01 marzo 2023

II Domingo Cuaresma: Homilías 3

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1.- TESTIGOS DEL PODER Y LA GLORIA DE DIOS

Por Antonio García-Moreno

1. SAL DE TU TIERRA.- Los hombres han pasado por la prueba del diluvio. Nuevamente la tierra se ha ido poblando. Y una vez más los hombres se apartan de los caminos de Dios. Un nuevo pecado va a dividir a la Humanidad. Babel, el deseo soberbio de llegar hasta lo más alto del cielo, hasta el mismo Dios. Al fin y al cabo, lo mismo que ocurrió con Adán. El deseo de independizarse de Dios, de ser como Él. El hombre no acaba de entender que sólo apoyándose en Dios, podrá llegar a su capacidad máxima de grandeza y de dignidad. No entiende que al prescindir de Dios se hunde, se empequeñece, se aniquila.

Pero la terquedad humana en apartarse del Señor no logra ahogar el afán divino de atraer al hombre. Y para mantener viva la promesa de una liberación final, escoge a un personaje originario de la tierra de los caldeos, Abrahán. Un hombre que oye la llamada de Dios y responde incondicionalmente, con fe absoluta, con una gran generosidad. Y, fiado en las palabras divinas, sale de su tierra, rumbo a los confines que Yahvé le señala. Soñando con ese hijo que Dios le promete, esperando a pesar de la esterilidad y vejez de su esposa Sara.


Desde ese momento se entabla una honda amistad entre Yahvé y Abrahán. Muchas veces nos narra el libro sagrado cómo este hombre llega a intimar con Dios, cómo habla con Él confiadamente, con la misma ingenuidad y sencillez, con el mismo atrevimiento que un hijo pequeño tiene al hablar con su padre.

Abrahán creyó en Yahvé siempre. También cuando su palabra le exigía sacrificios tan grandes como abandonar su patria o sacrificar a su hijo único. Abrahán dijo siempre que sí. Y Dios le premió su fidelidad con creces, mucho más de lo que aquel viejo patriarca pudiera soñar.

Creer en Dios, decir que sí a sus exigencias de amor, entregarse incondicionalmente, abandonarse y abandonarlo todo en manos del Señor... Quisiéramos, Señor, ser tan fieles como Abrahán, tan generosos como él lo fue. Salir de nuestra tierra, abandonar esta casa de nuestro egoísmo, de nuestra pereza, de nuestra comodidad, de nuestra ambición, de nuestro sensualismo. Y caminar con paso decidido hacia la Tierra Prometida, unido estrechamente a Ti, tratándote con el cariño, la ternura y la audacia del hijo más pequeño.

2. LA GLORIA DEL DOLOR.- Jesús, como en otras ocasiones, se queda sólo con Pedro y los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Estos tres apóstoles serán testigos cualificados de su gloria en la Transfiguración del Tabor y también de su poder cuando resucitó a la hija de aquel personaje principal en Israel. Pero lo mismo que estos tres apóstoles contemplaron el esplendor de su gloria, también estos tres predilectos de Cristo contemplarán la humillación extrema del Maestro en Getsemaní. En efecto, verán cómo el Señor será abatido por el temor, escucharán su oración dolorida, descubrirán cómo su humanidad se quebranta ante el peso aplastante de la pasión.

El Señor los había elegido con el fin de fortalecer su fe, pues habían de ser fundamento para la fe de los demás. Ellos podrían decir, cuando llegase el momento de la prueba y del abandono de Jesucristo, que habían contemplado el esplendor de su poder y de su gloria. Cuando Jesús quedara atravesado en la cruz, colgado entre el cielo y la tierra, ellos podrían confesar que a pesar de todo, aquel condenado a muerte era el mismo Hijo de Dios.

La de ellos es una situación que se puede repetir en nuestras vidas. A veces la prueba es dura, insoportable. Entonces hay que recordar los momentos en los que Dios ha estado cerca de nosotros, mostrándonos en cierto modo el fulgor de su grandeza. Podemos afirmar que también nosotros hemos sido testigos del poder y la gloria de Dios, y sentirnos fuertes cuando llegue el momento del dolor y de la contradicción.

