Ex 17, 3-7. Danos agua que beber; Sal 94. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»; Rom 5, 1-2. 5-8. El amor ha sido derramado en nosotros; Jn 4, 5-42. Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
Las lecturas que nos propone la liturgia durante la Cuaresma suponen un recorrido catequético para quienes se preparan a recibir el bautismo en la noche de Pascua. El contenido se aglutina hoy en torno al simbolismo del agua. La primera lectura del Éxodo gira en torno al agua que hace brotar Moisés de la roca para el pueblo beba en su travesía por el desierto. En el pasaje evangélico que hemos escuchado, San Juan monta en torno al agua una catequesis sobre Jesucristo, revelado como el Mesías esperado. Por su parte, la segunda lectura nos presenta a Cristo como la prueba del amor de Dios por los hombres y la certeza del mismo por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado.
Después de salir de Egipto el pueblo se puso en camino hacia la tierra prometida atravesando el desierto. El recorrido será momento de tentación y encuentro con Dios, la fe se verá sometida a prueba. Llega el momento en que el creyente se pregunta si Dios está o no con él. ¿No nos ocurre eso mismo a nosotros en muchas circunstancias de nuestra vida? ¿Realmente Dios nos acompaña o nos ha dejado a nuestra suerte? Hay momentos en que es fácil reconocer la presencia de Dios; pero a todos nos llegan otros en que la fe se oscurece y es difícil mantener la confianza en que Dios se preocupa y cuida de cada uno de nosotros. Es la tentación, como la tuvo Cristo en el desierto antes de iniciar su actividad pública. Esto mismo le pasó al pueblo de Israel en su travesía por el desierto. En el Padre Nuestro pedimos no caer en la tentación; no pedimos que nos libre de ella. Y en la plegaria eucarística el sacerdote repite:
“Líbranos de todos los males… para que vivamos libres de pecado y protegidos de toda perturbación”. En medio de la dificultad de la travesía por el desierto, Dios hará brotar agua para calmar la sed del pueblo. Pidamos que, cuando llegue la turbación, sepamos acudir a Dios pidiéndole el agua, la fuerza, la ayuda, la fe para afrontar la dificultad del camino, como ocurrió en el caso del pueblo con Moisés. El agua que emana de la roca por acción de su vara anuncia proféticamente el agua de la vida nueva que es Cristo.En torno a este simbolismo del agua se construye la catequesis del Evangelio de hoy, conocido como el encuentro de Jesucristo con la samaritana en el pozo de Jacob. Jesucristo va de Galilea a Judea atravesando la región de Samaria. Nada extraño que recale donde nos dice el Evangelio ni que allí se encuentre con una mujer del lugar. San Juan juega con la ambigüedad de las palabras para transmitirnos su mensaje; así lo hace con vocablos como agua el agua o el pan; maneja de forma similar los distintos niveles de significados para transmitirnos un mensaje sobre Cristo. En concreto, el tema del agua recorre todo el Evangelio de San Juan, de principio a fin. En esta escena se pasa de uno a otro de los distintos sentidos del término. La mujer se referirá al agua que sacia la sed del cuerpo mientras que Jesucristo salta al simbolismo del agua que alude a la vida que desborda los límites de la biología. Por eso le dice que él le puede dar un agua que se convierte en una fuente que brota hasta la vida eterna. Jesucristo se va a identificar con alguien que es más grande que Jacob y que, en consonancia, ofrece un agua más poderosa. El pozo de Jacob había dado el agua que es elemento básico de la vida. Pero hay una sed más grande en el hombre, que va más allá del agua que mana del pozo, porque se refiere a una vida que supera los límites de la esfera biológica. No en vano San Juan utiliza dos palabras diferentes para referirse a la vida. Para la vida biológica utiliza un término (bios); otro para la plenitud de la vida (zoé) que es en sí misma una fuente y, de este modo no está sujeta a la muerte, ni al dinamismo del saciar y volver a necesitar, ciclo que marca al resto de la creación. Quien desarrolla en sí esta segunda vida, la vida del Espíritu, se mueve en una esfera que, claramente, sin prescindir del cuerpo biológico lo desborda para habitar una vitalidad nueva y plenificante; los hombres no estamos llamados a vegetar, sino a vivir en plenitud.
En su conversación con la samaritana Jesús usa el agua como símbolo del Espíritu, la auténtica fuente de energía en la vida, que sacia una sed del ser humano que es más profunda que la biológica y le dota de una plenitud de vida que es la que realmente desea, aunque a veces ni siquiera lo sepa. Jesucristo es quien brinda al hombre el agua que sacia su sed más profunda, distinta a la corporal y que todos los seres humanos experimentamos; unos de forma más consciente, otros la padecen callada y oculta para sí mismos; siempre sed para cuya saciedad constantemente buscamos remedio. Lo que pasa que muchas veces, demasiadas veces, en muchos caos, en tantas ocasiones, erramos acudiendo a fuentes que no pueden calmarla. Por eso es cuaresma es tan conveniente entrenarnos con las prácticas cuaresmales para saber que no solo de pan y agua materiales vive el hombre.
Cuando Juan habla del agua que se convierte en una fuente que brota hasta la vida eterna alude al Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones. Primeramente, en el bautismo. Somos templo del Espíritu. La vida nueva de que habla Juan es la del que nace del agua y del Espíritu, la única forma de entrar en el Reino de los Cielos, como le acaba de decir en el capítulo anterior a Nicodemo. Por su parte, San Pablo en el pasaje de la carta a los Romanos nos dice que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo. Su presencia en nosotros nos capacita para amar a Dios como hijos y a los demás de la misma manera que el Padre ama al Hijo y a nosotros. Mejor dicho, el Espíritu nos empuja en esa dirección, instaura en nosotros esa dinámica que, en plenitud, solamente esperamos alcanzar. Esta esperanza no defrauda, nos dice. Nos podemos preguntar: ¿Qué esperamos? Nos gloriamos en la esperanza de participar en la gloria de Dios (Rom 5, 2). San Pablo no escribe un tratado del contenido de la esperanza, pero lo va diseminando en sus escritos. Esperamos la resurrección del cuerpo, la herencia de los santos, la visión de Dios, la salvación propia y de los demás La esperanza se apoya en la fe y se alimenta de la caridad. Esperar implica, necesariamente, actuar en la línea de lo esperando, conforme a lo que se cree, la fe, ejercitando la caridad. La fuerza de las tres virtudes teologales proviene del Espíritu Santo en nosotros, el agua vida que se convierte en una fuente que brota hasta la vida eterna.
Pidamos a Dios en esta Cuaresma que la abstinencia, el ayuno, la oración y la limosna nos hagan tomar conciencia de que no son el agua y el pan materiales, corporales los que realmente nos sacian. Necesarios como son, fijémonos en su simbolismo para aspirar al pan del cielo y el agua que brota hasta la vida eterna.
Luis M. Castro, osa.
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