09 febrero 2023

Homilía del Domingo VI de Tiempo Ordinario

 1.- La libertad y la ley (Si 15, 16-21)

Así comienza la lectura: «si quieres…». ¡Que Dios no obliga a nadie! Sólo llama a la conciencia. Sólo quiere que el hombre vaya descubriendo que es humano el mandato: «Es prudencia cumplir su voluntad». Es el hombre quien decide. El mandato sólo pretende alumbrar su decisión. Hacerle caer en la cuenta de que no son iguales ni le aprovechan lo mismo todos los caminos: «Al hombre le darán lo que él escoja». Lo importante es que él sepa qué es lo que tiene delante. ¡Que no es lo mismo llenar las manos de agua que meterlas en el fuego; ni es indiferente escoger la muerte o la vida como último y como presente destino! Obedecer el mandato es un acto de confiada elección: «Es grande la sabiduría de Dios, es inmenso su poder»… Puesto en su presencia, el hombre no es un ser librado al miedo; está más bien remitido a poder desenterrar lo que es su propia mentira: «No deja inmunes a los mentirosos», porque se engañaron a sí mismos, a pesar de que el mandato ayudaba su elección.

¡Lástima que este hondo sentido de la ley en libertad quedara luego tan solamente metido en lo externo y lo legal! El hombre no quedó, en efecto, confrontado con la ley en lo que es su verdad o su mentira.

 

2.– La libertad y la sabiduría (1 Cor 2, 6-10)

Ahondar el propio misterio y la razón del obrar no es posible para el hombre sin una sabiduría nueva que procede de Dios. Aquella que «si la hubieran conocido los príncipes de este mundo, no habrían crucificado al Señor de la gloria».

Para conocerse en hondura, el hombre necesita de Dios: «Una sabiduría divina, misteriosa, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria». Una sabiduría que, asumiendo ya perfiles personales en el Antiguo Testamento, apunta ya hacia Jesús, revelador del ser y del querer del Padre.

Aquel misterio de salvación que abarca a todos y no acaba con el tiempo: «Ni el ojo vio ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman». Tampoco nuestros ojos podrían ver ni nuestros oídos escuchar. Ha sido obra de la manifestación de Dios a través del Espíritu, porque «el Espíritu lo penetra todo, hasta las profundidades de Dios». Ha sido el don de Cristo a la comunidad de sus discípulos. El Espíritu de sabiduría e inteligencia.

3.- La libertad y el corazón (Mt 5, 17-35)

Cuando la ley no se queda en lo externo y llega al corazón, se produce el misterio de «la espontaneidad». No se cumple simplemente la letra, se llega al espíritu de la Ley. Es un camino de libertad consentida. Se trata del mismo núcleo de la relación de Jesús con la Ley. Su enfrentamiento con el legalismo no significa anomía: «No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas», sino plenitud acabada: «No he venido a abolir la ley, sino a dar plenitud».

La plenitud de la ley no está tanto en su extensión, sino en el nivel de la intensidad. La plenitud es la ley que descubre estar escrita en el corazón y, espontáneamente, «se excede» en el cumplimiento hacia niveles que el legalismo no puede percibir, porque crecen en la interioridad.

La Ley evangélica toca el corazón, transformándolo. No lleva cuenta de actos, sino de actitudes; no mide por el tamaño externo, sino por el ahondamiento interior. Queda siempre la advertencia de Jesús: «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos».

Cuan el corazón se ha forjado en el discipulado del Maestro, ¡que nadie tema a la libertad del corazón! Habrá un «exceso de cumplimiento», de plenitud y, además, se tratará de un «exceso espontáneo».

Saber elegir

¡La libertad! Ese vital dilema,
humana concreción del «don» divino…
Ni el oído oyó jamás, ni el ojo indino
contempló su esencial categorema.

¡La libertad! Preciosa diadema
del hijo de adopción. Mesura y tino
del buen obrar. Baquiana del camino.
De la razón cabal motor y emblema.

Con ella quiero, lejos del pecado,
hacer lo más perfecto y acabado,
sabiduría que en Dios está escondida,

y saber elegir entre agua y fuego,
eludir el fatal destino ciego,
optando ante la muerte por la vida.

 

Pedro Jaramillo

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