrasador y del bochorno. También nosotros hemos sido atribulados por múltiples dificultades y sinsabores en nuestra vida, porque la vida humana es, muchas veces, una gran tribulación, pero la presencia entre nosotros del Cordero de Dios nos da fuerza y consuelo en medio de todas las adversidades. Precisamente porque Él acampa entre nosotros, como Buen Pastor, y enjuga las lágrimas de nuestros ojos, podemos sentirnos espiritualmente seguros y tranquilos. Las palabras que Pablo pronunció, en momentos en los que se vio acosado por la incomprensión y la persecución, pueden sentirnos ahora de aliento a nosotros: Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá vencernos? Ni la persecución, ni el hambre, ni la misma muerte podrán nunca separarnos del amor de Cristo. No porque nosotros seamos, por nosotros mismos, fuertes e invencibles, sino porque el que ha vencido a la muerte acampa entre nosotros.
4.- Somos su pueblo y ovejas de su rebaño. No somos nosotros los que primero le hemos elegido a Dios, ha sido Dios el que primero nos ha elegido a nosotros, no somos nosotros los que primero le hemos amado a Él, sino que ha sido Él el que primero nos ha amado a nosotros. Por eso, somos su pueblo y ovejas de su rebaño. El saber que somos de la familia de Dios, sus hijos, es, evidentemente, un gran honor para nosotros, pero no olvidemos que es también una gran responsabilidad. Si queremos ser de verdad y parecer de hecho de la familia de Dios, deberemos portarnos y comportarnos como verdaderos hijos de Dios, hermanos de Jesús de Nazaret, siempre mansos y humildes de corazón con todos nuestros hermanos. Él no vivió, ni murió para sí, sino para darnos vida y librarnos de la muerte a nosotros. También nosotros deberemos vivir para los demás, sobre todo para los más débiles y necesitados, dándoles vida y rompiendo las cadenas injustas que les esclavizan y les atan a la muerte social o sicológica. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las naciones nos dice el salmo. Vamos a intentar nosotros ser buenos hijos de tan buen Señor.
Gabriel González del Estal
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