J. Leoz
Aquel que a sí mismo se ha definido como “luz de mundo” nos pide en este domingo ser eso: ¡Luz para los demás! ¿Cómo llega la luz hasta nuestra casa? Preguntaba un niño a su padre. Hijo; porque nuestra casa está unida por unos cables a una gran central eléctrica. S in su fuerza no sería posible la luz en nuestro hogar.
1.- Los cristianos sólo podremos ser luminarias si estamos unidos, con todas las consecuencias, a esa gran fuente de energía espiritual, de gracia y de verdad ue es Jesús.
Es inconcebible pensar que una acequia tenga caudal propio si no está adherida a un río, a una presa o a un manantial. Es difícil, muy difícil, llevar adelante nuestra tarea, el deseo de Jesús, de ser luz en medio de la oscuridad o sal en medio de tanta insipidez que abunda en nuestro mundo si no permanecemos en comunión plena con El.
Sólo Cristo es capaz de alumbrar, con luz verdadera, las sombras que se ciernen sobre la humanidad. Sólo Cristo, a través de pequeñas lámparas que son/somos los laicos comprometidos por su reino, es capaz de ofrecer sabor de eternidad y de felicidad a tantos hombres y mujeres que, en el horizonte de sus vidas, no ven sino fracaso, hastío o cansancio. ¿Seremos valientes para abrir el salero de nuestra vida cristiana allá donde se están cocinando los destinos de nuestra sociedad? ¿Por qué –frecuentemente- preferimos pasar desapercibidos sin dar color cristiano a tantas situaciones que reclaman nuestra opinión o presencia activa como seguidores de Cristo?
2.- “Salar e iluminar” son dos responsabilidades de la vida cristiana. Cuando nos desvirtuamos y pierde vitalidad nuestra fe; cuando la escondemos o disimulamos en los sótanos de nuestra vida privada… algo grave está ocurriendo. ¿A quién tenemos que llevar? ¿Con quién tenemos qué iluminar? Ni
más ni menos que a Cristo y con Cristo. Ya sabemos que, la acción, no es lo más importante de nuestra condición cristiana pero, también es verdad, que muchas veces por falsos respetos o por excesiva tolerancia… tenemos vergüenza y hasta cierto temor a presentarnos como lo que somos (como católicos) y de ofertar a nuestro mundo, a nuestro pueblo o ciudades un estilo de vida basado en el evangelio de Jesucristo. ¿Por qué? NI más ni menos porque, a veces, resulta más gratificante diluirse en el “todo vale” o adentrarse en los túneles de una vida cómoda y sin más límites que la propia conciencia.
Ser sal y luz, con palabras inspiradas por el Espíritu Santo y con buenas obras como testimonio de nuestra comunión con Cristo ha de ser nuestra apuesta personal y nuestro convencimiento de que, con el Señor, el mundo puede ir mejor….con más sabor y con más luz para el futuro del hombre.
3.- HAZME, SEÑOR, SER SAL Y LUZ
Que, lejos de falsificar mi vida, la mantenga soldada a tu gracia,
alimentada por tu Palabra y sostenida con tu mano salvadora.
Que siendo, Tú, el salero de mi existencia cuentes conmigo, Señor, ara sazonar oportunamente tantas situaciones que reclaman ilusión y fuerza, alegría y optimismo, dignidad y verdad,
Que siendo, Tú, la fuente de la luz cuentes conmigo, Señor,
para alumbrar miserias y soledades, tristezas y angustias, aflicciones y pruebas luchas y tribulaciones en las que combaten tantos hombres
HAZME, SEÑOR, SER SAL Y LUZ
Que dé gusto, no a lo que el mundo quiere, y sí a una nueva forma de vivir y de sentir
Que ofrezca, la luz de tu presencia, a los que viven como si no existieras a los que, creyendo en Ti, caminan como si el Evangelio no conocieran
Que sepa ser conservante como la sal:que guarde, para mí y para los demás, tu gracia y poder, mi fe y mi fidelidad
mi oración y mi confianza en Ti
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