Qué hermoso es estar aquí, exclama Pedro en la cima del Tabor, con la espontaneidad que le caracteriza. El resplandor de la figura de Jesucristo le embarga el corazón, le embelesa los sentidos. Aquello fue un pequeño adelanto de la "visión beatífica" que gozan los que ya están en el Cielo, visión que colma todos los deseos y anhelos del hombre y lo hace intensamente feliz. Es ese bien sin sombra de mal alguno que constituye la posesión de Dios, esa dicha inefable que el Señor tiene preparada para quienes sean fieles hasta el fin. Ojalá que el convencimiento de que vale la pena alcanzar ese bien, sostenga nuestra esperanza y estimule nuestro afán de lucha.

2.- HACIA UNA IGLESIA EN SALIDA

Por Gabriel González del Estal

1.- El Señor dijo a Abrahán: sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Cuando he leído esta frase del libro del Génesis que leemos en la primera lectura de este domingo he pensado de una forma casi automática en la “Iglesia en salida” de la que tanto habla el Papa Francisco. Evidentemente, nuestro padre en la fe, el patriarca Abrahán, fue un hombre en salida, obedeciendo al mandato de Dios que le ordenaba abandonar la casa y la tierra propia, en busca de otras tierras que el Señor le mostraría. También a la Iglesia de hoy, a nuestra Iglesia, el Papa le dice que no se quede en la sacristía esperando a los que van, sino que salga en busca de los que no van a la Iglesia. Como no quiero enrollarme mucho, me voy a conformar con citar algunas frases de las que el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, la alegría del Evangelio, dice cuando habla de una Iglesia en salida: “En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de “salida” que Dios quiere provocar en los creyentes. Abrahán aceptó la llamada a salir hacia una tierra nueva. Moisés escuchó la llamada de Dios: “Ve, yo te envío”, e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa. A Jeremías le dijo: a donde quiera que yo te envíe, irás. Hoy en este “id” de Jesús están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva “salida” misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar esta llamada: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio (n. 20). Aceptemos todos los cristianos, los hijos en la fe del patriarca Abrahán, esta misión y salgamos a las periferias de nuestras iglesias particulares para anunciar a todos el evangelio del Reino.

2.- Pedro dijo a Jesús: “Señor, qué hermoso es estar aquí. Si quieres, hará tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías… Jesús se acercó y tocándolos les dijo: “levantaos, no temáis”. El bueno y espontáneo de Pedro quería quedarse allí, en el monte, contemplando la maravillosa divinidad del Jesús transfigurado. Abajo, en la llanura, entre la gente, había demasiados problemas y bastantes enemigos de Jesús, ¿para qué buscarse complicaciones? Pero es Jesús mismo el que les dice: “levantaos, no temáis”. Hay que salir de la montaña, bajar al llano y seguir el camino hacia Jerusalén, aunque en este camino encuentren demasiadas dificultades y, al final, la muerte. Los cristianos de hoy estamos en un largo camino hacia Jerusalén. La sociedad en la que vivimos no nos lo pone fácil y, en más de una ocasión, nos ignora, nos desprecia y hasta nos insulta. Pero no podemos quedarnos en la sacristía permanentemente, o en la capilla del Santísimo, sino que debemos aceptar el mandato de Jesús y, sin miedos paralizantes, salir a la calle y defender y proclamar el evangelio del Reino. Aunque esto nos cause problemas y dificultades. Los momentos de contemplación son maravillosos y balsámicos, pero la calle, la sociedad, nos espera fuera.

3.- Querido hermano, toma parte en los duros trabajos del evangelio. Este es el consejo que san Pablo le da a su hijo espiritual Timoteo. Le pone el ejemplo de nuestro salvador Jesucristo, que salió del Padre y se acercó a nosotros para salvarnos. Jesucristo es Dios en salida porque salió del Padre, se despojó de su rango y tomó la forma de uno de tantos. Imitemos a Jesús, acerquémonos a los que más nos necesiten, a los más pobres, marginados y desamparados. Seamos cada uno de nosotros como un don para los demás. Salgamos de nosotros mismos y salvemos, cada uno según las fuerzas que Dios le dé, a los que se encuentran perdidos o desorientados.

