Hch 2, 14a. 36-41. Dios lo ha constituido Señor y Mesías; Sal 22. El Señor es mi pastor, nada me falta; 1 Pe 2, 20b-25. Os habéis convertido al pastor de vuestras almas; Jn 10, 1-10. Yo soy la puerta de las ovejas.
Seguimos en tiempo de Pascua. Hoy, en la primera lectura, nada más recibir el don del Espíritu Santo, Pedro testifica ante los judíos la constitución de Jesucristo como Señor y Mesías en virtud de su resurrección, mostrando la concordancia del hecho con las predicciones del Antiguo Testamento. Inmediatamente, nos dicen los Hechos, sus oyentes se arrepintieron de corazón, pidiendo indicaciones para convertirse en seguidores de Cristo y receptores del Espíritu. Pedro les dice se bauticen.
De este modo, Pedro expone los puntos esenciales de la primera predicación cristiana. El primero, la pasión, muerte, resurrección y exaltación de Cristo. En segundo lugar, la prueba por las Escrituras de tres aspectos esenciales: la muerte de Jesús era necesaria y querida por Dios; la resurrección de Cristo y su exaltación a la diestra de Dios; finalmente, que la salvación está destinada a todos los pueblos, no solamente a los judíos. La exigencia de la conversión religiosa y moral como consecuencia de la aceptación de Cristo Mesías constituye el tercer punto esencial de los discursos, a la cual corresponde la disposición a recibir el bautismo.
Los oyentes de Pedro se convierten y son bautizados. Tal es a partir de ahora, no antes, la puerta de ingreso en la comunidad de los seguidores de Cristo. El bautismo se administraba en el nombre de Jesucristo. Su primer efecto es la pertenencia a la Iglesia, del mismo modo que la circuncisión incorporaba al pueblo elegido. Otro de los efectos, atestiguado en diversas ocasiones en la primitiva predicación, es el perdón de los pecados y, con ello, la liberación de un destino negativo asociado a la pertenencia a una generación empecatada. Además, un tercer efecto del bautismo según el mensaje apostólico es la recepción del Espíritu Santo.
Por otro lado, no como efecto ni tampoco propiamente causa, la primitiva predicación cristiana deja bien claro que el bautismo requiere de la fe, que une inicialmente a Cristo. La fe es condición necesaria para recibirlo, con ella comienza la conversión. El libro de los Hechos repite en varias ocasiones que los que obtenían la fe se hacían bautizar, nunca al revés.
Aparte del contenido de la primera predicación cristiana, se nos describe a Cristo como el buen pastor, en torno a lo cual giran la segunda lectura, el salmo y el Evangelio. Nos presenta una parábola, es decir, una escena de la vida cotidiana con la que se nos transmite un mensaje sencillo. A diferencia del ladrón, Cristo es el buen pastor que entra por la puerta y su voz es reconocida por las ovejas. Todos los que han venido antes que él se han apropiado sus títulos indebidamente. Hay que entender que no alude a Moisés y los profetas, que le profetizaron, sino a otros que ya en tiempos de Jesús habían tenido pretensiones mesiánicas, por ejemplo, los zelotes; y lo mismo vale para quienes después de Jesús jueguen a ser el buen pastor. Solo Cristo es el Mesías y, como tal, el buen pastor. Lección también para nuestros días, época de anuncios mesiánicos en abundancia, de ahora y de tiempo atrás, algunos tremendamente dañinos. Muchos de los que hoy se nos presentan no son para nada el buen pastor que da su vida por las ovejas, pero embaucan a muchos de los nuestros que creen seguir a un buen pastor que no les lleva a pastos tranquilos ni a fuentes benignas.
