No querían creer al ciego
1.- El relato del Evangelio de San Juan que leemos está semana es impresionante, entre otras cosas, por su minuciosidad. Lo primero que llama la atención es el «manoseo» que de la curación del ciego hacen los fariseos. No quieren rendirse a la evidencia y pregunta y repreguntan. Los padres del ciego recién curado responderán con inteligencia y astucia. El mismo ciego entrará en franca porfía con quienes –abusando de su poder de excomulgar– quieren amedrentarle. Pero eso era un camino absurdo e imposible. Alguien que recupera la vista no puede ser asustado por nada y nadie. ¿Podemos imaginarlo? ¿Es posible reconstruir la posición psicológica de alguien que ha vuelto de la total oscuridad a la luz más completa? Surge, pues, el fariseísmo, y no es malo reflexionar en estos tiempos de conversión –con el camino de Cuaresma en su mitad– si el «exceso de celo» no será el pecado más habitual de los «cumplidores», de quienes están siempre en el templo. La escena evangélica, en palabras de Jesús, de la oración del fariseo –soberbia, autocomplaciente y despreciadora– y del publicano –humilde y buscadora de consuelo y perdón– nos enseña a posicionarnos en lugar correcto.
El evangelio de hoy aplica una investigación policíaca no conducente a aclarar los hechos, si no a desprestigiar al autor del milagro: a Jesús. Y les importaba muy poco el don recibido por el ciego. En todas las comunidades católicas –parroquiales, movimientos, cofradías– hay siempre brotes de fariseísmo que es necesario desmontar con amor y sano discernimiento. Y es que cuanto más profundizamos en nuestra vida religiosa más humildes debemos ser y más convencidos de nuestra poquedad. Ocurre, no obstante, que es fácil convertirse en portavoces de ortodoxia que lleva incluso a criticar a sacerdotes y a la jerarquía eclesiástica, añadiendo peligrosos ingredientes de desunión.
Tampoco debemos considerar la actuación de los fariseos como lo más importante que nos ofrece en Evangelio de San Juan. Lo fundamental es la curación de alma y cuerpo en la persona del ciego y su inscripción en una nueva vida. Él va a reconocer –como la samaritana del domingo pasado– que Jesús es el Mesías y eso añade una nueva dimensión a su vida. Poco le va a importar ya si está excomulgado o no de la vida religiosa oficial. No obstante, el juicio de Jesús es muy duro contra aquellos que por rigidez impiden la autentica conversión de las almas y se enzarzan en un difícil juego de normas, olvidando el objetivo principal que es la salvación de los hermanos. Una vez más –y como siempre– el Evangelio es mensaje actual para nuestras vidas y conciencias.
2.- También es muy minuciosa la búsqueda por parte de Samuel del futuro Ungido del Señor. La vida de David tiene profundas resonancias mesiánicas, pues Dios Padre prometió que el Mesías nacería de la estirpe de David. Si no podemos exagerar nuestras apreciaciones de ortodoxia tampoco debemos seguir con celo y exactitud los caminos exigidos por el Señor. No se trata de imitar a los fariseos, pero tampoco perder la firmeza, perseverancia y objetividad que nos marca Dios. Tan mala es la exageración como la pasividad. Samuel no se iba a conformar con la elección de uno cualquiera de los hijos de Jesé. La vida del cristiano es un camino de discernimiento continuo. De aplicar nuestras dotes intelectuales en la búsqueda del verdadero camino ofrecido por Dios. La minuciosidad de Samuel podría relacionarse con la insistencia de los fariseos en su trabajo denigratorio de la virtud de Jesús.
Lógicamente, la inclusión de ambas lecturas en la liturgia de este Cuarto Domingo de Cuaresma es buena enseñanza para nuestras actitudes de creyentes. No hemos de buscar siempre lo malo en la conducta de nuestros hermanos, ni convertirnos en jueces permanentes de sus conductas y, sin embargo, debemos buscar con ahínco lo que Dios nos pide. Para las dos cosas, la oración es buen vehículo. Nuestras dudas deben ser sometidas al Señor para que nos las aclare.
3.- Eso es lo que, precisamente, dice San Pablo en su Carta a los Efesios: «Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz), buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas». San Ignacio de Loyola daba mucha importancia a la capacidad de discernimiento y a un trabajo muy personal de búsqueda de la verdad con la ayuda de Dios, por eso es muy útil reflexionar, en presencia del Señor, todas nuestras dudas o aquello que nos parece inadecuado. El Maligno suele tender a engañar a los mejores bajo la fórmula de «sub angelo lucis», con la apariencia de Ángel de Luz.
El Salmo 22 es uno de los más hermosos del Salterio. «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas». ¿No hemos soñado alguna vez descansar a la vera del Señor en verdes praderas? Pues el Señor nos da ese consuelo si lo buscamos con ahínco y sencillez. Nos hace falta ese descanso en esta subida de la Cuaresma. La alegría de la Pascua está cerca y un gozo limpio, sencillo, luminoso y muy grande. El sufrimiento de la subida al Gólgota ha sido abrasado por la gloria y el amor de Dios.
Ángel Gómez Escorial
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