3.- IGLESIA EN SALIDA

Por José María Martín OSA

1.- Llamada de Dios. Abrahán recibe la llamada de Dios que lo invita a salir de su instalación en lo conocido y experimentado hacia nuevos e indefinibles horizontes. Abrahán marchó. Su disposición de confianza absoluta será su auténtico sacrificio de Isaac. Su corazón fue fiel hasta en la prueba difícil, y así se convierte en el prototipo del creyente, en "padre" de los muchos que han vivido o viven la fe. No son directamente sus obras las que le merecen este título, sino el motivo, la raíz de su obrar. Toda vocación empieza por una llamada que nos saca de nuestra casa y de nuestras casillas. Puede tener formas diversas, pero siempre es una llamada a cortar con algo o con alguien, a ponerse en camino, a superarse, trascenderse y transfigurarse. La llamada puede decir: sal o sube o baja o ven...No se sabe lo que nos espera, pero hay promesa y bendición: “crecerás, te ensancharás”, tendrás fruto, darás vida, vivirás...No responder a la llamada significa conformismo, rutina, apego, falta de libertad, esclerosis, parálisis, vejez, vacío, tristeza, esterilidad, muerte.

2.- Una vocación es la de anunciar el evangelio. Es una vocación gozosa, como ninguna. Nada más hermoso que predicar a Jesucristo, es decir, la gracia y la salvación de Jesucristo. Pero es también una vocación dura, dolorosa, porque encuentra el rechazo de muchos y la persecución de algunos. San Pablo recordaba a Timoteo que debía tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, con la ayuda de Dios. Somos ciudadanos del cielo, pero ahora vivimos en la tierra y es aquí donde debemos demostrar que Dios transforma nuestro cuerpo humilde y nos hace vivir como hombres y mujeres renovados. ¿Cómo vivo mi fe, soy coherente, soy capaz de encarnar mi fe en la vida concreta?

3.- Por la cruz, a la luz. La transfiguración en los sinópticos está relacionada estrechamente con la Pascua, el triunfo de Jesús sobre la muerte. Pero para llegar a la luz hay que pasar por la cruz. La pasión es el paso previo a la resurrección. También el pueblo de Israel tuvo que realizar ese "paso" de la esclavitud a la libertad. La teofanía de la transfiguración presenta una serie de elementos simbólicos que evocan la experiencia del Éxodo: el lugar de la revelación de Dios (montaña), su presencia en medio del pueblo (nube), la mediación de la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías). Haremos tres chozas, sugiere Pedro, porque allí se estaba muy bien. Pero se oye una voz: "Este es mi Hijo, escuchadle". Quizá lo que nos ocurre muchas veces a nosotros es que no estamos dispuestos a escuchar su Palabra; quizá por eso vivimos una fe desencarnada de la realidad y nos cuesta tanto unir fe y vida. Es la gran asignatura pendiente del cristiano. Meditando este texto, en el Sermón 78, San Agustín nos dice: "Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor".

4.- Desde Cristo, Dios está en el hombre. Desde Cristo, Dios se hace presente en la reunión de los hermanos en la fe, a la que podemos llamar Iglesia. La Iglesia es, pues, nuestro más cercano y más visible Tabor. Cierto que no todo lo que allí encontramos es luminoso y santo. La Iglesia tiene aún mucho de Sinaí y del monte de las tentaciones. Es también monte Calvario. Pero en la Iglesia hay también experiencia de Dios, presencia de Cristo, dinamismo del Espíritu. En la Iglesia se recogen y actualizan las palabras de Moisés y los profetas, se escucha la voz del Padre y nos envuelve la nube misteriosa. En la Iglesia se renueva la transfiguración, se enciende la esperanza y se contagia la alegría. En la Iglesia toda transformación es posible, el cambio es necesario y se afirma la trascendencia. En la Iglesia hay verdad y certeza y amistad. En la Iglesia está Cristo resucitado, el Hijo bien amado y el derroche del Espíritu, que nos llevan al Padre. La Iglesia, Tabor de las revelaciones y transfiguraciones, el monte de la luz, de la palabra y del amor. Entonces es claro que también nosotros podemos “estar con Él en el Monte Santo”. Pero el Papa Francisco nos recuerda constantemente que la Iglesia tiene que estar siempre en una actitud de “salida”, ir al encuentro del hermano pobre o alejado para anunciarle la belleza y la gracia del evangelio.