En la segunda mitad del Evangelio cambia la imagen y ahora Cristo se presenta como la puerta por la que entran las ovejas. Son dos ideas diferentes y complementarias. En la primera imagen Cristo es contrapuesto a aquellos para quienes las ovejas no son suyas ni le importan. La segunda nos indica que la entrada en el Reino y la salvación no se produce sino por el mismo Cristo. Seguramente no estamos legitimados a pensar que Cristo tenía en mente la Iglesia como institución salvífica, de la que él sin duda es la puerta. Seguramente estas expresiones de Cristo estaban inspiradas en el Salmo 118 (en el que sin duda se inspiran otros dichos del mismo Señor). Sin embargo, eso no elimina un ápice de verdad al hecho de que a la salvación se llega por Cristo y que en incorporarse al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, consiste la salvación. El inicio de todo el proceso es la fe en Jesús Resucitado. Pero, ¿cómo creerá en él quien nunca oyó hablar de Cristo? Eso es lo que hizo Pedro, anunciar. Son necesario hoy, tanto como entonces, predicadores del evangelio que con su palabra y vida den testimonio de Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación. Hoy es la jornada mundial de oración y colecta por las vocaciones nativas. Hay regiones del mundo donde abundan, en nuestra Europa neopagana escasean. Oremos por el surgimiento de las vocaciones en los distintos países del mundo y apoyemos su cuidado y fomento.
Por otra parte, la segunda lectura de san Pedro trata el tema de Cristo pastor de forma un tanto tangencial, pues su idea central va por otro lado. Los destinatarios de la carta son gente humilde, criados, artesanos y esclavos en medio de una sociedad pagana y hostil a los cristianos; conocen las persecuciones y las denuncias anónimas. En ocasiones lo más grave no es que les obliguen a confesar su fe y blasfemar de Cristo, sino la manera de tratarles viéndose obligados a buscar la manera de conducirse frente a sus seres más cercanos a causa de las costumbres y tradiciones paganas que colisionan con su especial forma de vida, siempre dispuestos a dar razón de su esperanza (3, 18). Más concretamente, el pasaje de hoy se dirige a los criados cuyos amos no solamente no son cristianos sino que les tratan de manera injusta, no sabemos si a causa de su fe o de manera arbitraria sin más. Cuando sufren un trato injusto que, de todas formas, no pueden evitar, el apóstol les pide que se identifiquen con Cristo sufriente, que afrontó los ultrajes de manera injusta y cruel. Nos recuerda la idea de Cristo en la pasión conforme al canto de Isaías, es decir, que Cristo al sufrir cargaba con nuestros pecados para librarnos del castigo merecido, de modo que sus heridas nos han curado. Pedro dice explícitamente que sufrir, soportar un castigo injusto (e inevitable, añado yo) es meritorio porque también Cristo sufrió por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.
Se trata de la idea del sufrimiento redentor, es decir, se puede participar de los sufrimientos de Cristo con un doble sentido. En primer lugar, en tanto que un mérito propio de quien sufre; en segundo lugar, como participación en la pasión de Cristo en beneficio de otros. Ambas ideas totalmente extrañas en la mentalidad de nuestra sociedad del siglo XXI. Cualquier no cristiano a quien digamos que tiene mérito sufrir o que se puede padecer viviéndolo como participación de la pasión de Cristo, nos dirá que son ideas extrañas y, no solamente eso, quizá nos acuse de invitar al conformismo con un sistema injusto, cuando no cosas peores. Seguramente afloraría la idea de que los cristianos somos gente que se resigna en lugar de transformar el mundo acusación viejuna pero persistente. ¡Nada más lejos de la realidad! El cristiano lucha como el que más por cambiar el mundo, hacerlo lo más parecido al Reino de Dios que, no obstante, no es este mundo, sino mejor y más grande. No son pocos los ejemplos eximios de cristianos que han vivido las penurias de esta vida, enfermedades, injurias, miserias, etcétera, desde un espíritu netamente cristiano, identificándose con el Cristo sufriente, agarrados a la esperanza, eso sí, del día en que Dios les rehabilitaría, como hizo con Cristo al resucitarle y exaltarle a su diestra. De este modo, el cristiano es capaz de sufrir no menos que los demás, sino mejor; no le duele menos, pero lo lleva con otro ánimo y muchos frutos si lo afronta como Cristo en su camino a la cruz. Pues sabemos que los que hemos muerto con Cristo reinaremos con él. El creyente sabe que Cristo es su pastor y, por eso, nada le falta, aunque camine por cañadas oscuras. El mensaje de Cristo sobre el sufrimiento, el dolor, la Cruz sigue siendo el mismo: escándalo para los judíos y necedad para los gentiles. Pero para nosotros, que creemos en el resucitado, fuerza y sabiduría de Dios.
Luis Miguel Castro, osa.
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