1.- Este pobre ciego tuvo la inoportunidad de empezar a ver. Tuvo la mala suerte de ser curado. Estaba tan bien de ciego dando un tono folclórico y turístico al ambiente. Servía de desahogo de la compasión de los visitantes que le tiraban una moneda. Hasta de enseñanza teológica gratuita, porque los padres dirían a sus niños al pasar: “Veis, este está ciego o por cosas malas hechas por él o por sus padres, así que no seáis malos”
Se le ocurre curarse y empieza a ser un estorbo. Complica la vida a los demás y se la complica él. Lo traen y lo llevan de interrogatorio en interrogatorio. Lo insultan y, al fin, lo excomulgan. Sus padres acaban quitándose el problema de encima por miedo. Los fariseos no duermen. Cuando todos deberían alegrarse con lo que le ha sucedido, al contrario parece que todos le recriminan su estrafalaria ocurrencia de sanar.
Sólo Jesús que le ha curado esta a su lado. Sólo Jesús que se le manifiesta “lo estás viendo” y sólo su Fe en Jesús le quedan al ciego. Era la historia de todo judío que se convertía al cristianismo en los tiempos en que Juan escribe el evangelio. Tal vez, ve Juan en la piscina de Siloé una alusión al bautismo.
2.- Esta escena no estaría completa con solo Jesús y el ciego. Faltan los fariseos. A la fe del ciego se opone la fe de los que ven con entera claridad. “He venido para que los que ven se queden ciegos”. Esta frase tremenda de Jesús recuerda otra también de Él: “Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los humildes y se las has ocultado a los sabios y entendidos”. No es que no se las ha revelado. Es que las ha ocultado. Ha echado tierra a los ojos para que no vean.
Mirad, cuando se ve en televisión o se lee en periódicos “rabiosas” afirmaciones de que Dios no existe, de que algún personaje público no cree porque todo son patrañas, cuando se ve a un pobre hombre tan seguro, con una fe tan cierta de que la Fe es una ceguera, se acuerda uno de estas frases con horror, porque esos son los que ven y quedarán ciegos a cuyos ojos Dios echará arena.
Que en medio de la oscuridad de la Fe, en medio de las dudas que nos pueden sobrevivir, que siempre nos quede la sinceridad suficiente para dejar un resquicio a la duda de que nuestro error puede estar en nuestra falta de Fe. Para que nunca seamos contados entre los que “ven y se quedarán ciegos”.
3.- Y no tendríamos nosotros que preguntarnos: ¿“también nosotros estamos ciegos”, al menos no estamos tuertos? ¿No creemos que creemos que creemos y lo hacemos a medias?
— Cuando vemos las exigencias del Señor, darlo todo, seguirle con la cruz, perdonar a los enemigos, ¿creemos? ¿O creemos que creemos y estamos ciegos?
— ¿Se compagina mi vida cristiana sin sabor con mi creencia de que el Señor ha dado su vida por mi? ¿O creo que creo y me engaño y estoy ciego?
–¿Es comprensible nuestra desgana en venir a la Iglesia creyendo que el Señor Jesús está realmente aquí? ¿O creo que creo y estoy ciego?
— El Señor se esconde en el enfermo, en el pobre, en el que sufre y lo marginamos como al ciego del evangelio. ¿Creemos o estamos ciegos?
–El Señor no se fija en apariencias, sino que mira al corazón. Y nosotros juzgamos por apariencias y vivimos de apariencias. ¿No es que creamos que creemos pero estamos ciegos?
Vamos a pedir al Señor que se nos revele, como lo hizo al ciego, y que en lo hondo de nuestro corazón nos salga un “Creo Señor” que acabe de una vez con nuestra ceguera.
4.- Un cuarto personaje queda en la penumbra de esta escena. Son los padres del ciego. Creen en la curación del hijo, pero su actitud no corresponde con su Fe. Esos somos nosotros.
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