4.- ¡HAY QUE SALIR!

Por Javier Leoz

1.- No hay peor cosa que la soledad. Y, las grandes empresas, los magnánimos ideales, se llevan mejor y a buen fin, con buena compañía. Lo mismo ocurre con la cruz: cuando su largo madero se reparte en cientos de hombros… resulta menos pesado y más solidario.

Algo así debió de pensar Jesús cuando, después de la prueba del desierto, se coge a un puñado de amigos para salir del ruido, del llano, de la vida ordinaria y elevarlos, no solamente a una montaña, sino también a la contemplación del misterio que hoy celebramos: la Transfiguración.

Aquellos apóstoles, estoy seguro, no entendían “ni papas”. De repente todo se transforma de tal manera que, por querer, hasta pretendían quedarse indefinidamente en lo más alto de la cumbre. Y es que, cuando uno sale de sus obligaciones, del ajetreo de cada día para encontrarse con Dios, llega a pensar que, es en ese lugar, donde mejor se está y donde merecería la pena vivir para siempre. Luego, por supuesto, los pies en la tierra, y la conciencia de que nuestra fe no sólo es espiritualidad, nos harán caminar y optar también por la senda del compromiso. Jesús, no nos quiere volando ni perdidos entre nubes, sino embarrados y entretejidos con las cuestiones que preocupan al hombre de hoy.

2.- El Monte Tabor es el escenario de una experiencia que marcaría el rumbo de las vidas de Pedro, Santiago y Juan. Aquel “qué bien se está aquí” que el espontáneo Pedro exclamó con fuerza, emoción y con paz, es idéntico al que nosotros, con una eucaristía bien celebrada y atendida, una oración pausada o contemplativa o con cualquier otro acto de piedad podemos expresar.

En el fondo, nos cuesta sacudirnos esa gran telaraña que nos cubre de palabras, ruidos, millones de imágenes o falsas promesas. El alma contemplativa, que tanto bien nos puede hacer para poner las cosas en su sitio y a Dios en el centro de todo, nunca ha estado tan amenazada –por lo menos en Europa- como en el presente. ¡Cuesta desprenderse de una sociedad que todo lo mediatiza, todo lo controla y todo lo pretende! Hay que distanciarse, no huir, de ese maremagno de situaciones que nos producen frialdad, engreimiento o falta de reflexión. Y también, por qué no señalarlo, de esa sociedad absoluta que, a duras penas, nos deja un poco de espacio para pensar y actuar por nosotros mismos.

3.- Tabor, en este segundo domingo de la Santa Cuaresma, es el compromiso de acompañar a un Jesús que se ofrece como camino, recorrido con cruz, para que el hombre no olvide ni su dignidad ni su ser hijo de Dios. No nos podemos quedar cómodamente sentados en la felicidad de nuestros sueños; en una fe personal y privada. ¡Qué más quisieran algunos! Uno, cuando escucha la Palabra, con la misma confianza y credulidad que lo hicieron Abraham, Pablo, Pedro, Santiago o Juan, a la fuerza ha de ponerse inmediatamente en movimiento. Nuestra presencia en esta Eucaristía nos debe de llevar a soltar un “qué bien se está aquí” pero también nos ha de llevar a un convencimiento: el mundo nos espera fuera; en el mundo es donde hemos de dar muestras de lo que aquí, en este “monte tabor que es la Eucaristía”, hemos vivido, visualizado, escuchado y compartido. ¿Seremos capaces? ¿O nos conformaremos con este puntual “tabor” que es la misa dominical?

4.- ¡QUE SALGA, SEÑOR!

De la  cobardía que apaga tu voz

De la  espiritualidad, débil y cómoda,

que me hace  olvidar lo que ocurre a mí alrededor



¡QUE SALGA, SEÑOR!

Del llano  que me agarra y no me deja verte

De la tierra  que me seduce y me conduce

De los  problemas que no me dejan

descubrir la  gran lección de tu cruz



¡QUE SALGA, SEÑOR!

Pues, cuando  me encierro en mí mismo,

veo que algo  no funciona en mí.

