(A)
En este último domingo de Cuaresma, Jesús nos habla abiertamente de la vida. En el relato de la resurrección de Lázaro, podemos descubrir dos reacciones de Jesús ante el sufrimiento, la enfermedad y la muerte: pena, compasión; y llanto y confianza total en Dios.
(B)
Estamos en el último Domingo de Cuaresma, próximos ya a la Semana Santa, a la Pascua de Resurrección.
Durante todo este tiempo de Cuaresma nos hemos preparado –individual y colectivamente- para celebrar en Semana Santa los acontecimientos más importantes de la vida de Cristo, para celebrar las fiestas más significativas de nuestra Religión.
En este Quinto Domingo de Cuaresma, el Evangelio nos plantea el sentido y el valor de la vida, de la muerte y de la Resurrección.
La vida es el valor más importante que tenemos y a la vez nuestro problema.
Los creyentes sabemos que nuestras vidas no se estrellan contra el muro de la nada, de lo absurdo, porque confiamos en que Dios recogerá en sus manos la vida de los hombres.
Muy cercanos a la Semana Santa, en que celebramos la muerte y el triunfo de la vida en la Pasión y Resurrección de Jesús, nos encontramos hoy con unos textos litúrgicos que nos hablan de la vida del Resucitado y de nuestra fe en esa vida. Nosotros tenemos una vida recibida. Jesús es él mismo la Vida y la da a los que creen en él.
La celebración eucarística nos reúne ante el Dios autor de la vida y objeto de nuestra fe para dejarnos llenar de sus palabras de vida y esperanza y para ofrecer nuestra fe en él con el pan de vida que es su Cuerpo.
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