Que me falta  aire para respirar

Que los  horizontes desaparecen de mi vista

Que, la  ilusión y la fe, disminuyen por momentos



¡QUE SALGA, SEÑOR!

Pero, para  ello, como a Pedro, Santiago y Juan

llévame  contigo:

para que  disfrute de tu presencia

para que  escuche tu Palabra

para que  sepa lo que me espera, 

por el hecho  de ser tu amigo y compañero



¡QUE SALGA, SEÑOR!

Que no me  quede bajo las bóvedas

de un mundo  fácil que todo lo contamina

que todo lo  desvirtúa

que todo lo  confunde

que todo lo  frivoliza



¡QUE SALGA, SEÑOR!

Que no me pierda,  ni un solo Domingo, 

este momento  de paz y de gracia

de amor y de  Palabra

de presencia  y de perdón

que es la  Eucaristía.

¡QUE SALGA, SEÑOR!

5.- LA PELÍCULA DE LA TRANSFIGURACIÓN

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Hemos escuchado el relato de Mateo sobre la Transfiguración del Señor. Es, ya lo hemos dicho en la monición, como un buen guion cinematográfico. Está todo perfectamente trazado e, incluso, con la descripción de colores, de luces, de texturas… Analiza magistralmente el comportamiento psicológico de algunos de los personajes. Por ejemplo, el de Pedro que, pletórico por la escena vista, decide perpetuarla para siempre y busca hacer unas cabañas para Jesús, Moisés y Elías; para que allí se queden. El final, incluso, cuando ya no “hay nada”, tiene también lenguaje de cine. Es la vuelta al principio que tanto usan las películas. Por eso, no es nada extraño que la escena de la Transfiguración del Señor haya sido uno de los temas más repetidos por pintores y escultores de todos los tiempos. La plasticidad del relato de Mateo es innegable.

2.- Pero, aquí y ahora, no tenemos más remedio que hacernos una pregunta importante: ¿qué significa la Transfiguración para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es creíble? ¿No será una leyenda de los evangelistas intentado reunir en una misma escena, y con Jesús, a los dos personajes más importantes del judaísmo? Moisés en el padre de la Ley, de la forma de rezar, de vivir y de ser de los judíos. Elías, arrebatado en un carro de fuego al cielo, se le esperaba. Llegaría un poco antes del Mesías o, simplemente, volvería para indicar que se acercaban mejores tiempos para el Pueblo de Dios.

Las luces, la fluorescencia e incandescencia de las figuras, la nube y la voz que llega de lo alto. Todo tiene algo de mágico. Probablemente, no suene mal a los afiliados a lo prodigioso, a lo esotérico. Pero, repito, ¿y a nosotros ahora, en nuestro tiempo, como creyentes, como nos suena, qué nos parece? En una época en la que, incluso, el cine fantástico basado en la magia o en los transformismos más truculentos hace furor entre mucha gente, ¿dónde se coloca la Transfiguración?

3.- Lo que nos narra San Mateo es cosa de Dios. Es suave, sencillo, agradable, bello. La aparición de la divina “nube de la tiniebla, que cubre la escena con su sombra sorprende, pero no arremete con ruidos insufribles. Las magias esas que vemos ahora, recicladas y traídas de otras épocas y de otras culturas, son durísimas, violentas, trágicas, grotescas. Y, por tanto, inhumanas e increíbles. No están hechas a la medida del hombre. Lo que se contiene en la Transfiguración, sí. Es algo que entendemos, aceptamos, nos subyuga. Y hemos de reflexionar sobre nuestra propia existencia, sobre nuestra vida –personal e intransferible— de cristianos y en ella, sin miedo, sin el temor a lo que vayan a decir los demás, podremos reconocer algún hecho extraordinario que nos ha ocurrido; que, alguna vez, la mano de Dios se ha acercado a nosotros de una forma singular, no habitual, no esperada. E, igualmente que en la escena del Monte Tabor, de manera suave y placentera como la brisa de un viento susurrante y fresco. Claro que todos tenemos miedo a caer en el milagrerismo porque, obviamente, hay muchos mentirosos o perturbados. Y mentirosos “profesionales”. Pero eso no quiere decir que cerca de nuestras vidas, muy cerca, aparquen unos cuantos hechos notables y extraordinarios, que no acertamos a comprender del todo y que se resisten a cualquier análisis objetivo.

4.- La fe es necesaria, muy necesaria. Pero eso no significa que todo lo que creemos se mantenga por el uso exclusivo de la fe, la cual, además, es un don de Dios. Pero, insisto, hay algo más. Dios, que nos abandona en la lucha, que además no permite que la prueba --que la tentación-- nos supere, también nos ayuda de mil maneras. Aunque no ocurre siempre. Y ello es un misterio que narró muy bien Ignacio de Loyola con sus estados de “consolación” y “desolación”. Y, en fin, es verdad que, a veces, un mismo paisaje, bello en sí mismo, y conocido por nosotros, toma en un momento dado especiales brillos y singular belleza y nuestra alma se queda feliz y con una paz muy especial.

5.- La mayoría de los comentaristas no entran en ese aspecto que llamaríamos puramente físico de la Transfiguración para referirse –y, también, es muy lógico— a esos otros aspectos más pegados a la historia evangélica del momento. En efecto, Jesús ha anunciado que es su subida a Jerusalén, será detenido, torturado y ejecutado. Y necesita darles fuerza para soportar los futuros malos momentos en forma de una auténtica persecución política y religiosa. Está también la elección de los Apóstoles, Pedro, Juan y Santiago, los mismos que estarán presentes en los muy dramáticos momentos del Huerto de los Olivos. La otra consecuencia es que la maravillosa escena de la Transfiguración quedó olvidada entre los tres discípulos y solo sería tomada en cuenta y reconocida después de la Resurrección.

A nosotros, de todos modos, nos va marcando el camino cronológico hacia Jerusalén, hacia la Muerte y Resurrección del Señor, que eso, es también, la Cuaresma: la contemplación de unos hechos de la vida de Jesús que nos ayudan a comprender mejor su sacrificio, su entrega por todos para el perdón de los pecados.

6.- Interesará, especialmente, para nosotros que no pase desapercibida la Transfiguración, que sea signo eficaz e indeleble es nuestras reflexiones de Cuaresma. Queda, todavía camino cuaresmal. Este segundo domingo es todavía algo menos de la mitad del recorrido. Pero lo importante es no dejar pasar este tiempo de conversión y de convencimiento. La Escritura nos ayuda. La oración muy especialmente. Y también la limosna. Hay muchos hermanos que necesitan de nuestra ayuda. Y la necesitan en muchos sentidos. En el económico, por supuesto. Pero también en el del afecto y la cordialidad. Y queda ejercitar la austeridad. No debemos olvidarlo, porque el mucho comer y beber cierra nuestros oídos del alma a las recomendaciones personales del Señor, Nuestro Dios.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

CONTENIDO, MÁS QUE ESPECTÁCULO

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Le he puesto este título al artículo por lo que este momento de la vida de Jesús, este episodio misterioso de su tiempo histórico, ha representado para mí y supongo debe suponer para los demás. Os confieso, mis queridos jóvenes lectores, que me costó mucho entender su valor. Recuerdo que poco después de llegar a Tierra Santa, en mi primera estancia en Jerusalén coincidió con la fiesta de la Transfiguración, observé la procesión y me preguntaba ¿a qué tanto cortejo y gozo? Más tarde visité el monte Tabor y mi interrogación era semejante ¿para qué me sirve a mí este espectáculo?

2.- Antes de confiaros mis posteriores reflexiones, permitidme que os sitúe la escena. Aunque explícitamente no se diga, una montaña alta e insigne por aquellas tierras, no existe otra que no sea el Tabor. Las demás que uno pueda divisar, están lejanas. Además la tradición ha conservado la memoria, situando el hecho en esta. Y en el Medio Oriente, lo digo y repito: una tradición es tan segura como un acta notarial. Se trata de un monte alargado, situado en medio de la gran llanura de Jezreel o de Esdrelón. Vista de lejos y paseándose por su cima, el paraje, con su bosque y sus ocultas ermitas, tiene gracia. Desde la cumbre y mirando en su entorno, repasa uno muchos pasajes del Antiguo Testamento y también del Nuevo. Económicamente, la gran extensión de Galilea, era, y tal vez continúa siendo, el granero de Israel. Siempre he pensado lo encantador que fuera subirla a pie, como lo haría el Maestro, pero nunca he tenido oportunidad de hacerlo. La carretera que se empina hasta el lomo donde se levanta la basílica que visitamos, lo logra mediante innumerables curvas no aptas para autocares, pero sí para pequeños vehículos. Como la he subido más de una vez, conduciendo yo mismo, con cambio automático y manual, os aclaro que casi todo el trayecto lo hace uno metiendo exclusivamente la segunda marcha. La gran basílica que se levanta el final de la recta que recorre de oeste a este la cresta, es obra del arquitecto Antonio Barluzzi, que, como otras suyas de estas tierras, no es ni chicha ni limoná. Pretende recordar las tres tiendas que proponía Pedro levantar, una para el Señor, otra para Elías y otra para Moisés. Su interior es muestra de grandiosidad, al atardecer el sol penetra por la puerta y se proyecta sobre el rico mosaico dorado, que a su vez lo hace sobre el altar. En cierta ocasión que celebraba misa en una tal circunstancia, quienes conmigo estaban, me decían que parecía transfigurado. Pero el relato evangélico no es aparatoso.

3.- Seguramente que el hecho ocurrió durante los días de sukot, aquellos en que el buen israelita, recuerda su marcha por el desierto y vive fuera de su domicilio urbano. Levantan todos tiendas o cabañas y se guarecen en ellas. Ahora bien, se ve que parte de nuestros protagonistas, los responsables de la labor, no lo hicieron. Lamentable error que carcomía el corazón de Pedro, de aquí que a un tal olvido se deba su primera ocurrencia. Duermen al raso. Yo no sé si muchos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, habéis hecho vivac alguna vez. Pasar una noche así es precioso, el único inconveniente es que la aurora te despierta muy temprano. En este caso no fue el amanecer el que interrumpió su sueño.

4.- El relato de la lectura del evangelio de la misa de este domingo, a mí me enseña y urge tres cosas. Evidentemente que lo fundamental son las palabras del Padre: este es mi Hijo mimado, escuchadle. No dice oídle, que en plena noche y en descampado, se oyen muchas cosas: aves nocturnas, chirriar de cigarras, maullar y ladrar, gatos y perros, hasta algún gallo se oye, pero a ninguno de estos sonidos les hacemos caso. Al Señor hay que escucharle. Más que a los conjuntos musicales, más que a los políticos, más que a los que nos insinúan proyectos emprendedores. ¿Le hacemos caso? ¿O “no tenemos tiempo”?. La pregunta es fundamental. Contestar afirmativamente modelará nuestra vida, como Dios configuró aquella arcilla que le quedaba después de acabar la Creación y gracias a esta cuidadosa labor se hizo un hombre.

5.- La segunda cuestión, la que esta temporada me ilusiona y conforta, es el hecho de que aparezcan tres cuerpos transfigurados. Muere una persona y se la entierra o se la incinera. De una u otra manera, se pretende honrar a la persona amada. Pero sabemos que el cuerpo pierde sus formas, se transforma hasta casi desaparecer. No es momento este de que os confíe mis interrogantes al respecto. Tan seguro estoy de que un cadáver se desmorona, como de que el ser humano resucita. ¿Cómo ocurre? ¿En qué consiste? San Pablo dice: se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual (I Cor 15,44). El misterio que se explica en el texto de Mateo debe ser una manifestación visible para los tres discípulos, del cuerpo espiritual. De mi cuerpo físico tengo fotografías y hasta de su interior me han hecho alguna radiografía. Del cuerpo espiritual, el que un día se hará sensible, nada sé, solo que existe. Y es suficiente para vivir en Esperanza.

6.- La tercera consideración es de tono menor, pero no faltada de autenticidad. El Maestro tiene amigos. Con ellos marcha a la montaña, sube y baja. Reflexiona, les enseña y les habla algo veladamente de sus temores. (me gusta cuando paseo por la cima, fijarme en la pequeña iglesita que hay a lado del camino y que solo una vez he visto abierta, recordando aquella confidencia: no contéis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos). Sería inimaginable pensar que las palabras del Padre Eterno, y el encargo que les da Jesús a sus amigos, se hubieran trasmitido por wasap.

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